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Tribuna:LAS LECCIONES DE LA GRAN DEPRESIÓN DE 1929
Tribuna
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El espectro de un derrumbe financiero

Cuando hace ahora 60 años, aquel 29 de octubre de 1929, la Bolsa de Nueva York sufrió un espectacular descalabro se estaba poniendo en marcha un proceso destructivo acaso sin precedentes que había de conducir a que entre 1930 y 1934 la actividad productiva y el comercio mundiales se contrajeran intensamente, se hundieran los precios y el desempleo y la miseria extendieran por doquier su oscuro manto.No es nuestro propósito rememorar ahora, en sus múltiples y dramáticas caras, el conjunto de acontecimientos que constituyeron la gran depresión. Nos limitaremos a exponer algunas reflexiones actuales -es decir, desde la atalaya de los problemas del presente y la curiosidad por las perspectivas para los próximos años- acerca de sus aspectos específicamente financieros.

La crisis financiera de los años treinta se fue perfilando alrededor de la articulación de varios factores de inestabilidad: desorden cambiario, generalización del impago de deudas externas nacionales, hundimiento bursátil y quiebras bancarias.

Los dos últimos fenómenos mencionados tuvieron entonces una trascendencia muy superior a la que han podido alcanzar a lo largo de los últimos 15 años. En efecto, la fiebre especuladora que precedió al crash de octubre de 1987 no fue más que un pálido reflejo de la locura alcista de 1927-1928 y su derrumbe posterior (entre 1930 y 1934, el precio medio de las acciones se redujo en Estados Unidos en sus tres cuartas partes).

Por otro lado, la multiplicación de las quiebras bancarias -elemento de culminación de toda crisis financiera- fue uno de los aspectos más característicos de la gran depresión, mientras que en el período reciente ha tenido muy poca importancia: frente al hundimiento de los sistemas bancarios de algunos países claves (Estados Unidos, RFA, Austria) en 1930-1933 -debido a sus pésimas posiciones de liquidez, la retirada masiva de depósitos y los propios fallos en su estructura y definición-, la experiencia bancaria a lo largo de los setenta-ochenta ha sido más sosegada; las suspensiones de pago atañían a entidades de reducida dimensión o, en los contados casos en que no era así, aparecían perfectamente aisladas de su entorno.

Pero cosa muy distinta acontece con los dos primeros factores señalados. Llama poderosamente la atención el hecho de que ambos hayan presentado una gravedad inicialmente superior en el período reciente que en los años treinta.

Los graves desajustes cambiarios del período de entreguerras -sobre todo a partir del abandono británico del patrón oro, en 1931- se cuentan entre las causas mayores del arranque y la profundización de la depresión, pero medio siglo más tarde las cosas no fueron mejor. La volatilidad de los mercados cambiarios y la influencia de los fenómenos especulativos sobre su comportamiento hanaumentado notablemente con el sistema de flotación sucia en vigor. Particularmente desequilibrada se mantuvo la situación entre 1981 y 1985, por registrar las cotizaciones de las principales divisas fuertes oscilaciones y desviaciones respecto a las paridades de poder adquisitivo (en el caso del dólar, de un 50% y casi un 25% las existentes a finales de 1984 frente al marco y el yen, respectivamente).

Los problemas de la deuda

Por su parte, los problemas de la deuda externa resultaban en 1982 mucho más preocupantes y potencialmente perturbadores para el sistema financiero internacional de lo que fuera 50 años antes, cuando muchos países en todo el mundo suspendieron unilateralmente el servicio de su deuda. Y es que mientras entonces los prestamistas -perdedores en la crisis- eran muchos miles de pequeños ahorradores extranjeros que habían adquirido bonos extranjeros, a lo largo de los setenta la enorme deuda de los países en desarrollo se fue fraguando merced a operaciones de préstamo concertadas con la gran banca internacional. Un único dato daremos que muestra hasta qué punto quedaba involucrada la banca por este problema: los préstamos a países menos desarrollados triplicaban, en el caso de los nueve mayores bancos norteamericanos, el valor de sus recursos propios a finales de 1982.Pero una crisis financiera no consiste en una mera acumulación de focos de inestabilidad, sino, sobre todo, en una dinámica maligna por la cual esos mismos factores interactúan entre sí e influyen sobre la evolución de la economía real. Es en ese orden de cosas donde se advierten las mayores desemejanzas entre los dos períodos. Por referirnos a algunos de los casos más claros, la ya mencionada fuerza desestabilizadora que sobre la estructura financiera internacional poseía en un principio el problema de la deuda externa no llegó a asumir perfiles reales en los años siguientes, siendo la marcha de los grandes bancos bastante apacible y nada despreciables sus tasas de rentabilidad.

Es interesante comprobar también cómo las serias caídas que en los ritmos de actividad productiva se han registrado en determinadas fases durante los últimos 15 años apenas parecen haber sacudido a los intermediarios bancarios.

Tales desarrollos, y algunos otros que no es éste el momento de tratar, fuerzan a pensar que, a diferencia de los primeros treinta -cuando la crisis fue abierta y total-, desde 1973 hasta hoy se ha ido generando una crisis financiera latente, que en algún momento se ha hecho más viva y amenazante (septiembre de 1982, octubre de 1987), pero sobre la cual los agentes institucionales siempre han conseguido ejercer un grado suficiente de control.

¿En qué radica, pues, la clave para hacer abortar la explosión de una crisis financiera? En nuestra opinión, si se pretende bloquear los mecanismos de transmisión de graves perturbaciones entre los distintos mercados, sectores o países es preciso habilitar una estrategia político-económica dirigida a mantener bajo un cierto control las actividades financieras, afirmar sus condiciones de seguridad eliminando riesgos excesivos, coordinar las decisiones de los agentes y proveerlos de la liquidez suficiente en tiempos de dificultad.

Durante los años de la gran depresión, tales políticas, o no existieron, o fueron claramente insuficientes. Así, en varios países (Alemania, Estados Unidos) las políticas monetarias tuvieron un signo contractivo, lo que no hizo sino agudizar las tendencias recesivas en marcha. Por su parte, la seguridad de los depósitos bancarios era escasa y los bancos centrales poseían pocos medios para poner coto a unas prácticas bancarias que en muchos casos eran francamente aventureras. En cuanto al problema de la deuda externa, las instancias de negociación entre prestamistas y prestatarios eran muy escasas, imponiéndose casi siempre las soluciones unilaterales y de fuerza. Y lo que es más importante, la ausencia.de liderazgo en la economía mundial -si el Reino Unido no tenía ya posibilidades de ejercerlo, Estados Unidos tardó demasiado en asumir sus nuevas responsabilidades como potencia económica ascendente- y la total inexistencia de un centro que pudiera considerarse como prestamista internacional de último recurso dificultó mucho el combate a una crisis que exigía soluciones globales.

Frente a esas clamorosas carencias, las economías industrializadas fueron introduciendo a lo largo de las décadas siguientes una serie de reformas institucionales dirigidas a reducir el grado de vulnerabilidad de los sistemas financieros. Las más relevantes se refieren a la mayor participación de las instituciones públicas en el conjunto de los flujos de financiación; la vigilancia estricta por parte de los bancos centrales de las estructuras de pasivo y las posiciones de liquidez de los intermediarios financieros; la implantación y extensión de los sistemas de aseguramiento de los depósitos bancarios; la apertura de canales e instituciones de mediación en casos de roblemas en el servicio de las deudas, y, en otro orden de cosas, ciertos progresos en el ámbito de la coordinación internacional de las políticas macroeconómicas.

¿Significa lo que queda dicho que no hay en absoluto lugar para la explosión de una crisis financiera internacional en el inmediato futuro? La respuesta no es sencilla, pero cualquier exceso de optimismo puede traer consigo graves peligros.

Olvidar el pasado

Y e s que sí algo nos enseña el estudio comparado de las crisis financieras es que los agentes que intervienen en ese tipo de mercados tienden a comportarse olvidando rápidamente, en períodos de auge o crisis encubierta, las dificultades del pasado, por intensas que hayan sido. Viene esto a cuento de ciertas orientacignes y desarrollos que recientemente se han dado en el mundo de las finanzas, como la presión desreguladora sobre los mercados en el ámbito interno y la intensa internacionaliz ación de las relaciones y movimiéntos de capital de todo tipo; este último fenómeno se ha venido pro duciendo en ausencia de mecanismos reales de control y de un organismo destinado a ejercerlo, pues debido,a sus múltiples insuficiencias y dudosos criterios de gestión, agencias multilaterales como el Fondo Monetario Internacional están muy lejos de ser un auténtico prestamista de último recurso.Por otro lado, es bien sabido que persisten importantes desequilibrios en y entre algunos de los principales países. La coordinación internacional -pese a sus avances desde 1985- todavía ofrece muchos puntos oscuros, y ello se manifiesta en fuertes desequilibrios comerciales y fiscales, conflictos proteccionistas, disparidad de ritmos de crecimiento y una cierta inestabilidad cambiaría.

Por todo ello, recordar hoy el patético espectro de la gran depresión, asumir que no está en modo alguno descartado que cobre de nuevo vida en un futuro no lejano, puede ser un factor decisivo para evitarlo.

Xosé Carlos Arias Moreira es profesor de Economía Aplicada en la facultad de Ciencias Económicas de Vigo.

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