Gracia y desgracia de la escuela antigua

La presentación en Madrid del Real Ballet sueco, a la que asistieron los reyes de Suecia y la infanta doña Elena, se enmarca en los actos de celebración de la Semana sueca, y en ella se han volcado generosamente empresas e instituciones de ese país. El Festival de Otoño, que ha aprovechado el acontecimiento y lo presenta como espectáculo asociado, podría haber gestionado un marco más adecuado a la importancia de esta compañía con más de 200 años de tradición, que se vio obligada a bailar en el escenario precioso, pero diminuto, irregular e inclinado del Nuevo Apolo un ballet como Las bodas de Aurora, de Petipa, que necesita espacio para desarrollar toda su esplendidez escénica y coreográfica.Quizá esto fuera parte del motivo por el que el Ballet se mantuviera endeble de ejecución y poco brillante. Las bodas fueron la reducción de una reducción de La bella durmiente. Sus endiabladas variaciones parecían un logro difícil a las bailarinas, que sólo rozaron el virtuosismo y la matización de gracia del gran coreógrafo. Con su estilo, adquirido en muchos años de práctica, la colocación y la forma clásica fue manejada con toda naturalidad, pero también con la poca preocupación por la corrección de piernas propia de la escuela antigua. Faltaron los passés, arabesques y attitudes altos, el vigor de rodillas y la amplitud de extensión y endehors que consigue la evolución de la técnica.

Las sílfides, que no necesitan técnica sino estilo, fueron, en cambio, sublimes. Preciosas de línea, moderadas en los movimientos, sin distorsión en los saltos ni amaneramiento en las poses. Auténticas figuras de porcelana, congeladas en su expresión angélica y distante. Realmente lo pretendido por Fokin: el ideal romántico entendido desde la distancia, abstraída la esencia. El bailarín, con una juventud que le impedía sobrepasar el ejercicio pulcro y temeroso, apoyaba la imagen del poeta, perdido e inseguro ante la belleza de la evocación.

En La pavana del moro, de José Limón, el tema de Otelo está entretejido dentro de una danza cortesana. Esta oposición entre la fuerza del tema y la estructura espacial y musical proporciona a la coreografía una locura que mantiene el magnetismo pero requiere unos intérpretes con energía para poder describir lo característico de este coreógrafo de la modem dance.