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Tribuna:LA MARGINACIÓN DEL ASALARIADO AGRÍCOLA ANDALUZ
Tribuna
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El jornalero y 1992

Alguien dijo que el hombre es el animal más imbécil de la creación puesto que siendo el único con poder para transformar la realidad sin embargo usa de ese poder tan estúpidamente que es el propio ser humano la víctima principal que queda fuera de toda posibilidad que no sea la de ser una mercancía que se compra, se vende, se alquila o se aniquila con toda facilidad y desprecio."Progreso", dicen los césares económicos y políticos, y con el progreso viene el marketing, la prisa, la eficacia milimétrica, el que todo funcione sea como sea y a costa de quien fuere, la robótica, la electrónica y los despachos donde no hace frío ni calor y desde donde es bien fácil recontar los números de la macroeconomía y ponerles el color que más conviene... Pero con el progreso llega también la necesidad básica del complejo militar-industrial dominante, de ese despilfarro disfrazado de cienticismo que es la locura no admitida de la carrera de armamentos o, dicho de otro modo, el producir para matar y destruir... y viene la desigualdad cada vez más creciente entre los países ricos y expoliadores del Norte y los empobrecidos y expoliados del Sur y viene la lacerante desigualdad entre las clases sociales hasta tal escándalo que mientras unos se bañan en el mayor de los lujos otros tienen que cargar sobre sus espaldas nada más y nada menos que con 1.200 millones de trabajadores que sufren el cáncer del paro y más de 850 millones de criaturas semejantes a ti y a mí que están pasando por el calvario horrible del hambre.

"Progreso", dicen los más insignes pensantes de la burguesía..., pero la naturaleza se destruye a un ritmo pavoroso y tal vez irreversible, y hoy es la capa de ozono y el agua de los ríos y mares convertidos en cloacas, y es la contaminación del aire y es la destrucción de miles de hectáreas de selva y la desertización del suelo... y mañana tal vez, y siguiendo a este ritmo, la vida sencillamente sea poco menos que imposible en este maravilloso y maltratado planeta.

Y sobre este discurso del progreso de las cosas para beneficio inconfesable de unas exquisitas y educadas minorías y de desprogreso del hombre, del ser humano concreto, al que se le regresa en muchas partes de esta sociedad y este sistema a la nada, a la cárcel, a la esclavitud o, más sofisticadamente, se le idiotiza desde consumos inútiles y vacíos y desde propagandas hipnotizantes a mero objeto con el que se juega según el capricho del mercado..., desde ese pedestal se nos quiere meter gato por liebre en este aquí y en este ahora y desde este Gobierno concreto.

Y yo creo que ya está bien de tantas mentiras como lleva esta modernidad cual caballo de Troya dentro.

Tal vez el poder lo oculte cuidadosamente y la opinión pública lo ignore, pero 400.000 jornaleros en Andalucía, cuyo oficio fue trabajar la tierra, están siendo aniquilados suave y legalmente al ser reconvertidos de obreros agrícolas con identidad y oficio en pensionistas perpetuos del Estado, sin otra tarea a los 18 años que cobrar una limosna humillante y ridícula que como todas las sopas bobas destruye irreversiblemente la moral y la identidad de quien la recibe, que apenas le queda otro futuro que el de vegetar tristemente los días, y, desde luego, dice bien poco de quien la administra como antídoto a una más que razonable subversión.

Corrupción

Tal vez no se quiera saber, pero el actual subsidio de desempleo decretado en el año 1984 por este Gobierno que se autotitula socialista es un decreto para la corrupción, al que puede acogerse con todas las legalidades y facilidades tanto el hijo de un gran terrateniente como la hija de un banquero y hasta el hijo de un capitán de la honorable Guardia Civil, porque el único requisito que hace falta para percibir esta limosna del Estado es la firma amiga de un patrón.

Y tal vez no se sepa tampoco, pero debería saberse, que el jornalero de verdad, aquel que no tiene más que sus brazos para defenderse en esta jungla de la vida, ése sí tiene verdaderas dificultades para cobrar el subsidio, ya que tiene que reunir las 60 peonadas necesarias y, como no hay trabajo, allá que tiene que ir de puerta en puerta de manijeros y patronos para que le vendan las peonadas que le hacen falta para que a su casa no le llegue el hambre, con lo que al campo andaluz han regresado las prácticas feudales de todas las especies, porque el amo es más amo que nunca.

Amo para dar o quitar trabajo. Amo para dar o no dar la cartilla de la Seguridad Social. Amo para dar o negar la firma para que pueda darse de baja el jornalero cuando está enfermo. Amo para dar o quitar subsidios de desempleos imprescindibles. Amo hasta poseer el pan y el futuro de los trabajadores. El amo en todo y para todo. El amo como un Dios o un reyezuelo egoísta y miserable, exigiendo pleitesía y convirtiendo el abuso en práctica natural y cotidiana.

Parece una novela, pero es la pura realidad, el despilfarro del dinero público se ha convertido en ley y lo que es más grave, se está destruyendo con ese dinero cientos de vidas jóvenes que después de varios años de limosna pública quedan convertidos en auténticos trastos inútiles e indolentes, sin capacitación laboral, disciplina de trabajo, sin oficio, sin identidad, sin futuro y con todo el tiempo muerto que quieran para poder ingresar en el infierno sin retorno de la droga, que se está multiplicando en el medio rural como la peste.

Tal vez nadie se atreva a decir que el actual subsidio de desempleo es la cara blanda de un genocidio que se está cometiendo con el jornalero, carácter y esencia de esta nación atropellada que es Andalucía.

Al jornalero le quieren desaparecer. Es una especie que hay que extinguir para que los terratenientes puedan dormir tranquilos la siesta y los Gobiernos no tengan sobresaltos de orden público.

Al jornalero le van a desaparecer porque enfrente tiene demasiados enemigos y demasiados poderosos:

a) El terrateniente. Su enemigo natural, que quiere quitarse al jornalero de enmedio porque ya no le es rentable como cuando trabajaba de sol a sol por un gazpacho y un mendrugo de pan. Y porque es un estorbo y un peligro en potencia que en cualquier momento puede exigir su derecho a la tierra que durante siglos ha venido trabajando.

b) El Gobierno. Porque el jornalero es en sí mismo una presencia subversiva que necesita objetivamente una transformación radical de las estructuras agrarias y sociales para poder tener trabajo y para poder vivir con la dignidad recuperada.

El jornalero se ha convertido en una molestia política que hay que eliminar como fuere, que hay que ocultar porque su sola existencia en las condiciones actuales es un insulto para los señores que gobiernan.

c) Las multinacionales. Empresas interesadas a toda costa en establecer un tipo de desarrollo y de agricultura invadida por los yerbicidas, pesticidas y maquinaria que ellas monopolizan, y donde la depredación del obtener el máximo beneficio en el mínimo tiempo es la ley suprema en la que no puede caber ni el obrero agrícola ni la prudencia de no seguir esquilmando el suelo tan salvajemente.

La muerte del jornalero

De esta manera la muerte del jornalero se convierte en un proceso casi inevitable, ya que no le queda espacio ni en la producción capitalista, de la que se le expulsa sin contemplaciones, ni en la vida, porque ya no es alguien sino algo que ha dejado de servir, y eso en una sociedad tan basada en el rentabilismo productivista es reconvertirse en una chatarra, en un desperdicio social que lo mejor es enterrarle para que no huela ni estropee la limpia imagen que necesita la modernidad para seguir perpetuándose.

En esta perspectiva, el jornalero, al exigir la desaparición del subsidio de desempleo, al exigir trabajo y tierra, está exigiendo algo más que un sustento, está demandando su derecho a la vida, su derecho a poder estar en ella escribiendo su propia historia y desarrollando su propia cultura para ser alguien en el contexto en el que habita.

Más que un grito, las protestas jornaleras son un quejío milenario nunca entendido por el poder y siempre reprimido, que en este ahora de esta Andalucía que bordea el siglo XXI es un quejío de la peor de las desesperanzas, que es la de contemplar día a día la propia extinción.

Y este desastre humano se produce cuando todas las campanas de la grandilocuencia oficial señalan 1992 como el año en el que comienza el paraíso, aunque todavía no se ha precisado mucho para quién será, aunque ya puede sospecharse cuando se ve el trasiego de los miles de millones que van y vienen y los especuladores que comienzan a almacenar fortunas, con toda la desvergüenza que les caracteriza, cuando el río revuelto de las inversiones públicas y privadas sin control se lo facilitan tan graciosamente.

Y el año. 1992 se nos ha puesto delante como el nuevo mito para que no se nos haga tan amarga la espera y se nos olvide el drama que venimos sufriendo en un pueblo como el andaluz, con los índices de paro, emigración, analfabetismo y marginalidad de toda especie más altos y más tristes de toda Europa.

Y el jornalero, claro es, contempla el escaparate que una y otra vez le ponen delante de la vista y el faraonismo de las obras y el continuo fotografiarse de las más altas jerarquías políticas y económicas e intuye que algo importante debe de estar sucediendo allá por Sevilla, a muchos kilómetros de su vida, que en 1993 posiblemente sea más pobre y más marginada, y piensa si en esa fecha seguirán dando contratos para la vendimia de Francia.

Y el jornalero vuelve a mirar en el escaparate de 1992 y vuelve a escuchar, como tantas veces, por los altavoces gubernamentales la palabra progreso y por su mente pasan con amargura los recuerdos viejos que le dicen que cuando desde la torre de marfil del poder se repite tan machaconamente esta palabra es que a él y a los marginados les van a aumentar las desgracias...

Juan Manuel Sánchez Gordillo es alcalde de Marinaleda, miembro del comité ejecutivo del Sindicato Obrero del Campo (SOC).

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