"Si una obra es obscena no debe exhibirse en el museo"
Entrevista con Philippe de Montebello, director del Metropolitano de Nueva York
Nació en París el 16 de mayo de 1936, cuando en España, una tierra que admira mucho, se disponía el pueblo a pintar con sangre el gran mural de la guerra civil. Su título nobiliario fue otorgado a su familia por Napoleón a raíz de la victoria francesa en la batalla librada contra la ciudad italiana de Montebello. Los genes de Sade provienen de la rama materna. La abuela de Philippe se llamaba Marie-Laure de Sade, y además de eso, que no es poco, fue el modelo que inspiró a Marcel Proust el personaje de la duquesa de Guermantes en la insuperable novela A la búsqueda del tiempo perdido.Su padre fue pintor y comentarista de arte. Su madre tocaba el piano y tenía un salón literario. Una de sus hermanastras, la vizcondesa de Noailles, era mecenas de pintores y amiga íntima de Picasso. O sea, que este caballero que ahora aparecía detrás de una mesa del siglo XVIII y entre dos pinturas de Guardi y Larrain estaba predestinado a gobernar el mayor almacén de arte del mundo -el MET- o a dinamitarlo desde cualquier buhardilla de Montmatre. Por lo que sea, eligió lo primero.
Sobre la mesa de su despacho en el MET tiene la maqueta del catálogo de la próxima exposición que va a pisarle los pies a la de Velázquez, ahora en curso. Y sus ojos se dirigen instintivamente hacia ese volumen.
Pregunta. ¿Un nuevo proyecto?
Respuesta. Sí. Canaletto. Dentro de un mes. Nunca se ha expuesto en Estados Unidos. Y pocas veces en el mundo. Es un pintor maravilloso. Vamos a exhibir 100 cuadros suyos. Al menos la cuarta parte proviene de la colección privada de la reina Isabel II de Inglaterra. Los tiene en el palacio de Windsor.
P. ¿Y no le importa a la reina prestar esa obra? ¿Le dan algo a cambio? Se lo pregunto porque en España, a raíz del envío de las obras de Velázquez para esta exposición en Nueva York, algunas personas creen que no merece la pena correr riesgos cuando no está claro si existe alguna contraprestación. ¿Usted qué opina?
Dar y recibir
R. En primer lugar, la reina Isabel II está encantada dejando esos cuadros. Los grandes artistas, como Canaletto, pertenecen a la humanidad. El mundo tiene derecho y quiere ver su obra. A la reina no le damos nada a cambio. No lo espera. Y en cuanto a lo que puede recibir España por dejarnos estos cuadros de Velázquez, la cosa está clara. Van a viajar a su país otras 25 pinturas del mismo Velázquez que no pertenecen a España. Además, si no se da no se recibe. Y España está interesada, como nosotros, en hacer este tipo de exposiciones. Las instituciones públicas no nos movemos por intereses comerciales. Un museo no sólo es un lugar donde hay obras de arte. Nuestra misión es fomentar el conocimiento para saber más de nosotros mismos y de la vida. En eso somos como las bibliotecas, o como las universidades. Debemos estar a disposición de los estudiosos.P. Usted sigue una política digamos que minimalista. Prefiere exposiciones pequeñas, reducidas, a exposiciones gigantescas, como la que ahora se ha abierto en Nueva York con obras de Picasso y Braque. ¿Por qué? ¿Cuál es la razón de esa política?
R. Yo creo que hay que mostrar el arte de una forma didáctica, abarcable, y con foco. Si yo compro una obra para el museo y pienso que esa obra, ella sola, puede exponerse por sí misma, la expongo. Por ejemplo, he mostrado a Caravaggio a través de 12 cuadros en los que se han ido viendo las diferentes versiones que él hizo de un mismo tema. O, por ejemplo, Velázquez. Son 38 lienzos. Pero esos cuadros permiten tener en su conjunto una visión completa de su obra, de sus temas. Nos dan su idea del mundo y del arte, que es maravilloso.
P. ¿Usted cree que un museo debe abrir sus puertas incluso por un solo cuadro?
R. Sí. Yo he traído aquí dos Watteau que iban con otros 200 cuadros en exposición París-Washington- Berlín porque me pareció que, siendo los dos mejores, estaba justificado exponerlos solos durante tres semanas. Y 7.000 personas estuvieron admirándolos diariamente. Y no pasaban deprisa, como suele suceder en las exposiciones masivas, sino que permanecían 10 minutos al menos delante de cada cuadro. P. Pero tal vez es muy caro, para tan poco.
R. No. Varios miles de dólares. Nada más. Ya le digo que la exposición esa estaba en curso. Se trataba de aprovechar la oportunidad y traer sólo dos cuadros, las dos mejores piezas, en un salto de una ciudad a otra.
P. Lo que usted dice plantea en cierto modo la cuestión de la contemplación artística. Hoy prevalece la voracidad.
R. Yo creo que al museo hay que ir cuando se siente el impulso y la necesidad de ver algo hermoso que nos aleccione sobre la vida, que nos ayude a conocernos mejor. Y no hay que ir a ver todo, sino sólo unas cuantas cosas. Ir mucho, ir con frecuencia, para ver un poco cada vez. Por eso soy partidario de que el museo tenga la entrada gratuita. Sugerimos que se paguen cinco dólares (unas 600 pesetas), pero usted puede entrar dando un penique. Aquí, el resultado es bueno. Tenemos cuatro millones de visitantes al año. Un 10% del presupuesto, que no arroja déficit, proviene de la entrada. Nuestros gastos anuales son del orden de los 65 millones de dólares.
La censura
P. Me gustaría que diera su opinión sobre la censura aplicada a la obra de arte que se pretende exponer al público. Me refiero a esa enmienda que lleva camino de prosperar en el Senado por la que el senador Jesse Helms exige que se prohiban los fondos públicos para exponer la obra de arte que ofenda al público en base a su religión, raza o sexo. ¿Podría el arte sobrevivir a semejante norma?R. Cualquier ley que permita al Gobierno aplicar una censura es problemática. Yo creo que son los conservadores de museos quienes deben ejercer esa censura. Si una obra es obscena y va a ofender al público, no debe exhibirse. Pero además de eso creo que el caso llevado al Senado aún está más claro porque la obra polémica del fotógrafo Robert Mapplethorpe, que es la que motivó ese debate, no tiene calidad artística. Y tenemos que recordar que los niños entran en los museos. Y por eso ocultamos en lugares no accesibles al público menor de edad la obra erótica.
P. ¿Y no cree usted que es difícil calificar si un arte es bueno o es malo y si su expresión erótica, por ejemplo, está justificada y merece mostrarse para lograr un conocimiento de la vida?.
R. No, no. El arte no debe situarse sobre el hombre ni sobre la moralidad. Eso es absurdo. Aquí, en el museo, tenemos un Picasso con un tema de felación. No lo expondremos nunca. Yo creo que el mismo Picasso no lo consideraría una obra digna de exhibirse. Desde luego yo jamás lo hubiera comprado, pero fue una donación al museo. Jamás lo habría adquirido cuando estaba destinado a no ser expuesto.
P. Y ¿cómo vislumbra usted el museo del año 2000?
R. Me gustaría que el museo del futuro fuera como el museo del pasado. Como el de siempre. Me deprimiría que el museo cambiara demasiado.
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