Barcelona olímpica
POR FIN, el Gobierno español y la Generalitat han llegado a un principio de acuerdo para financiar la prolongación y cierre del anillo del II Cinturón de Barcelona; pero, si tenía que llegar este acuerdo, ¿por qué ha llegado tan tarde? Ahora parece que las prisas ante la cita olímpica obligarán a apañar soluciones para evitar que la familia atlética se quede enjaulada en un caos circulatorio.El Ayuntamiento de Barcelona y su alcalde, Pasqual Maragall, han tenido y tienen que abusar del argumento olímpico para reivindicar una atención de las Administraciones central y autonómica que no con seguian con la simple evidencia de la injusta pobreza en infraestructuras de la ciudad. Porque gran parte de las obras olímpicas, las que no son deportivas, no las necesita Barcelona para lucirse durante 15 días, sino que urgen para no agobiar la ciudad hasta el colapso. Una capital precisa hoteles, accesos viarios dignos de tal nombre, un aeropuerto que no sea cochambroso: ésas son las únicas medidas drásticas verdaderamente urgentes. Los errores funcionales y las chapuzas detectadas en algunas realizaciones -como las grotescas goteras del estadio Olímpico- tienen arreglo. El mismo estadio se ha inaugurado con precipitación, pero con una holgada antelación de tres años.
La Generalitat y la Administración central no se han volcado, al menos hasta ahora. El Gobierno de Pujol ha asumido compromisos exiguos -no participa, por ejemplo, en el holding olímpico- alegando falta de liquidez, cuando las disponibilidades presupuestarias siempre son opciones políticas, y se ha enorgullecido públicamente de no poner bastones en las ruedas del proyecto. El Gobierno central nombró ayer su representación en el holding olímpico, pero ha venido manteniendo una actitud más bien distante, al amparo de que en el 92 hay otras ciudades españolas que tienen, igualmente, citas internacionales. Y, en el fondo, ha desconfiado ante el protagonismo y las continuas peticiones municipales. Así, estos acuerdos tardíos más parecen motivados por el miedo a un cataclismo que por la voluntad de un esfuerzo mancomunado.
Indudablemente, Pasqual Maragall ha proyectado muy tímidamente la oportunidad que suponen los Juegos para España, y en este torpe déficit de información se ha visto, desde otras Administraciones, un recelo barcelonés a precisar las inversiones y permitir su adecuado seguimiento, cuando no el peligro de un pozo sin fondo motivado por proyectos fantasiosos. Como al cabo se ve en el caso de la circunvalación, no se trataba de fantasías, sino de necesidades perentorias. Pero había que haberlo explicado mejor.
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