Toreros nada políticos
Núñez / Manzanares, Ortega Cano, Cepeda
Toros de Carlos Núñez, bien presentados y nobles; 1º y 4º bravos, resto manejables. Manzanares: oreja; oreja. Ortega Cano: dos vueltas; vuelta. Fernando Cepeda: vuelta; vuelta. Plaza de Albacete, 13 de septiembre. Sexta corrida de feria
El cartel, tres toreros calificados de artistas, prometía un cambio de rumbo en tan mediocre feria hasta ahora, si los diestros cumplían las expectativas despertadas. Y cumplieron, con un comportamiento opuesto al de los políticos, que tanto prometen y tan poco cumplen.¿Servirá a éstos de señero ejemplo? Difícilmente, pues pese a estar en campaña electoral los políticos abarrotaron, como de costumbre, el callejón. Para ellos cualquier excusa es buena para ir de gorra y sacar barriga. Los diestros, que defraudan casi tantas veces como los políticos, en esta ocasión se portaron con dignidad. La afición se lo agradeció con largueza y salió toreando hacia los ejidos del ferial.
Para que los artistas interpreten necesitan una materia prima, una partitura sobre la que afloran técnica y sentimiento. Los bondadosos toros de Núñez, de comportamiento pajuno y enmalvado, se encargaron de ello. Primero y cuarto fueron bravos. El resto blandeó en el último tercio y, cual lamparillas, se fueron apagando en la fase final de las faenas, cuando el público estaba más encandilado con los arreboles artísticos que se desarrollan en el ruedo.
Las sinfonías quedaron incompletas por esta razón en el caso de Ortega Cano y Cepeda, y por utilizar Manzanares sus clásicos defectos de citar en oblicuo y de correr a colocarse tras cada pase por no rematarlo bien. Pero, puestos a cumplir, el alicantino, que lleva varios años cayéndose de los carteles del abono albacetense, esta vez cumplió. No sólo hizo el paseíllo, sino que la dimensión estética de su toreo fue calando en la fibra sensible de los espectadores, que vibraron con la luminaria musical.
Tanto se confió Manzanares que sus dos citados defectos fueron a menos y su entrega a más. Hasta el punto de que con el veleto cuarto desgranó varios pases sin mover los pies, otros ligados e incluso dio un molinete de rodillas citando a casi 20 metros. Todo lo hizo con mucho gusto, destacando sus chicuelinas con las manos bajísimas, sus desmayaos y sus enjundiosos cambios de mano.
El brillo de Ortega Cano asomó por otros caminos, siempre dentro del arte, pero con mayor profundidad y ligazón. Sus verónicas embraguetadas y ganando terreno al quinto fueron de excepcional calidad y verdad. Pero sus dos animales se fueron rajando y Ortega Cano hubo de robarles los pases, bajando su labor cuando se esperaba la explosión musical a ritmo de molto vivace.
Estas partituras finales en blanco también impidieron a Cepeda alcanzar el máximo esplendor con el señuelo escarlata. No obstante, improvisó en el sexto varios lances bellísimos con el percal, que cerró con una rriedia todo un monumento a Beethoven. Valentísimo y encunado, su maestra batuta también encandiló a la afición hasta que se acabaron los pentagramas. Manzanares fue sacado a hombros, mientras Ortega Cano y Cepeda abandonaban la plaza entre clamorosas ovaciones. Habían toreado y habían cumplido.
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