Llega de Japón el primer gran filme del festival, 'Muerte de un maestro del té'
La película, protagonizada por Toshiro Mifune, rompe la mediocridad y la desolación del certamen veneciano
El cine japonés ha aportado por fin a este mediocre y casi desolador festival la primera gran obra, Muerte de un maestro del té. La escribió, siguiendo un relato del novelista Yashusi Inoue, el guionista -autor de las últimas películas de Kenji Mizoguchi- Yoshiata Yoda; la interpreta, entre otros maestros del cine japonés, Toshiro Mifune, actor genial y de especie única, y la dirige Kei Kumai, un veterano del cine japonés desconocido en España y formado en la herencia del estilo de Akira Kurosawa, cuyo cine sí ha merecido atención en nuestro país.Casi todas las virtudes del cine japonés parecen haberse convocado en las bellas imágenes creadas por el fotógrafo Masao Tochizawa. Pero la aparición del cine en Venecia coincidió con su absoluta negación en un inconcebible engendro griego titulado ¿Me amas?
El filme japonés no narra en sentido estricto, sino que representa a través de austeros ritos los últimos años de la vida de un maestro de la exquisita ceremonia del té, que tuvo su auge en la segunda mitad del siglo XVI y en la que se refugiaban, en medio de un férreo sistema feudal, los poetas y los hombres libres de aquel régimen de pequeños tronos sangrientos.
Este maestro del té se llamó Rikyu. Era poeta y filósofo. En cierta ocasión uno de sus discípulos le oyó decir: "En la cumbre de la poesía están el frío y el desierto".
Suicidio
Rikyu no dejó ningún escrito. Sus enseñanzas y sus poemas sobrevivieron oralmente a su terrible suicidio por seppuku, rito de muerte al que se acogió voluntariamente como respuesta al despotismo del jefe de su clan, al que nunca permitió entrar en su casa, limitándose a hacer el té para él y sus guerreros, y creando en su pequeña cabaña un -en palaras suyas- "ámbito de libertad" que no permitió que nadie profanase. Otra vez Rikyu dijo: "La armonía y el respeto entre los hombres es la esencia de la ceremonia del té".Contemplar al gran Toshiro Mifune, con su rostro intenso, impenetrable, y con su voz que parece salir de una caverna, celebrar la pacífica, delicada y minuciosa ceremonia del té es un regalo inesperado en esta Mostra llena de cine insufrible. Kei Kumai y Yoshikata Yoda, sin alcanzar la perfección de sus respectivos maestros, Mizoguchi y Akira Kurosawa, se acerca a ellos. Su filme está perfectamente construido. Nada le falta, nada le sobra.
Muerte de un maestro del té discurre sobre rostros y no tiene acción aparente; pero, poco a poco, bajo su tiempo, el espectador comienza a dejarse llevar por imágenes que casi imperceptiblemente se transforman en sensaciones y finalmente en ideas. En enérgicas ideas.
En ideas que expresan el rechazo al poder y la búsqueda de la armonía espiritual. Y el angosto escenario donde Rikyu celebra sus ceremonias de amistad se hace espacio universal, lugar de encuentro de todos los hombres de cualquier tiempo. Kei Kumai lo sabe. La belleza de Muerte de un maestro del té no le ha salido casualmente, sino que es algo pacientemente buscado y finalmente encontrado.
Dijo el cineasta japonés: "El arte y la sabiduría de Rykiu, que ejercieron una, enorme influencia en el pensamiento filosófico de mi país, se desarrollaban por medio de una simple ceremonia, en la que él elaboraba una taza de té de acuerdo con unas reglas que eran expresión de cierto espíritu que hoy no nos puede ser ajeno, pues no podemos permanecer insensibles ante alguien que rehusó plegarse al poder a costa de su vida. He querido desvelar el pensamiento de Rikyu a través de imágenes y al mismo tiempo pretendo reconstruir la belleza del sentimiento afectivo que puede crearse entre un maestro y unos discípulos, una belleza que el hombre de hoy ha olvidado".El filme refresca así la memoria contemporánea de algunos de sus olvidos más dramáticos. Tiene esto mucho que ver con la presencia del famoso Decálogo, del polaco Krysztof Kieslowski en la Mostra. Una periodista francesa preguntó a Kieslowski, con sonrisa de suficiencia: "¿Por qué se ocupa usted de los Diez Mandamientos si están olvidados?". Y respondió el cineasta: "Precisamente por eso". No se sabe si a la sagaz reportera se la tragó la tierra, pero es seguro que su sonrisa de suficiencia se ha perdido para siempre.
La de cal fue el filme japonés. Pero horas después llegó al Lido veneciano la de arena: un filme griego seudoporno titulado ¿Me amas?, cuyo director no hace al caso, pues no está dirigido. Lo que menos se puede decir de él es que es un producto subnormal en el sentido literal del término: por debajo de lo normal, muy por debajo, es decir bajo mínimos.
Es posible entender que se hagan películas como ésta, pero lo que no hay manera de que entre en las entendederas de nadie es que se las seleccione para un festival que se autodefine como Mostra Internazionale d'Arte Cinematografica. Guglielmo Biraghi, director del tinglado veneciano y responsable personal de la selección de filmes en concurso en esta Mostra, ¿está usted en sus cabales?, ¿ha perdido el norte? ¿o hay gato encerrado en su tremendo disparate? Las tres preguntas circularon ayer por aquí de boca en boca.
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