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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Camboya, sin solución

HA FRACASADO la conferencia de París sobre Camboya. La presencia en el acto inaugural, hace un mes, de los máximos responsables de la política exterior de EE UU, URSS y China, y del secretario general de la ONU, hizo pensar que existían las bases para un acuerdo entre los grupos camboyanos para iniciar una transición hacia un nuevo régimen a partir del 27 de septiembre, fecha en que debe concluir la evacuación de las tropas vietnamitas. Pero los debates que se han sucedido intensamente en la capital francesa no han permitido lograr un compromiso. En el acto de clausura estaban ausentes los grandes de la diplomacia mundial. Roland Dumas, el ministro francés de Exteriores, que presidía la conferencia con su colega de Indonesia, sólo ha obtenido el vago compromiso de convocar una nueva reunión antes de marzo. El fracaso se debe a varias razones, unas más públicas que otras. En el plano estrictamente camboyano, la imposibilidad de un compromiso ha sido motivada por el problema de los jemeres rojos. Los tres grupos de la resistencia -que encabeza el príncipe Sihanuk- han defendido el derecho de los jemeres rojos a participar en el Gobierno de reconciliación que se deberá crear una vez se hayan marchado los vietnamítas. Ello implicaría que tropas de los jemeres rojos serían integradas en el nuevo Ejército encargado de garantizar el orden en el período de transición.

Hun Sen, jefe del Gobierno provietnamita, acepta un Gobierno de transición presidido por Sihanuk, pero se opone de modo tajante a la presencia en él de los jemeres rojos. Y ello no sólo por el recuerdo del régimen criminal de Pol Pot, sino por el hecho de que los jemeres rojos son, con mucha diferencia, el grupo militarmente más fuerte. Su entrada en el Gobierno equivaldría a hipotecar la transición, tanto por el temor que ello despertaría entre la población como por el riesgo de que utilizasen esa fuerza militar para imponer por la fuerza su hegemonía en la situación de transición. Hun Sen se niega a disolver las fuerzas militares de que ahora dispone para dar paso a una situación que podría desembocar en guerra civil o en nuevas barbaridades de los jemeres rojos.

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Pero en el fracaso de la conferencia de París hay causas que desbordan el marco camboyano. La actitud del Gobierno chino, si bien en un principio parecía flexible, se endureció en el curso de la reunión; no hubo vacilación en su apoyo a los jemeres rojos y ello ha sido decisivo para que éstos mantuviesen una actitud intransigente. Por parte de las otras grandes potencias, esa actitud china ha tenido escasa respuesta. Sin embargo, la solución del problema, camboyano, si bien es inimaginable sin la cooperación de Pekín, tampoco es posible con los jemeres rojos. Es, pues, necesario lograr por medios diplomáticos una evolución de la actitud china, en el sentido de que no se oponga a alguna forma de neutralización de los jemeres rojos en el período de transición. En realidad, antes del giro que han representado en la política china las rnatanzas de Tiananmen, se habían dado pasos en esa dirección. Al aceptar la cumbre con Gorbachov, Pekín dio por casi resuelto el obstáculo camboyano. Es obvio que, al hacerlo, concebía posibilidades de solución para Camboya menos cerriles de las que ha defendido en la conferencia de París.

En cuanto a las potencias occidentales, y en particular EE UU, su posición no ayuda a presionar sobre China en el sentido de la flexibilidad. Si en etapas anteriores era lógico considerar a Hun Sen como un títere de los vietnamitas, hechos recientes aconsejan una actitud más matizada. Es más, independientemente de la opinión que se tenga sobre Hun Sen, no es congruente que la actitud de Washington, al cargar todas las culpas sobre él, tenga como consecuencia respaldar la posición que exige la presencia de los jemeres rojos en un futuro Gobierno camboyano.

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