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Situación caótica

La memoria del Plan de Saneamiento, redactado hace tres años, que costaría hoy llevar a cabo más de 8.000 millones de pesetas, revela una situación caótica derivada del desarrollo industrial de los últimos años. Más de 300 empresas se han asentado en las márgenes y contribuyen a la degradación progresiva del entorno. Unas 170 radican en el Ayuntamiento de Santander y más de medio centenar en el de Camargo, tercer Ayuntamiento de Cantabria (550.000 habitantes) por número de residentes.La población fija cuyas aguas residuales se arrojan a la bahía con absoluta carencia de estaciones depuradoras se aproxima a unos 200.000 habitantes. Numerosas localidades carecen de redes de alcantarillado, especialmente las asentadas en la orilla sur, así que los puntos de vertido pueden alcanzar a todo el ámbito geográfico. La evaluación de los residuos que las industrias vomitan asciende a unos 4.600 metros cúbicos al año.

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En el futuro, cuando sea preciso tratar esta venenosa marea, habrá de redactarse un plan de procesos específicos porque su entrada directa en las plantas depuradoras convencionales perturbaría su funcionamiento. Los análisis han revelado la existencia de mercurio, arsénico, cinc, plomo e incluso cianuro que se mezclan con el agua del mar cuando ésta anega colectores y ramales de las redes de alcantarillado.

Cálculos

Los cálculos de la Agencia Regional de Medio Ambiente, a quien se debe la autoría del plan de salvamento, son tan concluyentes como sombríos: el caudal medio de aguas residuales (sin la lluvia) que penetrará en la bahía a partir del año 2010 ascenderá a 68.747 metros cúbicos por día (25 hectómetros cúbicos anuales), con una carga contaminante de 21.571 Hos DB05 por día (demanda bioquímica de oxígeno en cinco días, de la materia orgánica para su degradación). Esto es, 7.874 toneladas al año.

Especies como la lubina, la dorada, los cámbaros y las esquilas han desaparecido, pero a los efectos de la contaminación y los rellenos hay que agregar la desaprensión de muchos furtivos que no esperan a que la bajamar descubra los fondos de la bahía. Protegidos por trajes de neopreno y a veces utilizando botellas de oxígeno, extraen los moluscos de su propio hábitat ante la desesperación de los mariscadores.

"Así, nuestros salarios, por una cadena de agresiones enlazadas entre sí, son cada vez más menguados", se queja Alicia Rokeñi, presidenta de la cofradía de mariscadores de Pedreña, la aldea "de libre ventilación y clima sano" que descubriera Pascual Madoz en su diccionario del siglo precedente y cuyas gentes alcanzaron una cierta prosperidad gracias a la pasada productividad de la bahía.

Ésta, aunque degradada en sus fondos y parcialmente envenenadas las orillas, conserva globalmente su portentosa belleza, siempre cambiante según los vientos, la posición del sol y el coeficiente de las mareas.

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