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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El nuevo Gaddafi

AQUEL SOÑADOR que llegó al poder a los 27 años con la iluminación de fundir todo el norte de África en un islam guerrero y fuerte, capaz de enfrentarse con las viejas humillaciones de Occidente, conmemora hoy los 20 años de su república -la Yamahiria, el régimen de las masas- con un nuevo sentido de la madurez. Estamos en la era de las contrarrevoluciones, y Gaddafi pretende hacer él mismo la suya antes de que se la hagan, y aplica el mismo entusiasmo con el que quiso hacer la revolución: hace poco más de un año él mismo conducía el bulldozer que derribaba los muros de la cárcel de Trípoli donde sus enemigos políticos llevaban tanto tiempo presos como él en el poder: nunca se ha visto una amnistía tan plástica, una manera tan espectacular de hacer una entrada en el liberalismo. Al mismo tiempo, anunciaba la abolición de la pena de muerte y de los estados de excepción. Hoy termina la guerra de Chad y recibe en casa a sus enemigos con besos árabes de amigo.Espectáculo, teatro, han formado siempre una parte esencial del coronel Gaddafi, desde sus uniformes fantásticos a su lenguaje florido y arengarlo, a las oscilaciones entre el fanatismo guerrero de un hijo del desierto y los telegramas furibundos contra Thatcher, contra Reagan. El gran desafio de Muanímar el Gaddafi alcanzaba entonces al mundo entero, a todos los grandes de este mundo: y alguno de ellos lo recogió, como Ronald Reagan cuando rnandó sus bombarderos contra el palacio presidencial en la noche del 14 al 15 de abril de 1986. Entonces le acusaba de ser el principal instigador del terrorismo árabe, y la acción militar respondía a uno de los frecuentes errores de cálculo en la información diplomática voluntarísta norteamericana: se suponía que Gaddafi iba a ser inmediatamente desposeído por sus militares. No lo fue, pero algo profundo cambió en él; a partir de entonces fue un poco menos el "loco de Trípoli", un poco más el gobernante que comenzaba a comprender que los tiempos eran otros.

Espectáculo y teatro están formando parte de los festejos del vigésimo aniversario del destronamiento del,último rey y del ascenso al poder del aventurero. Algunos movimientos políticos importantes forman parte de este espectáculo, como la firma del nuevo acuerdo de paz con Chad, para terminar una guerra que tiene casi tantos años de existencia como los tiene Gaddafi en el poder; y a su lado, en las celebraciones, están Hassan II -con quien firmó una de sus fantásticas unificaciones territoriales que nunca se realizaron en la práctica: como con Argelia, o con Egipto-, que tiene la bendición occidental, y Yasir Arafat, al que hasta hace poco condenaba por entreguista, por derrotista, por querer pactar el destino de Palestina en lugar de reconquistarlo a sangre y fuego.

El Guía tiene, por hoy, el rostro sin tensión de la época en que estamos. Digamos que lo ha adquirido sobre todo en los dos últimos años, a fuerza de derrotas y de aislamiento internacional: pero lo paradójico de estas derrotas consiste en que le han consolidado. Tiene menos riesgos, porque no entra visiblemente en ellos. La población parece recibir algo más de las rentas del petróleo que antes se dedicaban a aventuras internacionales (pero ahora el precio es menor que en los grandes tiempos); y la introducción de lo que en su jerga llama "estimulantes materiales" parece significar un deseo de que el comercio y el trabajo estén remunerados de acuerdo con el esfuerzo: ecos lejanos de Moscú o de Pekín, pequeño remedo de perestroika. Tremendas naderías, arreglos de zocos, gestos y gestos; pero para una población sacrificada desde hace 20 años suponen algo, y sobre todo suponen lo que ellos creen que es el principio de algo.

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