Ser europeos
ENVIADA ESPECIAL, Cuando el cardenal primado Glemp se permite hablar mal de los judíos, muchos polacos se estremecen, no sólo por la discriminación sino por la inexactitud histórica. Aparte de los diferentes pogromos y de la purga brutal que el propio partido comunista protagonizó en el 68, el tema judío sólo resulta alimento de conversación para el cardenal Glemp y otros fanáticos que creen que en el mundo no hay espacio para dos pueblos elegidos. "En Polonia no quedan más de 200 judíos", confesó a EL PAÍS un intelectual de los que piensan que en este momento quienes empujan hacia adelante al sector más pío de Solidaridad son los judíos laicos.
Muchos polacos se han sentido disgustados, cuando no ofendidos, por las declaraciones del cardenal Glemp contra los judíos. Los polacos son gente extrema pero no voluble. Del mismo modo que reniegan de los males del comunismo, abominan de los errores a que puede inclinarlos un malentendido capitalismo. Por encima de todo son polacos. Y, aún más arriba, quieren ser europeos.
Esta gente del sur que sólo por un malentendido histórico son del norte se muestran sentimentales, caóticos, no demasiado seguros, algo fanáticos y sobre todo ansiosamente europeos. Más de 120 años vividos a contrapelo les han deparado un historia desgarradora, en cuyo transcurso se han consumado repartos, invasiones y pactos secretos para convertirlos en merienda de otros, y se resumen hoy en un ferviente propósito: ser europeos como los otros. "Europeos del Este", especifican. "¿Nos notas algo distinto?", preguntan, al acecho de su propia diferencia.
Les caracteriza la ansiedad: "¿Soy polaco, soy del Este, soy Europa?". "¿Soy lo bastante de Europa para gustarte?". Poseen un deseo tremendo de ser como nosotros y al mismo tiempo una fascinante dignidad. Un polaco jamás acepta un regalo que no pueda devolver. Un polaco puede dejarse el sueldo por comprarte un ramo de flores para que cuando te vayas puedas contar que Polonia es un país distinto. Y europeo.
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