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SAN SEBASTIÁN DE LOS REYES

'¡Músicaaa!'

A la gente le gusta pedir músi ca en los toros, fumarse un puro, darle tientos a la bota de vino, y si es en feria, más música, puros, vino. El público de San Sebastián de los Reyes, que está de feria, cumplía es crupulosamente con todas estas especificaciones. Cierto que no todos pegaban fuego a los puros -hay muchos que no fuman-, ni empinaban el codo -algunos son absternios-, ni pedían música, si bien estos úl timos eran minoría. La mayoría pedía música y unos instantes después ya se estaba arrepintiendo. En cuanto oía a la banda. La banda de San Sebastián de los Reyes está compuesta por profesores entusiastas que tienen un sentido musical no siempre fácil de entender. Es una banda con personalidad y quien la escuchó, ya no quisiera escuchar otra. También es una banda sonora. La banda de San Sebastián de los Reyes, por el mismo precio, colma de música la plaza y todo el término municipal, hasta Barajas."¡Musicaaa!", pedían espectadores de por allá lejos, y tenían la oposición de los de por acá cerca. Los de por acá cerca les gritaban a los de por allá lejos: "¡No pediríais música sí estuvierais aquí!". Pero la banda tocaba y tocaba, tarirarííí, tarirarááá, pumba, pumba, catapumba, tronante y pavorosa, inasequible a ruegos, amenazas y hasta intentos de soborno. Así mientras los toreros lo hacían peor, y curiosamente cuando lo hacían mejor, dejaron de tocar. Sería porque las musas no daban abasto para atender a los músicos y a los toreros a la vez. Las musas tienen demasiado trabajo en agosto.

Pizarral / Manzanares, Domínguez, Ortega

Toros de El Pizarral, tres indecorosos y resto más aparentes, flojos, de buen juego en general. José Mari Manzanares: estocada corta baja (oreja); pinchazo, estocada corta trasera atravesada y descabello (silencio). Roberto Domínguez: tres pinchazos y tres descabellos (aplausos y también pitos cuando saluda); pinchazo hondo caído atravesado (dos orejas). Ortega Cano: tres pinchazos y dos descabellos; la presidencia le perdonó un aviso (aplausos); pinchazo y estocada (oreja). Plaza de San Sebastián de los Reyes, 29 de agosto. Quinta corrida de feria.

Las musas, de repente hacían mutis y tardaban en volver, pero volvían. Dónde iban a ir que más valieran. Allí estaba Manzanares, buena percha para las musas, perdidito en una vulgaridad pegapasista, hasta que regresaban, y entonces le insuflaban fantasía. Los ayudados con que cerró Manzanares su primera faena, poseyeron la exquisitez del arte. Su otra faena no existió ya que el toro probaba incierto la muletilla y el diestro desconfiaba de sus intenciones.

Las musas de Roberto Domínguez estuvieron yendo y viniendo como si padecieran seguidillas, y le provocaban una especie de hipo taurino. Es decir, que daba un pase bueno, otro malo; uno en el tercio, otro en las antípodas. El ancho ruedo necesitó Roberto Domínguez para explayar sus faenas a sendos toros boyantes excelente el segundo de su lote Obtuvo el triunfo en este y en cambio su mejor obra fue una tanda de redondos mesíos que le cuajó al anterior.

La gente estaba contentísima con la faena de Roberto Domínguez al quinto; pidió músicaaa, pero no hubo músi caaa, pues el público de acá daba conversación a la banda para tenerla distraída; pidió la oreja y ¡la-o-tra, la-o-tra!, que se concedieron. La gente creía que toda la desligada, inconcreta y afanosa faena de Roberto Domínguez había sido orégano. Hasta que llegó Ortega Cano, y se puso a torear.

Del toreo, su esencia: así hizo Ortega Cano en el sexto. Tirar del toro, cargar la suerte, rematar atrás... y ligar en un palmo de terreno: ¡torear, nada menos! En el tercero había sido un aburrido pegapases, entre tarariros, las musas en el aseo, empolvándose la nariz. Regresaron para el sexto, Ortega Cano se las metió en el bolsillo del chaleco -el que está pegadito al corazón- y toreó en un solo terreno, sometiendo o quizá embrujando al toro a base de mando, de sentimiento, de casta torera. Música eran entonces los olés rotundos y las ovaciones encendidas, y debía sonarle a celestial. El propio toreo parecía celestial y la afición se derretía de gusto. Cuando se torea así de bien, eso es la Quinta Sinfonía o el Aleluya de Haendel, a elegir.

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