La grandeza de la cámara
La fusión de un gran violinista como es Pinchas Zukerman (Tel Aviv, 1948) y de un maestro del piano y compositor como Marc Neikrug (Nueva York, 1946) para hacer música de cámara concitó el interés del público santanderino, que llenó y hasta rebasó en la noche del domingo el claustro de la catedral.Zukerman, ocioso es decirlo, es uno de los grandes de su generación y de la violinística contemporánea, como instrumentista y como músico, si es que estos conceptos admiten disociación. Su virtuosismo parece estar en viaje de vuelta.
Vencidas todas las dificultades, dominados cuantos aspectos tipifican el más exigente virtuosismo, Zukerman se expresa musicalmente con máxima y aparentemente fácil naturalidad. Bien sabemos que detrás hay largo tiempo de trabajo a partir de los dones naturales.
Lo cierto es que desde la Suite italiana, de Stravinski (versión de Pultinella realizada por el mismo compositor), la melódica tomada a Pergolesi y las especias con que la aderezó el áutor de Petruzhka nos llegaron de manera perfecta. Luego, Zukerman y Neikrug explicaron qué es y cómo se hace la sonata romántica en Beethoven y Schumann.
Suelen empeñarse los comentaristas en señalar, a cada paso, el mayor o menor índice de importancia de las diversas obras y, lo que es más curioso, separan tal condición de la belleza que contienen. La verdad es que cualquier obra de arte, si es bella, ya es importante, en el sentido más justo del término. Lo es, por tanto, la Sonata en mi bemol, opus 12, de Beethoven; lo es la Primera sonata, opus 105, en la menor, de Schumann.
El ideal sonoro ha mudado entre ambas páginas por la evolución del sentimiento y el gusto y la presión personal de los dos maestros alemanes, cada uno de los cuales ensancha sus propios límites. Si Beethoven no nos permite olvidar a Mozart, Schumann nos obliga a pensar en su amigo y continuador, Brahms.
Violinista y colaborador desde hace 13 años recibieron el largo homenaje del público.
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