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La voluntad democrática

A través de los acontecimientos que acabamos de vivir y que hacen de 1989 el año que marca el final de los regímenes comunistas, en que éstos han comenzado a ceder espacio a un régimen democrático o a quedar reducidos a dictaduras militares o personales, se nos impone una pregunta: ¿de dónde surge esta voluntad democrática, súbitamente tan poderosa después de tantos años de silencio?En 1980-1981, Solidaridad nos trajo una revelación sobrecogedora. El régimen comunista dejaba de tener ascendente, e incluso quizá jamás lo haya tenido, sobre la sociedad polaca. Como si la imagen que ofrecía al exterior el régimen polaco no hubiera sido más que una máscara que ocultaba el verdadero rostro del país. Pero dudamos, a pesar de todo, en generalizar esta conclusión, y en particular en extenderla a la URSS. Muchos observadores, con Zinoviev a la cabeza, nos hablaban de la hipocresía y del doble juego de los intelectuales, pero siempre subrayando la apatía de la población y su nacionalismo conservador. China, desde los inicios de la revolución cultural y sobre todo a través del movimiento estudiantil de 1979, había dado pruebas de la existencia de una ruptura muy profunda entre una parte de la juventud universitaria y el régimen. ¿Pero quién podía prever el movimiento de masas que arrastraría a la población de Pekín a aglutinarse en torno a los estudiantes? ¿Quién se habría atrevido a anunciar hace tres años lo que hoy se observa en Moscú y que todos estaríamos dispuestos a generalizar conclusiones que parecen imponerse para Polonia, Hungría, la Unión Soviética, China y otros países? ¿Estamos seguros de que mañana el régimen comunista puede descomponerse de la misma manera en Checoslovaquia, la RDA, Cuba o Corea del Norte? ¿Osaremos llevar nuestro pensamiento hasta el fin y afirmar que estamos asistiendo al fin de los regímenes comunistas, de los que ya nadie podrá afirmar que representan a la población de su país? ¿O es que debemos aceptar una respuesta menos exultante y decir que los regímenes, agotados por su incompetencia económica, sólo se apoyan en una obediencia pasiva, y que, en el momento de una crisis, se abre un espacio para los pequeños grupos contestatarios que miran hacia Occidente, pero no representan, como tampoco el propio partido, a una población preocupada sobre todo por su nivel de vida y su aprovisionamiento? En resumidas cuentas, ¿se está en presencia de la liberación de un espíritu democrático largo tiempo avasallado o del agotamiento de todas las ideologías y el predominio de las reivindicaciones económicas inmediatas, que se sirven de las ideas democráticas como los regímenes autoritarios, según convenga a sus intereses?

Es demasiado fácil despojarse de una respuesta ingenuamente idealista: si la aspiración a la democracia es natural, debe ser constante e irreprimible. ¿Por qué, entonces, no se ha hecho, oír constantemente, y por qué surge como un hecho nuevo en el mundo, dado que es el bicentenario y no el bimilenario de la Revolución Francesa lo que celebramos? A la inversa, después de esta primavera de 1989 no nos está permitido negar que fueron las ideas democráticas las que sublevaron a los pueblos y no solamente unos pocos estudiantes occidentalizados. ¿Cómo, entonces, aproximarse al sentido de los sublimes acontecimientos que acabamos de presenciar en China, en la URSS, en Polonia, gracias a los cuales sabemos que, de ahora en más, incluso si vuelve a caer la noche sobre el país más grande del mundo, las miradas de los pueblos se vuelven hacia la democracia y aguardan su retorno?

La respuesta a esta pregunta obsesiva reside, según mi parecer, en que la vida de los pueblos tiene dos aspectos complementarios, pero sobre todo opuestos. Por un lado, se trata de una vida social, formada por relaciones de competencia, de dominación, de conflictos e, de cooperación entre individuos y categorías sociales; es, por tanto, un mundo de diversidad. Por otro, es la historia de un Estado que traza su senda del pasado al porvenir, y en rivalidad, en guerra o alianza con otros Estados. Frente al mundo múltiple de la sociedad, el Estado es el dominio de uno. La democracia existe allí y solamente allí donde los problemas internos y múltiples de la sociedad prudencia hacia la democracia es tanto más fuerte cuanto que la sociedad existe allí y solamente allí donde los problemas del Estado o se liberan de ellos. Y esta tendencia hacia la democracia es tanto más fuerte cuanto que la sociedad existe más como un conjunto, como una nación, se podría decir, en un lugar de estar segmentada por la ausencia de comunicaciones, la ignorancia, la multiplicidad de culturas, las distancias sociales, la pobreza o la violencia: La democracia es la expresión de una sociedad liberada del poder integrador y dominador del Estado, cuya razón de ser es la unificación de la sociedad liberada del poder integrador y dominador del Estado, cuya razón de ser es la unificación de la sociedad al servicio de la guerra contra el extranjero, del respeto a las tradiciones o de la construcción voluntaria de un futuro colectivo.

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Ahora bien, el siglo XX fue el siglo de los Estados voluntaristas animados por una voluntad de liberación social y nacional dirigida contra el Occidente capitalista e imperialista que, por el contrario, durante el transcurso de los siglos XVIII y XIX, había permitido la construcción de sociedades, al mismo tiempo que extendía su dominación más allá de sus fronteras. Los regímenes nacidos de las revoluciones de las crisis de los antiguos regímenes y de los movimientos de liberación narional no son regímenes autoritarios opuestos a regímenes deinocráticos, como si se tratara de dos tipos particulares de organización social y política. Se trata de regímenes cuya lógica es la del Estado, y se oponen, por entero y por su misma naturaleza, a los regímenes fundados sobre la vida social, ya sean democráticos, oligárquicos o populistas. Por eso es tan falso y peligroso hablar de apertura o de liberalismo de los regímenes comunistas. Éstos y muchos otros no pueden transformarse en democracia, igual que el fuego no puede convertirse en agua; son de otra naturaleza, y existe una necesaria discontinuidad entre un régimen dominado por un Estado totalitario o autoritario y una democracia.

Lo que estamos viviendo hoy es un nuevo renacimiento.Éste fue, en su centro, la formación de sociedades por el comercio, la ciencia, las artes y el retroceso de los Estados y de los imperios, hasta que el absolutismo, la contrarreforma y las guerras restituyen la preponderancia de los Estados sobre las sociedades.

¿A qué se debe hoy este nuevo renacimiento? Por un lado, a que en grandes regiones del mundo las sociedades se han modernizado, integrado: se han desarrollado las comunicaciones, el nivel de instrucción se ha elevado, las necesidades son más diversas. Pero, por otra parte, y sobre todo, porque la misión de esos Estados voluntaristas, modernizadores, y revolucionarios está agotada. El Estado soviético es el más agotado, porque ha conservado durante más tiempo su voluntad expansionista, invadiendo Afganistán luego de haber intentado apoderarse de Berlín, pero manipulando también a los militares etíopes y a los revolucionarios anticolonialistas de Angola y Mozambique, apoyando a Cuba hasta el agotamiento, armando Gobiernos y guerrillas por todo el mundo. ¿Para qué sirve hoy ese espíritu de conquista, cuando en el Tercer Mundo ya no son los marxistas leninistas los que priman, sino los nacionalistas o los islamitas? ¿Para qué, cuando el peso de los gastos militares aplasta la economía soviética mientras que sigue siendo soportable para la economía estadounidense? El partido-Estado chino, después de los enfrentamientos de Vietnam, debió abandonar una parte de su dominio sobre la sociedad creando un sector económico libre, cuyo éxito aceleró los desequilibrios de un sistema que jamás podrá ser mixto. El renacimiento de la democracia se debe antes que nada al agotamiento del modelo estatal voluntarista, tan visible en Argelia como en China, en Cuba como en Polonia, en Birmania como en Hungría.

Pero no existe ninguna fatalidad para el paso a la democracia. La descomposición del poder del Estado puede conducir al caos o a luchas entre regiones o facciones, a populismos o a nacionalismos antidemocráticos, como lo demuestra la acción del Pamiat en la URSS o de los nacionalistas polacos excitados por los sindicatos oficiales, que buscan en la demagogia populista un remedio a su inexorable decadencia. Pero es la democracia la más fuerte de esas tendencias, pues es ella la que afirma más directamente la necesaria ruptura con el absolutismo del Estado. Tal fue, tal es el objetivo central de Solidaridad. Tal es la tarea de los demócratas elegidos para la Asamblea del Pueblo y el Soviet Supremo de la URSS, de los que Sajarov es la figura más notoria. Tal fue la esperanza a la que tantos estudiantes chinos acaban de sacrificar su vida. Nuestras democracias parecen gastadas porque ya no tienen frente a ellas a su principal adversario, el Estado totalitario. Aunque españoles y portugueses tengan buenas y recientes razones para estar más activamente aferrados que otros a la democracia. Pero en el conjunto del mundo comunista y en los países del Tercer Mundo que constituyen ya naciones, la llamada a la democracia tiene toda la fuerza de un movimiento de liberación, en ruptura con la hegemonía de un Estado o de un partido, y de renacimiento de una vida social que se afirma independiente tanto en sus actividades económicas como en sus creaciones culturales.

Pero esta grandiosa lección no debe sernos muy lejana. También nosotros estamos todavía demasiado dominados por la lógica del Estado, porque acabamos de vivir un largo período de guerra fría durante el cual hemos contado sobre todo con el Estado para que guiara nuestra modernización. Sólo manifestaremos verdaderamente nuestra solidaridad con los estudiantes chinos asesinados, con quienes hacen revivir la vida política en la URSS y con los militantes electores de Solidaridad si también nosotros, que ya somos ampliamente libres, hacemos renacer nuestras sociedades y las volvemos más democráticas, más abiertas y más creadoras, pero también más igualitarias, más justas y más transparentes.

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