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Conservador, pero pragmático

Frederik Willem de Klerk, de 53 años, no figura en el Quién es quién de Suráfrica del pasado año, pero aparecerá en la próxima edición. Corrio presidente del Partido Nacional, en el poder, jefe de Estado interino desde, ayer, tras la dimisión el día, anterior de Pieter Botha, de 73 años, y casi seguro presidente titular tras las elecciones del 6 de septiembre, será él quien tenga que enfrentarse o negociar con los negros surafricanos.¿En qué se diferenciará la época De Klerk de la era Botha? ¿Cómo reaccionaría el mundo ante su figura si pretendiese encaminar el país con suavidad hacia una mayor justicia?

Se estima que su mandato será menos duro que el de Botha y que, si se ve acorralado, reaccionará con mayor pragmatismo. Puede marcar un punto de inflexión entre guerra racial o paz, o a lo peor los acontecimientos le sobrepasan. El tiempo lo dirá.

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Frederik de Klerk es un miembro más joven y más moderno del partido de Botifta. Su padre fue ministro y cuñado del jefe de Gobierno J. G. Strijdom. Ha crecido literalmente en el seno del partido.

De manera instintiva, De Klerk cree -a diferencia de Botha que ha tenido una larga e íntima relación con los militaresen un Gobierno civil. Ambos son conservadores convencidos del concepto de grupo (segregación o , en la práctica, dominio de los blancos).

Sin embargo, el pragmatismo de De Klerk podría llevarle más allá de la discriminación racial de lo que el reformista Botha jamás habría soñado. El hermano mayor de De Klerk, Willem, más liberal, en desacuerdo con las afirmaciones radicales de grupos raciales, sostiene que "los puntos de vista políticos de Frederik son más pragmáticos que rígidos. Tiene una buena cabeza, es razonable y no siempre dogmático".

Por primera vez desde los últimos años de la década de los cincuenta, el jefe del Ejecutivo gobernará teniendo en cuenta los caucuses (asambleas locales) del partido. Desde los tiempos de Strijdom, el caucus había sido relegado a un segundo lugar por las diversas guardias pretorianas a que iba dando cabida cada uno de los dirigentes, como el imperio de los asuntos de nativos del doctor Hendrik F. Verwoerd, el predominio de la seguridad policial en la época de Balthazar J. Vorster, o la cuasi dictadura militar de Botha. El Consejo de Seguridad del Estado, que en la época de Botha representaba un poder más allá del Parlamento, el Gabinete o los caucuses, verá contrarrestada su influencia, y será más difícil poder hablar de un golpe militar progresivo.

Las decisiones que tome De Klerk se verán determinadas en gran medida por los resultados de las elecciones generales del 6 de septiembre, por ver si se apoya más en el ala derecha o izquierda del partido. Las encuestas sugieren que el apoyo al partido entre los surafricanos blancos ha caído por debajo del 50%, con resultados equilibrados para las alas derecha e izquierda. El partido ha presentado un plan de acción quinquenal, cuyo principal mérito no es su novedad, sino su vaguedad, ofreciendo algunas perspectivas de apertura ¡limitada en la negociación con los negros.

Los límites del cambio

Por primera vez desde mediados de la década de los sesenta, cuando Verwoerd fue muerto a puñaladas en el Parlamento, el país tendrá al frente a alguien a quien puede describirse como razonablemente intelectual. De Klerk abandonó una cátedra de Derecho para meterse en política, en 1972. El sucesor de Verwoerd, Vorster, era un rudo abogado que hablaba fuerte. Y Pieter Botha, con razón, nunca se ha considerado a sí mismo un intelectual.

Pero si se tiene en cuenta la demanda generalizada por parte de los negros de un traspaso de poderes, ¿hasta dónde podría llegar un Gobierno de De Klerk? El profesor Hermann Giliomee, especialista en ciencia política de Ciudad del Cabo y observador atento de la trayectoria de De Klerk, explica que "los afrikaners aceptarían compartir el poder con los negros, pero no un traspaso de poderes. Antes que aceptar eso se irían al desierto. Probablemente aceptarían compartir el poder a un cincuenta por ciento, con una posible presidencia de carácter rotatorio, etc.".

Le guste o no, De Klerk se verá influido por la opinión mundial, especialmente si la recompensa por conseguir el cambio de los sentimientos de los blancos surafricanos consiste en poner fin al aislamiento mundial y a las sanciones, lo que conduciría a un despertar económico.

Pero mucho dependerá de la postura que adopten los nacionalistas negros. Se ha producido, tanto en los grupos del interior como del exterior, una coincidencia en valorar más positivamente el diálogo que la confrontación. Está en marcha lo que podría describirse como un puente aéreo entre Suráfrica y Zambia, a medida que más blancos surafricanos que no pertenecen al Gobierno se dirigen al país del Norte para intentar discernir mejor de qué va la guerrilla del Congreso Nacional Africano. Y el Gobierno ha consentido este estado de cosas.

Las presiones de las superpotencias, fuertes y continuadas, para asegurar la pacificación de la región van más allá de Namibia, Angola y Mozambique, y llegan hasta Suráfrica. Tras años de guerra, el mero hecho de que se produzca la paz en países vecinos será un estímulo para buscar una respuesta a las aspiraciones de los negros y a los temores de los blancos que viven en Suráfrica.

El líder del Congreso Nacional Africano, Nelson Mandela, con expectativas de verse libre tras 27 años de prisión, podría jugar un papel trascendental en estas operaciones, probablemente como facilitador.

Finalmente, De Klerk es una persona mucho más amigable que el beligerante Botha, cuyos tormentosos encuentros con periodistas, políticos y otros personajes son ya legendarios. Esta cualidad humana podría ser de utilidad para De Klerk si Suráfrica se dirige hacia una fase de negociaciones. Su madre, Corrie, de 84 años, decía en una entrevista sobre su hijo: "Cuando era niño, siempre era capaz de sortear los problemas".

es periodista, ex director de The Cape Times.

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