_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Dos errores

No vale insistir en lo que es obvio los cambios que se están produciendo en la Unión Soviética y en algunos otros países del Pacto de Varsovia son de tal envergadura que habrá que interpretarlos como el hito que cierra el ciclo histórico que comenzó con la I Guerra Mundial. Sea cual fuere el resultado al que se llegue, sin duda muy distinto de los escenarios previstos, el hecho es que se ha traspasado ya el punto de no retorno. Antes de proponer algunos análisis explicativos de lo que está ocurriendo en el mundo comunista, hay que empezar por desbrozar el camino, arrancando tanta maleza ideológica como se ha ido acumulando en un momento en el que a un dominio creciente de las posiciones más conservadoras en el mundo occidental ha venido a añadirse el desmoronamiento del oriental.En efecto, la enseñanza que quieren hacernos sacar de la experiencia de estos últimos años es que no existiría alternativa a la sociedad capitalista, pues la única que habría cuajado, la del socialismo real, ha mostrado hasta la saciedad males e inccivenientes sin fin: los más graves, estancamiento económico y dominación arbitraria de unas burocracias corruptas, dispuestas a practicar el terror más descarnado con tal de conservar sus privilegios.

El capitalismo, que en los años veinte había perdido todo prestigio y que se había tambaleado en los sesenta y setenta, lo encontramos firmemente asentado a finales de los ochenta. Tal es su estabilidad, poder y prestigio que consigue permanecer innominado -¿quién con tan mal gusto para hablar todavía de capitalismo, con la cantidad de eufemismos, desde sociedad industrial a modernidad, a los que podemos echar mano?-, confundido con el orden racional que permitiría a la vez el crecimiento más rápido y la distribución más justa de la riqueza.

La crítica del capitalismo, en que se ha empeñado la izquierda europea desde la década de los treinta de la pasada centuria hasta los ochenta de la nuestra, se revelaría al final un tremendo error histórico. No pocos izquierdistas hasta ayer, si el cinismo al que se han habituado no se lo impide, bajan hoy la cabeza avergonzados de lo quepensaron y dijeron en el pasado; se perciben en la misma situación trágica del creyente que ha sacrificado la vida a una fe, que de pronto se revela mera ilusión infantil. Conviene poner énfasis en que el ex izquierdista converso, de manera en parte inconsciente y en parte interesada, ha contribuido decisivamente a la actual confusión.

Aquellos que identificaron el socialismo posible con el modelo soviético tienden a cometer dos trrores graves de sentido opuesto, según sea la relación que guarden con el propio pasado. Si reniegan de él, la identificación que hicieron del socialismo posible con el real los lleva a la conclusión de que no habría alternativa a la sociedad capitalista, en la que, sobre todo si han logrado ascender en la escala social, cada día descubren nuevas virtudes con la fe encendida del neófito. En cambio, los que -por mucho que constaten el desmoronamiento del socialismo real- no dejan de percibir la injusticia, violencia y enorme destrucción ecológica y moral que origina el capitalismo, abrigan la esperanza de que de la fusión de la democracia con un orden económico planificado de producción colectiva podría surgir un socialismo de rostro humano en los países del Este que no dejaría de influir en el mundo occidental. Los que pusieron su esperanza en la Unión -Soviética, no están dispuestos a perderla' tan fácilmente, máxime cuando conocen bien a sus adversarios.

~ Nada se entiende de lo que está ocurriendo en el este de Europa mientras no se reconozca, primero, que la crisis del colectivismo burocrático no invalida en absoluto la vigencia histórica del socialismo; segundo, que las reformas democráticas en marcha, por lo menos en una primera etapa bastante duradera, favorecerán sobre todo a las posiciones conservadoras de Occidente. Si la operación resultase tal como está concebida, quedarían robustecidos los poderes establecidos del Este y del Oeste.

Desde el mismo triunfo bol.chevique por un golpe de Estadoafortunado, el marxismo occidental, y en general toda la izquierda europea que abarca desde el anarquismo hasta el sociafismo democrático, se negaron a identificar al régimen soviético que establecieron Lenin y Stalin con algo que tuviera que ver lo más mínimo con el socialismo. Desde los años veinte, la izquierda se ha ocupado en caracterizar al nuevo orden social, un colectivismo burocrático que no encaja en el capitalismo ni en el socialismo, a la vez que ha pronosticado su fracaso y necesaria reconversión. Con todo, no han faltado períodos, sobre todo en torno a la II Guerra Mundial y como reacción al fascismo, en que una buena parte de la izquierda europea comulgase con ruedas de molino. Pero por fuerte que haya sido en algunos momentos la identificación del socialismo con el modelo soviético, no ha faltado nunca en Europa una izquierda que no se distanciase de él. Desde 1918, la literatura de izquierda crítica con la Unión Soviética ha sido bastante abundante; quien la conozca no se habrá sorprendido de nada en este último tiempo. Uno no sale de su asombro al comprobar que viejos estalinistas, convertidos al capitalismo, descubren de repente hechos o ideas publicados hace más de 50 años.

En un punto esencial coincidían la izquierda prosoviética y la derecha más contumaz: ambas estaban convencidas de que el único socialismo real era el soviético, los unos para admirarlo, excusando sus faltas -el materialista sabe que lo real no coincide con lo pensado-, y los otros para denigrarlo: el comunismo encarnaría lo satánico en la historia. En ambos casos se predicaba el dogina de que el comunismo sería irreversible: allí donde extiende sus garras habría que dejar toda esperanza. Para la derecha, esto confirmaría su pretendido carácter satánico; para la seudoizquierda estalinista, sería la mejor señal de que en el enfrentamiento a escala mundial entre capitalismo y socialismo, que caracterizaría a nuestra época, el socialismo tenía todas lasde ganar. Tanto la derecha como la izquierda prosoviética han enterrado el dogma de la irreversibilidad de los sistemas comunistas sin hacer el menor comentario.

La izquierda que, considerándose marxista o no, trataba de distanciarse críticamente de la Unión Soviética, constituía para los unos una desviación pequefloburguesa, altamente peligrosa; para los otros, una ingenua antesala del comunismo soviético: la izquierda, sea cual fuere el disfraz que adoptase, estaría siempre, lo supiera o no, al servicio de Moscú. La derecha más recalcitrante y el comunismo prosoviético se reforzaban mutuamente en la insistencia de que no habría otro socialismo posible que el soviético: los demás no serían más que entelequias sin el menor fundarnento real.

Hoy, la derecha renovada y los ex comunistas que forman parte de su cohorte interpretan al unísono el fracaso estrepitoso del modelo soviético como si fuese el definitivo de cualquier modelo alternativo al capitalismo. Despu0 de 75 años de inquietud constante -¡éste sí que es un aniversario digno de conmemoración!-, la burguesía re~ cupera la seguridad de que vive en el mejor de los mundos posibles sin alternativa pensable.

El segundo error se alimenta de la confianza de que algo bueno tendrán los regímenes del Este -socialismo al fin y al cabo-, por muy graves que hubieran sido las desviaciones burocráticas. Si se logra conservar las ventajas sociales de estos regímenes,junto con un proceso de democratización que los renueve y les dé aire fresco, podríamos encontrarnos en un futuro próximo con un socialismo democrático real, que no podría dejar de influir en la Europa occidental.

Para poner en tela de juicio esta opinión habría que empezar por recordar la vieja discusión en torno al carácter de estos regímenes, con el fin de dejar bien patente que nada tuvieron ni tienen que ver con el socialismo: hipótesis que se confirma al comprobar que no han creado forma de producción o de convivencia democrática

que supere a las conocidas y practicadas en los países capitalistas más desarrollados.

En segundo lugar, habría que insistir en que las reformas emprendidas no son expresión del primer suicidio colectivo de un grupo dominante del que habría constancia en la historia, sino la única forma que tienen las burocracias establecidas de salvar su posición. No deja de ser altamente significativo que en operación tan arriesgada cuenten con el apoyo de los Gobiernos occidentales. Más de uno se habrá extrañado de que los poderes establecidos más conservadores del mundo occidental estén entusiasmados con un proceso de democratización, tan necesario y, sin embargo, tan perseguido en otras partes del mundo.

No nos hagamos muchas ilusiones sobre los cambios al este del Elba. Nadie con poder y responsabilidad quiere una verdadera democratización innovadora. Se pretende algo mucho más modesto, acercarse a las sociedades occidentales, y dada la enorme distancia que todavía las separa, en nivel económico y en desarrollo político, por mucho que avancen, dificilmente constituirán un modelo digno de imitación en Occidente. En cambio, el alborozo con el que este acercamiento será saludado en las sociedades del Este proporcionará nueva legitimación al capitalismo, como lo que realmente es, un sistema de producción y distribución bastante mejor que el burocrático estamental que sufren estos países.

Desmontados estos dos errores capitales de apreciación, queda el camino libre para intentar un análisis de lo que está ocurriendo en estos países, cuya importancia no cabe exagerar, en primer lugar, porque las reformas emprendidas y sobre todo las proyectadas han aminorado enormemente los peligros de guerra; sin esta amenaza, tampoco se hubieran producido. En segundo lugar, porque han aumentado las probabilidades de que se logre algún día una Europa unida que vaya del Atlántico a los Urales.

Una cosa tiene que quedar clara en todo caso: los problemas y obstáculos que la izquierda europea tiene que vencer a corto plazo no van a ser menores, antes al contrario, porque culmine con éxito la democratización de los países del Este; pero no por ello ha de prestarle menos apoyo. La convergencia de los sistemas llevará a la larga a la convergencia de las izquierdas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_