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Tribuna:POR LA RUTA DEL SOCIALISMO REAL
Tribuna
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Los límites de la "gIasnost'

Si Estonia fuera un Estado independiente sería uno de los más pequeños del mundo. Algo entre Luxemburgo e Irlanda. Su millón y medio de habitantes representa, más o menos, la mitad del 1% de la población soviética. Es el más pequeño de los tres Estados bálticos. Su idioma, remotamente emparentado con el húngaro y el finlandés, no se habla en ningún otro lugar del mundo excepto entre la pequeña diáspora de estonios. Tallin, su capital, tiene el aire de una pequeña capital de provincias. Y sin embargo ahí es donde se están poniendo a prueba los límites de la glasnot: es en este Estado donde el esfuerzo en pro de la expresión de la propia identidad nacional ha llegado más lejos.En parte es una cuestión de demografía. Letonia, su vecino más próximo, se encuentra en estos momentos habitada por una minoría de letones y, en consecuencia, su Frente Nacional se ve obligado a aceptar compromisos con otras nacionalidades residentes en el país, y especialmente con los rusos. Sin embargo, los estonios son aún mayoritarios en Estonia, con una representación que se acerca al 60%, aunque la tendencia es descendente. Los estonios se sienten amenazados por la pérdida de su identidad cultural en mayor medida que los letones, y también que el tercero de los pueblos bálticos, los lituanos, que todavía representan más del 80% de la población de su república. Los estonios recuerdan continuamente que su número desciende: esto proporciona una urgencia y agudeza a su movimiento que no se encuentra en ningún otro.

Obviamente, conservan un conjunto de preocupaciones comunes con sus vecinos bálticos. El desastre ecológico ha sido aquí salvaje, porque también aquí, como en Letonia y en Lituania, los ministros soviéticos han instalado inmensos complejos industriales, atraídos por la oferta de mano de obra cualificada y la mayor productividad general de los pueblos bálticos. Cuando el mes pasado visité la república había estallado un incendio en la mina Estonia, de aceite de esquisto bituminoso, situada en la región noroeste del Estado: Kostel Gendorf, uno de los líderes del Frente Popular estoniano me dijo que si la mina no se cerraba y el fuego volvía a reproducirse, el sulfuro que escapaba a través de las chimeneas envenenaría el agua e incluso el propio mar Báltico. Pero, afirmaba amargamente, no sería cerrada porque el ministerio moscovita no estaba dispuesto a renunciar a su producción.

Los estonios muestran también su preocupación por la pérdida de su lengua que, al igual que otras lenguas en la Unión Soviética, tiende a ceder terreno en favor del ruso (aunque no tan rápidamente como lo hicieron en el siglo pasado las distintas variaciones del gaélico en favor del inglés en las islas Británicas; incluso en la República de Irlanda el irlandés ha tenido que ser declarado lengua oficial). El número de escuelas de enseñanza de la lengua nacional ha ido disminuyendo, y aunque muy pocos de los emigrantes, mayoritariamente rusos, aprendieron en el pasado esta difícil lengua, ahora, sin embargo, bajo la presión de un creciente sentimiento nacionalista, comienzan a hacerlo.

El doctor Arvo Kuddo, economista, miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencia, me comentaba señalando una larga cola de estudiantes que interceptaba nuestro camino desde la recepción a su oficina: "Son estudiantes rusos que acuden a clase de estoniano. Hace dos años hubiera sido imposible ver esto". Por supuesto que están preocupados por la pérdida de su cultura.

Peter Pahkla, subsecretario de Asuntos Exteriores, me decía en un perfecto inglés que se sentía "un privilegiado por vivir en este momento histórico: significa nada menos que el renacimiento de Estonia, de su cultura y de su política. Los estonios están despertando a una vida política de la que se habían retirado". Y añade: "Este despertar no hubiera sido posible sin la perestroika. Si no existiera Gorbachov tampoco existiría renacimiento". También aquí, como en otras muchas áreas de la vida soviética, el extranjero puede percibir cómo las fuerzas del cambio dependen de Mijail Gorbachov y cómo las reformas que se inician parecen enormemente frágiles.

Mientras Pahk1a y otros jóvenes cargos locales se cuidan de afirmar que actúan en nombre y bajo la bandera de la perestroika, han ido bastante más lejos en los hechos. A diferencia de otras repúblicas soviéticas, los dirigentes del Partido Comunista local y el Soviet Supremo (o Parlamento) han hecho causa común con los líderes del Frente Popular, del Partido Verde y otros radicales. Mientras yo estaba allí, Indrek Toome, nombrado recientemente primer ministro, asistía a una reunión de la ejecutiva del Frente Popular e informaba sobre las entonces tensas, relaciones entre Moscú y la república.

Expertos lingüistas del Frente Popular han- propuesto un proyecto de ley sobre la lengua; economistas del Frente Popular, como Kuddo y Edgar Savisaar, han diseñado un nuevo programa económico. Hasta la fecha no existe una línea divisoria tajante entre el Gobierno y el Frente Popular, aunque bien podría llegar a perfilarse. El tema de fondo que este pueblo debe lidiar es el siguiente: ¿Qué tipo de identidad política independiente puede forjarse Estonia?

Casi todas las personas con las que me he encontrado apostaban por la independencia: deseaban tomar el destino de Estonia en sus propias manos. En muchas ocasiones no era éste un deseo explícito, pero apuntaba, escondido tras pequeñas pistas e incluso tras los propios silencios. Pero aun deseándolo, la mayoría de la gente lo desechaba por escasamente realista: el proyecto no apunta hacia la búsqueda de lo imposible, sino hacia la aproximación a lo posible...

Así, Pahkla hablando desde el tranquilo confort del edificio del Consejo de Ministros, proponía que "Moscú debiera reservarse la responsabilidad sobre la estrategia de defensa y asuntos exteriores. El resto, incluyendo asuntos rutinarios en el ámbito de los asuntos exteriores, debería ser tratado a nivel de la república". Ya en la actualidad, Pahkla y sus colegas del Ministerio de Asuntos Exteriores investigan sobre la posibilidad de establecer consulados de Estonia en las capitales de Finlandia y Suecia, sus vecinos más próximos, al otro lado del Báltico. Los estonios han estado presionando, pero los suecos, y especialmente los finlandeses, se muestran reacios a tomar cualquier iniciativa que pueda dificultar sus relaciones con el Gobierrio soviético. Podemos afirmar que el proceso de búsqueda de la independencia ha comenzado ya y en este momento se están poniendo a prueba sus límites.

Evidentemente, la economía es la parcela crítica: si los líderes de la república consiguen conquistar una parcela significativa de control sobre ella, entonces -tal como imaginan serlo ya- se convertirían en un modelo para el resto de las repúblicas hermanas y mayores, desde el Báltico hasta el mar Negro.

Es ésta una tarea difícil y delicada porque mientras el liderazgo soviético se ha mostrado deseoso de conceder un cierto nivel de autonomía cultural y lingüística a los diferentes pueblos sobre los que ha dominado durante más de siete décadas, en el terreno de los hechos ha dirigido la Unión Soviética como si fuera una gran maquinaria sujeta a un plan central. La enorme importancia que se concede a los planes quinquenales y al Gosplan, la agencia encargada de su puesta en práctica, significa que las variaciones de las repúblicas son un asunto menor y que sus planes son en realidad meras derivaciones del plan principal.

El hecho de que aproximadamente 60 ministerios moscovitas lidien directa e íntimamente con cada aspecto de la economía significa que la puesta en marcha de los planes es siempre responsabilidad fundamental de los hombres de Moscú y no de los agentes locales. Además, tanto en Estonia como en Lituania, los directores y trabajadores de las empresas grandes bajo control del ministerio central tienden a ser rusos: en las zonas más industrializadas del noroeste de Estonia, alrededor de Kohtla Jarva, los estones representan sólo un cuarto de la población: probablemente también son minoría en la industrializada Tallin.

El plan esbozado por los economistas del Frente Popular se inspira en la necesidad de los estonios de ganar control sobre su propio destino mediante la búsqueda del control sobre la economía de su república. Esencialmente, lo que pretenden es desvincularse de los mecanismos de planificación soviéticos: mantener con Moscú una relación similar a la que podría mantenerse con un interlocutor de comercio exterior; acabar con la oferta de productos industriales a precios protegidos para otros lugares de la Unión Soviética, estando dispuestos a pagar el precio de mercado de las materias primas; poner fin a la práctica de transferir los beneficios en moneda extranjera derivados del importante tráfico turístico que se genera desde Finlandia (los finlandeses vuelan a Estonia para aprovechar no tanto la belleza del paisaje cuanto su relativamente libre regulación sobre alcohol). Todo esto podría ser tolerado por Moscú, pero aún hay más. El programa económico sostiene que para Estonia es esencial la existencia de su propia moneda y que debería ser posible imponer restricciones estrictas a la emigración de personas procedentes de otros lugares de la Unión Soviética. El control sobre su propia moneda y sus propias fronteras son dos de las características esenciales de un estado independiente. Ningún otro país en el mundo, aunque sea una federación muy flexible -Suiza es el ejemplo obvio en Europa- permite la existencia de barreras internas a la emigración o de monedas diferenciadas. En resumen, lo que pretende el nuevo programa económico es la transformación de la Unión Soviética, desde su situación actual como uno de los sistemas más rígidos de economía centralizada, en otro que sin duda sería el más descentralizado y liberal de entre los existentes.El visitante no puede evitar un cierto sentimiento de irrealidad cuando se le explica el alcance de ese programa. ¿Es posible conseguir a través de la política una transformación tan completa y tan rápida -incluso bajo las actuales condiciones de la perestroika y la glasnot- de forma que mucho de lo que nunca había sido posible ahora lo parezca? Esta cuestión adquiere mayor relevancia cuando uno se percata de que la república dista de encontrarse unida: las nacionalidades no letonas, y especialmente los rusos, han constituido un Frente Internacional para contrarrestar al Frente Popular y han conseguido organizar a muchos de los trabajadores de las grandes empresas. En la propia Tallin se libra una ácida batalla a propósito del control sobre el partido comunista local, con la victoria aparente de los simpatizantes del Frente Internacional, puesto que el partido está dominado por los rusos y muchos de sus líderes son además directores de grandes empresas.

Resulta muy fácil, terriblemente fácil, tomar partido a favor de los estonios, un pueblo cuyo pasado se ha visto distorsionado y su sentimiento nacional ahogado, durante los últimos 40 años, con el propósito de satisfacer los requisitos impuestos desde el Estado soviético. Y sin embargo los rusos que se trasladaron a Estonia con la misma naturalídad con la que ciudadanos de cualquier Estado pueden desplazarse desde una de sus regiones a otra, no son los culpables de esto. También los rusos, como cualquier otro de los pueblos soviéticos, han sufrido la distorsión de su historia y su cultura y también ellos necesitan emprender un viaje hacia el descubrimiento de su pasado.

Las reivindicaciones de Estonia significan esencialmente dos cosas. Una es que la propia elite del país -sus intelectuales, sus técnicos y sus políticos- se encuentran frustrados y encorsetados por el sistema soviético y buscan un terreno propio en el que poder ejercitar su propio poder. Esto no quiere decir que el movimiento proautonomía carezca de apoyo popular: no cabe duda acerca de que la elite cuenta con un amplio respaldo. Pero sus miradas apuntan hacia el Oeste: su versión de la economía nacional prevé la existencia de un sector importante en manos privadas; son esencialmente europeos antes que eslavos y desean reunirse con esa familia, y especialmente con su rama escandinava. En segundo lugar, como en Letonia, la lucha por la autonomía nacional se expresa con mayor frecuencia en términos morales que económicos.

Los estonios aprecian la oportunidad que les brinda la reforma de la política soviética de limar su alma nacional de las impurezas que han acumulado durante más de cuatro décadas y encontrar nuevamente una forma espontánea de expresión nacional que permita la libre expresión de algo que podría denominarse espíritu nacional. Su profundo temor es que en ese trayecto encuentren no sólo la oposición, sino el vacío: tal vez Estonia haya perdido ya su alma y ya no sea posible reconstruir su nación. Sin embargo siguen empeñados en ese intento.

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