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La huelga

La mayor huelga de la historia de la Unión Soviética estalló la semana pasada en la cuenca minera de Kuzbas, en Siberia occidental, por razones sociales más que salariales. Los mineros de esta relativamente nueva región industrial están bien pagados, en efecto, pero, como la inmensa mayoría de los habitantes de Siberia, no encuentran casi nada que comprar con sus rublos. El sistema financiero soviético, tras la explicación dada por Mijail Gorbachov en París, es particularmente desequilibrado y retrasa la introducción de reformas económicas. En la práctica, esto se ha traducido en una inflación galopante a pesar del mantenimiento artificial de la estabilidad de los precios. Hay que comprar cualquier cosa, no importa qué, con tal de no guardar los rublos, que pierden valor cada día que pasa. Las tiendas están desesperantemente vacías, a pesar del avance de la perestroika, y esto es suficiente para comprender el pujante movimiento de protesta de los trabajadores de Mezhdurechensk y de las ciudades industrializadas de la cuenca minera, incluida Kernerovo, la capital de la región.Pero hay más. Las resoluciones votadas mil veces sobre la autonomía de las empresas y la descentralización de la economía no han sido aplicadas por la crisis financiera sino con cuentagotas, con prudencia, con el fin de evitar desequilibrios suplementarios, según afirma Moscú. Por citar un ejemplo, todas las repúblicas se liberarán de la tutela del Gosplan, pero dentro de dos o tres años. Lo mismo ocurrirá con las regiones que integran las repúblicas, como es el caso de Kuzbas.

Por otra parte, los siberianos que trabajan en las minas saben que manipulan oro negro, muy apreciado en el mercado mundial. De ahí su seguridad de que si las buenas resoluciones sobre la autonomía contable de su sector fueran aplicadas realmente hallarían con facilidad moneda de cambio para comprar lo necesario y llenar sus tiendas. Es cierto que en el pliego de reivindicaciones de 42 puntos presentado por los mineros de Mezhdurechensk al ministro del Carbón, Shadov, se encuentran peticiones inmediatas y muy detalladas sobre el suministro de carne, salchichón o incluso de jeringuillas desechables. Pero el problema de la autonomía -y de hecho de la autogestión- recorre como un trazo rojo todos los puntos formulados por el comité de huelga.

En principio, el 13 de julio, el ministro se comprometió a satisfacer 36 de las 42 reivindicaciones de Mezhdurechensk y los mineros de esta ciudad prometieron volver al trabajo. El grueso de los huelguistas aún no ha vuelto a las minas, probablemente por no fiarse de las promesas ministeriales. Lo que es más, en otros centros, en Prokopyevsk, en Ossiniki, un poco por todas partes, otros mineros piden igualmente que el ministro venga a discutir con ellos y lo esperan con los brazos cruzados. Esta parálisis casi total de una cuenca que suministra carbón a toda la Rusia oriental crea ya una situación que la Prensa de Moscú no duda en calificar de "dramática". Pero, desde el 15 de julio, la agitación ha llegado también a Kemerovo, una de las ciudades clave de la industria soviética, y allí, al igual que en Novokunetsk, se trata principalmente de los metalúrgicos, que quieren su propio ministerio en Moscú, aparte del de Minas.

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Los paralelismos entre esta gran huelga y la que Polonia conoció en 1980, y que dio lugar a Solidaridad, son chocantes desde muchos puntos de vista. Aquí y allí, los comités de huelga han prohibido de inmediato la venta de alcohol. En ambos casos se encuentra dentro de las reivindicaciones de los huelguistas tanto la petición formal del reconocimiento del derecho de huelga como el de la supresión de los privilegios de la nomenklatura. Parece que en este último punto los huelguistas siberianos no esperan al fin del conflicto para pasar a la acción. Según Trud, órgano de los sindicatos soviéticos, en Prokopyevsk, "grupos de personas no autorizadas han irrumpido en el domicilio de diferentes personalidades para proceder a investigaciones espontáneas, pero ilegales". Todo induce a creer que las personalidades en cuestión exhibían con demasiada ostentación signos exteriores de su riqueza.

Pero, a diferencia de la gran huelga polaca de 1980, la de Siberia occidental parece sostenida activamente por los dirigentes locales del partido. En el momento de las elecciones al Congreso de los Diputados del pueblo, el pasado marzo, el partido comunista de Kernerovo y del conjunto de Kuzbas sufrió una derrota particularmente resonante. El mismo Pravda habló de ello el 28 de marzo, dando ejemplo de glasnost, pero sin explicar las razones de esta derrota en una región que se creía tranquila y bien controlada por el aparato. Es posible que desde entonces se hayan renovado los cuadros del partido y que los caídos de ayer intenten ganar fama solidarizándose con los huelguistas. Incluso así, la Prensa central deja entender que "la tensión en el Kuzbas es muy aguda" o que hasta puede resultar ingobernable.

Por el momento no existe ninguna legislación sobre el derecho de huelga en la Unión Soviética. Desde la llegada de Gorbachov son toleradas las huelgas y se habla oficialmente de ellas sin denunciar a los huelguistas. Ya no es la época en la que Nikita Jruschov enviaba carros de combate, en 1962, contra los obreros de Novotcherkask y hacía fusilar inmediatamente a los cabecillas. Ello no impide que el Soviet Supremo, cuya sede está en el Krem1in, deba solucionar este tema y promulgar sin retraso una ley de conflictos sociales.

Esto no es todo. Aunque el número de ministros ha sido reducido drásticamente por el Soviet Supremo, el desmantelamiento del sistema de control centralizado se hace muy lentamente, y esta situación no puede durar. Nada más leer los informes y las entrevistas de Ogoniók se constata que los pescadores de Kamtchatka no aceptan ya que Moscú les racione arbitrariamente el pescado que ellos mismos pescan, o que el secretario del partido comunista de Lituania no está dispuesto a esperar dos años más la autonomía económica de su república. Tampoco es muy razonable retrasar continuamente la introducción de un impuesto progresivo sobre los ingresos, mientras las arcas del Estado carecen de ellos y el país muestra cada vez más su impaciencia ante el crecimiento de las desigualdades sociales. En resumen, Gorbachov seguramente tiene buenas razones para "apresurarse lentamente", pero los acontecimientos de Kuzbas muestran que debe acelerar el paso. Habiendo solucionado él "sino, desde enero de 1987, el problema de las nuevas formas de propiedad en las empresas, fundado en la posibilidad de elegir a todos los responsables y sobre la autogestión, podría aprovechar este movimiento poderoso y espontáneo de los mineros siberianos para dar consistencia a su gran proyecto. Sería de hecho el mejor medio para luchar contra la paralizante crisis financiera del país.

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