Bush devuelve la visita
LA RELACIÓN entre las superpotencias comienza a parecer un partido de tenis, en el que una devolución de visita -o de pelota- de cada uno de los dos grandes líderes se sitúa en la red del juego diplomático. Esta semana, el presidente soviético, Mijail Gorbachov, visitó Francia y habló en Estrasburgo ante la Asamblea del Consejo de Europa, con aceptable éxito de público; ayer, el presidente norteamericano, George Bush, llegaba a Polonia, donde recibía una acogida similar a la dispensada en Occidente a su interlocutor soviético, y continúa viaje a Hungría, en lo que sólo se puede calificar como una devolución de visita a los baños de masas de Gorbachov.El presidente norteamericano llega a Polonia en un momento crucial de la vida del país. El régimen polaco está dirigido por un presidente dimisionario, el general Jaruzelski, que anunció su renuncia ante las dificultades para obtener los votos necesarios para la reelección, tras la abrumadora victoria de Solidaridad en los recientes comicios; por añadidura, no hay claro acuerdo para encontrarle sucesor, aunque el candidato de Jaruzelski, el ministro del Interior, Kisczak, es aceptable para la fracción moderada de la oposición, sin cuyos votos no podría ser elegido por las dos cámaras parlamentarias. Lo que hoy se negocia en Polonia no es, sin embargo, únicamente la elección de presidente, sino la formación de un Gobierno que cuente con el respaldo de Solidaridad, bien formando parte del mismo o prestándole su apoyo externo.
La visita de Bush debe a ser enojosa en medio de una situación tan delicada como la polaca, pero el hecho de que, al contrario, sea en realidad un acontecimiento político más de la crisis evidencia la medida del cambio que vive el país. Bush va a visitar a una oposición que se halla tan en el poder como el desfalleciente partido comunista, que aún lo ostenta de oficio. De igual forma, entre las propuestas que el presidente norteamericano lleva consigo se halla una especie de nuevo Plan Marshall, a negociar, por supuesto, a cambio de contrapartidas democráticas. Solidaridad no es, por ello, sólo la vencedora de las pasadas elecciones, sino la voz más autorizada para pedirle el pan con que llega bajo el brazo el mandatario norteamericano.
Bush sigue su viaje y llega mañana a Hungría, donde las cosas están más claras que en Polonia. En Budapest, el fallecimiento de Janos Kadar, líder comunista que preparó una transición durante 30 años para luego asustarse de ella al verla inevitable, es el equivalente simbólico del vacío en el poder oficial de Varsovia. El partido comunista húngaro, sin embargo, no sólo goza de un cierto apoyo popular, sino que se prepara con una renovación doctrinaria y de estructuras para la competencia electoral, aún sin fecha fija. En Budapest, Bush podrá dialogar con un poder flexible e inteligente y con una oposición fuerte, pero dividida; a los que no verá, sin duda, es a los que dentro de ese poder se oponen a tantas concesiones.
La gran paradoja de este maniobreo es que la oposición al frente relativamente común de los dos grandes -con Gorbachov a la busca de apoyo en el Oeste y Bush explotando lo que su presencia significa para la democracia en el Este- está en la reunión del Pacto de Varsovia que concluyó el sábado en Bucarest. Ahí es donde el club de reaccionarios formado por Rumanía, Alemania Oriental y Checoslovaquia, con la asistencia distraída de Bulgaria, ofrece una esperanza a los núcleos estalinistas de los partidos polaco y húngaro, para acabar con lo que consideran un suicidio imperdonable. El comunicado que ha cerrado la reunión, tan laborioso en su redacción, recuerda más un encuentro de adversarios que de aliados. En él se habla de no interferencia en los asuntos de los demás, como quien entona una jaculatoria que a nadie engaña. Ese club se opone tanto a la política de Bush como a la de Gorbachov.
Sin embargo, la diferencia que separa la situación de los dos presidentes es que mientras la mayor parte de la opinión occidental respalda la política de cauto acercamiento de Bush, no sabemos qué apoyo real tiene Gorbachov en su propio campo y en el de sus aliados. Las aclamaciones de Occidente no pueden hacerle todo el trabajo.
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