Todo lo que se escribe es ficción, dice Ackroyd
El autor de 'El último testamento de Oscar Wilde' medita en 'Chatterton' sobre la imitación como arte
No está claro a qué género pertenecen los libros del británico Peter Ackroyd, pero esa pregunta a él no le importa, pues cree que todo lo que se escribe es ficción. Todo. Particularmente la historia: al fin de cuentas, qué es la historia sino un personaje principal, otros secundarios, un tema, una trama... El autor de El último testamento de Oscar Wilde (Edhasa) y de La sombra de Hawksmoor (Península) presenta Chatterton, una creación llena de espejos a partir de una de las claves más importantes entre las muchas propuestas por el poeta suicida: la imitación como arte.
No se sabe demasiado bien por qué se suicidó Chatterton poco antes de cumplir los 18 años, y las interpretaciones abundan por cuanto su figura se encuentra en el origen mismo de la mitología del poeta incomprendido y maldito, que sólo en la muerte encuentra eternidad y gloria. Él dejó algunas pistas. Esclavizado por un notario que había comprado todo su tiempo a cambio de comida y cama, la única alternativa que se le presentaba, según dejó escrito, era la de vivir sometido o morir. Prefirió lo segundo. Se tomó una pócima venenosa y el 23 de agosto de 1770 murió en una buhardilla miserable de Londres, y diez años después comenzó la leyenda, plasmada a veces en obras tan notables como el retrato de Chatterton muerto por Henry Wallis, una de las cumbres de movimiento prerrafaelita.Fue ese cuadro el que hizo que Peter Ackroyd tomase a los diez años la determinación de escribir sobre el poeta, o mejor dicho a partir de él. Porque Chatterton no es la biografía del poeta sino una creación a partir de la hipótesis de que Chatterton no murió en aquella ínfima buhardilla londinense sino que fingió su muerte para poder seguir realizando con mayor comodidad sus falsas obras maestras; los editores ya habían comenzado a sospechar que ciertos poemas supuestamente pertenecientes a un monje medieval llamado Frowley eran en realidad suyos.
Tenemos el pasado
No es tanto la figura de Chatterton, rebosante de grandiosa y romántica miseria, lo que fascinó a Peter Ackroyd para escribir su libro, sino el hecho de que al poeta le atrajera el pasado como a él mismo le atrae. "¿Acaso tenemos otra cosa?", se pregunta. (En otro momento bromea: "Lo más contemporáneo que conozco es Dickens; o John Donne"). Dicen que Chatterton quedó atrapado para siempre en esa misma pasión cuando su madre viuda le entregó los fragmentos de unos antiguos manuscritos encontrados en una iglesia de Bristol, y ya no se pudo arrancar de la adicción por el tiempo remoto. Tenía siete años.
Toda la obra de Ackroyd busca el pasado. El último testamento de Oscar Wilde, que se desarrolla en el exilio de Wilde en París, después de la humillación pública y tras cumplir condena en el penal de Readíng, no partió tanto de un enganche por una figura tan espectacular en un momento tan dramático, sino en el interés de Ackroyd por investigar en el inglés del siglo XIX y escribir como lo hiciera uno de los mejores estilistas que ha tenido ese idioma. Era un reto que podía terminar en desastre, concede Ackroyd, a quien gustan los desaflos: Si escribió la biografía de T. S. Eliot fue porque muchos le dijeron que era imposible. Eliot dejó instrucciones a su viuda de que jamás diera facilidades a ningún biógrafo, ni prestara cartas, ni nada. No imaginó que muchos de sus corresponsales venderían sus cartas a universidades norteamericanas, con lo que la biografía de Eliot se hizo posible.
Ackroyd tiene el aspecto de un futuro coronel en el retiro. Bien peinado, algunas canas que le hacen mayor de sus 39 años, bigote cortado con regla, pulcramente trajeado pese al agobio de un Madrid hundido en la calima de la tarde y el tráfico. Es inglés hasta en los tópicos: lo que dice, en un acento cerrado de clase alta británica, está coloreado de ese humor que los británicos han hecho célebre, terminado con una corta risa gutural, y acotada con un "ya sabe lo que quiero decir".
Un londinense
"No tengo ni idea qué significa ser europeo", dice Ackroyd "Ni siquiera tengo demasiado claro qué significa ser inglés. Sólo tengo una Idea de lo que significa ser londinense". Él lo es, claro. Nació en una familia católica humilde, y se educó con becas en un colegio semi privado y en la muy exclusiva universidad de Cambridge, y de ahí su acento de aristócrata, y después en la norteamericana de Yale. "Creo que Gran Bretaña es el país menos clasista que existe, y la prueba soy yo", dice. Se nota que le encanta el requiebro y la paradoja e incluso la provocación. "Por el contrario, creo que Estados Unidos es una sociedad sumamente elasísta. Pero me gusta. Me gusta su televisión. Acepta ser televisión, y no tiene pretensiones pomposas de ser otra cosa, como los documentales británicos, que detesto".
Eso es lo que hace para descansar de largas jornadas que comienzan a las siete de la mañana: ver la televisión norteamericana. Por lo demás le encanta su trabajo de escritor, que en su caso le pide mucho trabajo previo de investigación. Ya sabe cuáles serán sus próximos libros, tras la biografia de Dickens que terminó hace dos días: una novela a partir del compositor Henry Purcell, y la vida de William Blake. Su última novela es First light (Primera luz), en torno a unas excavaciones arqueológicas en Inglaterra. Como se vé, lenguaje y tiempo, tiempo y lenguaje.
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