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La europea Italia

La sala degli Orazi e Curiazi del Campidoglio romano estaba repleta y se palpaba en el ambiente el aire de las grandes solemnidades. Treinta años antes, en el mismo lugar, se había firmado el tratado que ponía las bases para la construcción de la Comunidad Económica Europea. De los protagonistas de aquella ocasión histórica estaba presente, como único superviviente, Joseph Luns, uno de los seis firmantes, entonces ministro de Asuntos Exteriores de los Países Bajos. Su alta estatura, su dignidad en el gesto, recordaban la amplitud de miras de aquellos hombres que soñaron con una Europa unida. El resto de los asistentes eran el presidente de la República italiana, su Gobierno en pleno, una selección de parlamentarios de los doce, las autoridades comunitarias, los embajadores europeos, personalidades italianas, periodistas...Habían comenzado los discursos conmemorativos y el presidente de la Comisión, el francés Jacques Delors, iba desgranando su parlamento ante el silencio solemne de los presentes. Fue entonces cuando, de repente, se oyó una voz grave que, interrumpiendo las palabras del orador, dijo en francés: "C'est un bla, bla, bla...". La magia del momento se esfumó instantáneamente y unos y otros nos miramos con estupor. Un ministro italiano, a mi lado, espetó sin dudarlo: "Es Pannella, seguro que es Pannella". Nos levantamos algunos y, en efecto, allí estaba el líder del partido radical, Marco Pannella, vistiendo un elegante traje azul marino, realzado con una de sus famosas camisas a rayas y la consiguiente corbata de setta italiana. Se encontraba de pie y su cabeza plateada, de viejo patricio romano, no había perdido la compostura con su sorprendente exclamación. Después de los minutos de desconcierto, el acto continuó desarrollándose con entera normalidad. Pero ya no era lo mismo.

Pannella, con su postura histriónica y contestataria, había roto el sortilegio de la celebración, recordándonos a todos, ciertamente de forma abrupta, que la construcción de Europa necesitaba más de actos que de palabras. Y, en ese sentido, él y su partido no pueden ser criticados. Desde hace ya muchos años, Pannella es uno de los políticos europeos que más gestos viene haciendo para ir acelerando los pasos hacia la creación de los Estados Unidos de Europa. Pero si su actuación, por la teatralidad que la preside, es la más llamativa, no se debe olvidar que se apoya especialmente en el pedestal de ferviente europeísmo que no se puede comprobar en la política italiana. El presidente Pertini, y ahora el presidente Cossiga, junto a muchos políticos italianos, creen en una Europa unida, con mayor unción que la mayoría de sus colegas de otros países comunitarios.

Si ahora recuerdo el famoso "bla, bla, bla..." de Pannella, en aquella ocasión en que se celebraba el trigésimo aniversario de los Tratados de Roma, es porque su coherencia le ha llevado a encabezar una medida que puede servir de ejemplo en otros países y que sin duda es de corte revolucionario. Me refiero a la ley de 24 de enero último, por la que se permite incluir en las listas de los partidos italianos a candidatos no nacionales, pertenecientes a otros países comunitarios, para presentarse a las elecciones europeas del 18 de junio próximo. En efecto, Marco Pannella y el partido radical italiano (o más bien "transnacional", como él quiere) han ganado una importante batalla, al conseguir que esa ley fuese aprobada en el Parlamento romano. De esta manera, Italia es el único país europeo que ha adoptado una medida de este tipo y que puede tener unas consecuencias incalculables para el futuro de nuestra Comunidad. Cuando escribo estas líneas se habla ya de algunos ejemplos de esta audaz decisión: en las listas del Polo laico (PRI, PLI y partido radical) podrían ir el famoso sociólogo alemán Ralph Dahrendorf, el liberal inglés David Steel y hasta una candidata española, Clara Rebolledo, en el partido verde; en las del partido comunista está ya confirmada la candidatura del eminente politólogo Maurice Duverger; en las del partido socialista, la alemana Regina Schrecker; y algunos otros candidatos no italianos se están incluyendo también en las listas de Democracia Proletaria.

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Por supuesto, queda mucho camino por recorrer para llegar a una nacionalidad única de los doce, pero la doctrina jurídica de estos países está ya creando el concepto de "ciudadanía comunitaria", primer paso hacia esa meta. En este sentido, la medida italiana, aun siendo la más avanzada, no es la única. En algunos países, como Dinamarca, Irlanda y Holanda, ya pueden votar en los comicios locales los residentes de otros países comunitarios, y en Bélgica se permite votar a los británicos e irlandeses residentes en ese país en las elecciones europeas.

Pero son todavía intentos parciales y no generalizados. El gesto italiano puede tener, de imitarse su ejemplo, un mayor calado. Por lo demás, no trastocaría la composición de los grupos parlamentarios del Parlamento Europeo, ya que, como se sabe, éstos se agrupan por ideologías y no por nacionalidades. Ahora bien, la trascenden-

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La europea Italia

viene de la página anteriorcia de esta orientación es incalculable, puesto que, en definitiva, será en el Parlamento Europeo en donde se tendrán que adoptar las decisiones, por encima de los intereses nacionales del Consejo de Ministros, que contribuyan a derribar los obstáculos que todavía nos alejan de la unión europea. De nada ha servido, como testimonio de ello, el que hace poco el Parlamento Europeo aprobase, con criterio generalizador, una propuesta de directiva de la Comisión encaminada a permitir la participación activa y pasiva en las elecciones municipales de los ciudadanos comunitarios en otro Estado que no sea el suyo originario, con más de cinco años de residencia. Al tener todavía el Consejo de Ministros europeo el poder legislativo en sus manos, esta directiva corre el peligro de estancarse allí por mucho tiempo.

Creo de este modo que hemos perdido en España una gran ocasión, durante este semestre de presidencia comunitaria, al no haber adoptado alguna de estas medidas reformistas con proyección revolucionaria con vistas a la construcción europea. Y ello es tanto más llamativo cuando precisamente nuestro país ha inyectado, desde su adhesión a la CE, un evidente fervor comunitario en los organismos de Bruselas. El artículo 13 de nuestra Constitución, que permite el reconocimiento del derecho del voto a los extranjeros residentes, en régimen de reciprocidad, para participar en las elecciones locales, se ha quedado superado en lo que se refiere al ámbito comunitario. Más tarde, ni la ley Electoral General ni la polémica ley de Extrajería han dado ningún otro paso, sino más bien al contrario, que nos permitiera avanzar en la dirección marcada por la europea Italia. Porque, además, los electores de este país se pronunciarán también, el próximo 18 de junio, a través de un sondeo (el referéndum consultivo no está reconocido en Italia), sobre la conveniencia de dotar de poderes constituyentes al futuro Parlamento Europeo. De ahí que, una vez más, se haga cierto el viejo aforismo de que, por el momento, todos los caminos europeos conducen a Roma

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