Triunfo de Marianne Sagebrecht, peso pesado del estrellato mundial
Percy Adion, director de Rosalie, explicó con una rara seguridad de concepto (lo que le hace equiparable a Ettore Scola y le diferencia de la mayoría de sus colegas, que se vuelven tartamudos delante de un micrófono) lo que es evidente en sus películas: que la ingenuidad de su estilo está completamente calculada y que detrás del desenfado de las imágenes hay ideas muy duras, una buena dosis de pesimismo y de escepticismo ante la situación del mundo actual.
Golpes bajos
En Rosalie, con sus habituales maneras suaves y divertidas Adion da algunos golpes bajos en el estómago de Estados Unidos, concretamente en su sofisticado orden financiero, al que pone en ridículo con armas cómicas inapelables. Las irónicas explicaciones de Adion eran subrayadas gozosamente por las ruidosas y contagiosas carcajadas de su, enorme en todos los aspectos, actriz.Ambos, en sólo cuatro años y tres películas, han pasado de los sótanos del cine marginal a los escaparates de lujo del estrellato, pero no da la impresión de que esto haya modificado sus ideas y sus ganas de divertirse a costa de la estupidez ajena, que, a juicio de Adion, "no tiene ningún mérito, porque la hay por toneladas en todas partes".
Lluvia negra, del director japonés Johei Imamura, se mete en la mismísima boca del infierno: la mañana del 6 de agosto de 1945 en Hiroshima. Imamura, cineas ta de lo desmesurado, reproduce aquella enormidad: el gran relámpago, el aliento de fuego que arrasó la ciudad y la mortal lluvia negra que apagó el fuego.
Probablemente atemorizado por la gravedad de las imágenes y por el hecho de que en Japón el nombre de Hiroshima es sagrado, Imamura ha contenido su tendencia al desmelenamiento y ha hecho una película que no parece suya, una obra comedida, sin grandes gestos, incluso nada truculenta. Le ha salido un filme aceptable, pero superado por las dimensiones inabarcables de lo que quiere contar.
Merodeadores
Mientras Imamura narraba el bombardeo de Hiroshima, 20 aviones alquilados por una multinacional anunciaban en orden de bombardeo sobre la bahía de Cannes una superproducción sobre Cristóbal Colón. Joan Collins ensayaba en el espejo cara de perversa con objeto de sacar dinero para una futura película con futuro incierto. Bo Derek y Margaux Hemingway se exhibían en la playa de La Croisette a la caza de un productor. Brooke Shields hacía inútiles prodigios de cosmética para conservar rastros de adolescencia en su rostro ya endurecido. Cristopher Lambert buscaba desesperadamente periodistas para que le entrevistaran. Olivia Newton-John pasaba entre la gente tan inadvertida como Sylvia Kristel.Es éste el mundo de los merodeadores, que no tienen como antaño acceso a los centros neurálgicos del festival y se refugian en los vestíbulos y las suites de los hoteles de lujo, convertidos estos días en cuarteles generales de los mercaderes de películas y de los traficantes de carne (en saldo) de gente de películas.
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