La confusión como falso arte
Pentiselea es un personaje en la larga y agitada vida de Aquiles, que se enamora de la guerrera, a la que ve bellísima al quitarle el casco que la cubre, y la mata por ese mismo amor. Así fue siempre hasta que Von Kleist, en 1808 -tres años antes de la que fue su obra maestra, El príncipe de Hamburgo, y de su propio suicidio, a los 34 años-, llevó ese amor entre enemigos al paroxismo; más que al amor, a un tremendo frenesí sexual. Y fue Pentiselea quien mató a Aquiles de un poderoso mordisco en el corazón mismo antes de quitarse la vida. Para Kleist y sus exegetas tardíos, era el clímax mismo de la violencia sexual entre hombre y mujer.Olvidémosnos de esto. El grupo Ur -siete actores- lo representa todo con tal ambigüedad sexual escénica de ellos y de ellas que semejantes raptos pasionales no dejan rastro serio a la vista del espectador. Prefieren utilizar al pobre Heinrich von Kleist -dicen ellos- "dejando entre ver una clara alusión a la problemática actual de los roles masculino y fenómeno". Dejar entrever, claridad y alusión son términos que se combaten a sí mismos, se contradicen y no revelan más que titubeos y rectificaciones.
Rémora
Creación colectiva del grupo Ur, de Rentería, a partir de Pentiselea, de Von Kleist (1808). Intérpretes: Ana Pimenta, Arantxa Ezquerra, Gerardo Quintana, José Tomé, Llerni Fresnedo, Txemari Rivera, Víctor Criado Escenografia y vestuario: Susana de Uña. Dirección: Helena Pimenta y José Tomé. Festival de Teatro Joven 1989. Sala Galileo. 11 de mayo.
La problemática -como se dice ahora por el gusto del habla pedante- no está allí y los roles -otro palabro- se definen por otras cosas. De todas formas, lo que se dicen entre sí y a nosotros los cuatro actores y las tres actrices es poco comprensible; entre los versos de Von Kleist, sus cortes, sus añadidos y las voces mal educadas, o preparadas para una dicción que, deseando ser también insólita y original, se amanera, rompe, pierde los acentos, se pasa al grito.
Pedantería
Se utiliza esa dicción para formar parte del espectáculo que quiere ser raro. Eso se consigue tomando reminiscencias por algún lado de Lindsay Kemp (que ya en sí es de una gran heterogeneídad y ambigüedad, aunqurcon otro gran instinto artístico) formas del teatro japcinés; algunas atracción por el salvajismo, sobre todo en lo sonoro -los golpes sobre el tablado. los ritmos mas primarios; suelen tragarse estos ruidos las palabras-; el vestuario, en el que predominan unos ajustados pelcies de color de rosa sobre gentes calvas -hombres y mujeres-, con los que perece, si la hubo, alguna belleza corporal que parecería decisiva en la ideación del mito clásico y en la revisión de Von Kleist.Es, sin embargo, patente que toda esta clase de destrozos y de pedanterías mezcladas con la fealdad puede hoy confundirse fácilmente con la cultura en estas formas tan perjudiciales para el espectador, que termina creyendo que lo que le pasa es su incapacidad para comprender lo elevado. Y aplaude y grita bravo, bien por ensalzarse a sí mismo, bien porque la etiqueta de jóvenes hace creer que todo esto es algo nuevo. Grave equívoco.
En todo caso no son estos jóvenes trabajadores quienes nos engañan; se engañan a sí mismos, confundiendo reminiscencias y modas con talento creador.
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