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Emigración forzosa al otro lado del río Senegal

Mauritania ordena el 'blanqueo' del país tras los disturbios que causaron centenares de muertos

Aida, la criada senegalesa de Mohamed, suplicó y lloró hasta el último momento a su patrón para que no la obligara a embarcar en uno de los vuelos-puente entre Nuakchot y Dakar. Su amo, un influyente comerciante árabe mauritano, y toda la familia también estaban consternados.Durante dos semanas, desde que comenzaron los enfrentamientos, que costaron centenares de vidas, a ambos lados del río Senegal entre senegaleses y mauritanos, la habían mantenido oculta. Pero el Gobierno de Nuakchot ha ordenar la expulsión de todo senegalés o mauritano de ascendencia dudosa.

Mohamed, un próspero hombre de negocios mauritano, arriesgó mucho, como muchos otros moros blancos -árabes y beréberes- e incluso haratines -esclavos libertos o moros negros-, al esconder a criados, empleados o amigos senegaleses con sus familias, cuando en Nuakchot se desencadenó la caza del emigrante.

Aida comenzó a trabajar para la familia de Mohamed hace siete años, cuando aún era una niña de 16 años. "Ella ha llevado el grueso de la carga de la crianza de los niños, que", afirma Mohamed, "la querían más que a sus propios padres". Era como un miembro más de la familia, al igual que los otros dos senegaleses, Mamadu y Musa, que trabajaban en su fábrica como chófer y mecánico, respectivamente, y que desde el estallido de los tumultos y linchamientos se hallan instalados -el primero con su familia- en su oficina. Mamadu, de 34 años, llevaba más de 14 sin pisar Senegal.

Resistieron la ola de pánico que siguió a los sucesos de muerte y pillaje que decidieron a miles de compatriotas a huir en los aviones de España, Francia, Marruecos y Argelia.

Tanto Mohamed como sus empleados esperaban que tras la tormenta las aguas volvieran a su cauce.

Las autoridades mauritanas no han dejado hasta ahora de asegurar que "sólo salen del país los senegaleses que lo desean". La práctica es muy distinta. A finales de la pasada semana, Mohamed se quedó atónito cuando de la Administración llegó una circular en la que se instaba, al igual que a los demás empresarios, a elaborar una lista de empleados senegaleses con el fin de facilitar a las fuerzas militares y policiales su localización para concretar su expulsión del país.

La evacuación se ha convertido en un edicto de exilio en muchos casos. La medida no sólo afecta a los senegaleses, sino a todo aquel que haya adquirido la nacionalidad mauritana a partir de 1966.

Las autoridades se han lanzado así a una operación de blanqueo que justifican por la excesiva ligereza y facilidad con la que desde aquella fecha los funcionarios han concedido el pasaporte nacional a los emigrantes de las etnias negro-africanas. Policías, magistrados y altos funcionarios, como es el caso del director general de la Seguridad Social y consejero de la presidencia, no han escapado, a pesar de su posición, a las sospechas, que automáticamente comportan la deportación.

Los militares aprovechan la noche y la calma que impone el toque de queda vigente desde los incidentes para peinar los distritos 5 y 6, barrios populares donde se concentraban los emigrantes senegaleses. Los inspectores no tienen contemplaciones con aquellos que nacieron, y así consta en sus papeles, en Saint Louis, al otro lado del río Senegal y que hoy es territorio extranjero, pero que durante la colonia francesa fue la capital común de Senegal y Mauritania, unidos en un único territorio.

"Es una locura. ¿Qué han hecho de malo mis empleados para ser expulsados del país como delincuentes?", se queja Mohamed. "Yo, una vez que ellos optaron por quedarse, estaba decidido a oponerme a las órdenes", añade indignado. Pero al final el temor a que el fin del Ramadán desencadenase una nueva traca de desmanes y revanchismo por parte de los árabes hizo claudicar a Mamadu. "Me dijo: 'Ya no aguanto más, pues es mejor morir pobre en tu propio país que salir muerto en éste'. Después de Mamadu, fue el turno de Aida, que hasta el úItimo momento gritó desde la verja del aeropuerto: "No quiero irme, señor".

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