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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Derecho a morir

LA ESTAMPA dramática de un padre desconectando él mismo el respirador que mantenía artificialmente la vida de su pequeño hijo sobrecoge por su aparente sinrazón. Pero se trata de la patética denuncia de una tozudez presuntuosa con que, a veces, el hombre intenta detener el inexorable curso de la naturaleza. Con su decisión, Rudy Linares, un pintor de brocha gorda de Chicago, puso en marcha una impresionante historia de amor y muerte que reduce a la nada los prejuicios y razones piadosas que pretenden justificar la prolongación de la vida cuando ya ha dejado de serlo, convertida en una mera ficción mecánica. La ley tipifica la actuación de Linares como un delito de asesinato, pero en este lance la ley lleva todas las de perder. Su alejamiento de la realidad es tan flagrante que o bien es modificada o corre el riesgo de ser transgredida una y otra vez en circunstancias semejantes.La decisión de Rudy Linares encaja perfectamente con uno de los supuestos más claros del derecho a una muerte digna: el de no aplicar medidas excepcionales para prolongar artificialmente la vida de un enfermo irrecuperable. El pequeño hijo de Linares, un bebé de 16 meses, permanecía en coma irreversibledesde el pasado 2 de agosto, cuando se tragó un globo que bloqueó su tráquea y le causó una falta de oxígeno en el cerebro. El desfase de la ley con el entorno social lleva a veces a situaciones limite como la vivida por este padre, empujado a ser el ejecutor material de la muerte de su hijo y obligado a verlo morir acunado en sus brazos. En realidad ninguno de estos hechos era lo que aparentaba. El pequeño hijo de Linares ya estaba muerto, y lo único que su padre hizo fue acabar con la ficción de una vida artificial, prolongada en circunstancias de lo que ya se conoce como encarnizamiento terapéutico.

Sin embargo, muy pocas legislaciones aprueban hoy formalmente lo que Rudy Linares ha hecho con su hijo, en un ejemplo amargo más de que cuando la norma es excesivamente estrecha, la vida la desborda. La práctica médica habitual suele tener en cuenta este supuesto junto con otros dos básicos de eutanasia pasiva: no comenzar o continuar un tratamiento cuando el enfermo, consciente y explícitamente, así lo pida, y aplicar medidas para mitigar el dolor, aunque éstas, por su naturaleza, acorten la vida. Es dudoso que la clarificación legal de estos tres supuestos fuera suficiente para resolver toda la problemática que late en el tema de la eutanasia: el reconocimiento del derecho personal, de quien se encuentra en un proceso irremisiblemente fatal, a decidir por sí mismo cómo ha de ser el tránsito de la vida a la muerte y a recibir para ello la pertinente ayuda de la ciencia médica. Pero serviría para poner fin a la situación discriminatoria que sufren muchos enfermos, sometidos en el momento más crucial de su existencia al arbitrio del médico o al albur de sus opiniones sobre esta cuestión.

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