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IMAGFIC 89

El cine oriental domina el programa del festival

El festival internacional de cine de Madrid (Imagfic) que se autodeclara dedicado al cine fantástico y de ficción, aplica su definición con criterio amplio, lejano del ortodoxo que determina los límites del cine fantástico, aunque este género sea la espina dorsal que anima sus sesiones. Un programa que año tras año selecciona, como en esta décima edición han dado fe la película japonesa La princesa de la boa (Taketori monogatari) y la realizada en Hong Kong Una historia china de fantasmas, las más distantes y sorpresivas cinematografías.

Al mismo tiempo, en su amplitud selectiva convoca títulos tan encasillados en el fantástico como la película alemana Derfluch (que exige no menos fantasía del espectador para resolver su enigma) al lado de otras como la estadounidense Eating Raoul, que no es sino una disparatada y satírica comedia negra.La princesa de la luna y Una historia china de fantasmas, presentadas a concurso, han elevado el interés de esta sección oficial que apenas ha comenzado. Esta última, fruto de la asociación del productor Tsui Hark y el director Ching Siu Tung, exponentes de la actual cinematografía de Hong Kong, en cuya televisión compartieron empresas comunes, tiene relación en su argumento con las historias de fantasmas escritas durante la dinastía china T`Sin.

En el presente caso relata la historia de un modestísimo funcionario que se enamora de un fantasma. El filme, una comedia de aventuras fantásticas, ofrece un dinamismo constante y divertido, pretexto para la acumulación de efectos especiales.

Situada también en una época histórica pasada, el siglo VIII de Japón, La princesa de la luna, dirigida por el patriarca de la compañía Toho, Kon Ichikawa, en la que tantas veces demostró su maestría en los más diversos géneros, posee ficción e imaginación. Tratada como un cuento tradicional, esta película se inicia con el feliz hallazgo de un humilde matrimonio que ha perdido a su hija: un huevo de oro en cuyo interior se encuentra un bebé.

Ichikawa conduce la historia como un cuento de amor, aunque al final da protagonismo absoluto a la ficción científica que posibilitó el comienzo del relato fílmico.

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