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ANTE EL DÍA DEL LIBRO

La expansión del mercado editorial cambia las relaciones entre autor y editor en España

Ante la avalancha de nuevos autores, los editores literarios buscan sobre todo calidad

PEDRO SORELA, Cierto prestigioso editor de literatura recibe 1.000 manuscritos al año de autores en español, y otro, igualmente prestigioso, recibe unos 750. El primero publica anualmente unas 15 novelas de españoles, de las que sólo cinco son de autores nuevos en su catálogo, y el segundo, pese a su deseo de unirse al grupo de editores que confían en la novela española, sólo publica tres, "por un problema de listón", explica: "No queremos pedir a los españoles menos de lo que exigimos a los extranjeros".

Para Miguel Riera, editor de Montesinos, la historia del escritor descubierto por una editorial pequeña y arrebatado luego por la grande -no siempre por dinero, pues puede buscar mayores tiradas- "es el final lógico en el mundo de la edición, aunque quizá no debiera serio en el de la literatura. No siempre son mundos coincidentes".

Los tres o cuatro autores jóvenes que en los últimos años han roto la idea de lo que en España era un best seller local y que han subido el récord a los 75.000 ejemplares más o menos (no hace mucho a los editores literarios se les hacía la boca agua pensando en la mitad) no son un fenómeno aislado, y en cualquier caso posibilitan que hoy en día se produzca en España el fenómeno de la caza del escritor joven, mejor aún si es escritora.

Casi todos los editores consultados están de acuerdo en que hoy aceptan con más facilidad a autores jóvenes. Grandes editoriales como Plaza Janés y Espasa Calpe han creado, o están en proceso de hacerlo, colecciones específicas de narrativa joven, y en el caso de la primera, según dijo el editor José María Moya, a sabiendas de que durante un tiempo van a perder dinero.

Pero que no se equivoquen quienes creen que escribir en España ya no es llorar. Beatriz de Moura, editora de Tusquets, que ahora cumple 20 años como una de las editoriales más literarias, describe lo penoso que resulta recibir la llegada de jovencitos con un mal manuscrito bajo el brazo pidiendo pasta, con esas palabras, y amenazando con llevarlo a otro sitio. Se han creído que se publica cualquier cosa, y no saben que la inmensa mayor parte de los manuscritos hacen el recorrido de todas las editoriales antes de resignarse al silencio. Normalmente después de los grandes premios, en las editoriales se recibe un aluvión de propuestas. La mayoría permanecen inéditos.

Todos los editores literarios dicen mantener una línea editorial, y en casi todos, con matices, es la misma: la calidad. Una cualidad muy elástica, según quien la defina. Para Ángel Lucía, de Debate, la calidad, más que los contenídos, es lo que define la línea editorial. "Claro que tenemos una línea", comenta Mario Lacruz, de Seix Barral, "pero no es una idea escayolada, inamovible". El hecho de que Seix Barral haya descubierto a algunos de los más destacados jóvenes -Llamazares, Muñoz Molina...- o que publique a varios narradores procedentes de la poesía es pura casualidad, dice.

Italianos y británicos

Varios editores coinciden en publicar literatura en español de calidad, observa Luis Suñén, director literario de Alfaguara, si bien es perfectamente posible determinar ciertas tendencias. Unos editores mostrarían una visible simpatía por grandes escuelas o corrientes. Así, Anagrama sería más italiana y urbana; Alfaguara, hoy, más inglesa; Tusquets, en general más extranjera, aunque no a priori, y así sucesivamente. A la vista del fenómeno -"muchos escritores no funcionan", dice un editor, "pero de pronto hay uno que sí, y mucho"- es intención de Tusquets "hacer un esfuerzo" en narrativa española. En lo que se refiere a su editorial, Suñén no sólo exige calidad: quiere que además los libros le gusten personalmente. Como decía- hace unos días en Madrid Roberto Calasso, el prestigioso editor de la italiana Adelphi, una editorial de literatura es también un estilo.

La mayor parte de los editores niega tener una presión de rentabilidad de la empresa propietaria -a veces editor y propietario se confunden-, y en general aceptan que tenerla en cuenta es una cuestión de realismo. "No recibo la menor indicación de lo que hay que publicar", dice Lacruz, "pero yo me marco el deber de un mínimo de rentabilidad. Es el primer deber del editor, por que si no cierras". Lacruz dice que publicaría el manuscrito valioso de un desconocido aunque fuese ilegible, por difícil, aunque también intentaría asegurarse el siguiente proyecto del autor. "Hay que compaginar: eterno problema del editor".

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