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FERIA DE SEVILLA

Recapitulación

GONZALO ARGOTE, Cuando escribimos ya está el Real como si hubiera sufrido un bombardeo. La ciudad erimera se está desbaratando sin piedad. Los forasteros rumian ya sus recuerdos allende Despeñaperros. La ciudad reposa en el mal llamado lunes de resaca. Acaso resaca de la intemperancia de luz, de insomnio, de danza, que no báquica. En la feria no hay borrachos.

En la otra feria, la de la Maestranza, a reserva del jue,go que den los Guardiola, parece pertinente recapitular sobre los aspectos descollantes de lo acaecido en el ciclo. Una primera consideración, grata para el empresario. A pesar de las críticas en la composición de los carteles, a las ausencias y a las redundancias, la plaza, salvo en el jueves de preferia y la novillada matinal, se ha llenado todos los días. ¿Eso quiere decir que los carteles fueron los que deseaba la afición sevillana? No; quiere decir que la atracción de la feria es tan grande que pongan lo que pongan se llena. - ¿Cabe un cartel más a contraestilo para la afición local que el de la corrida de los banderilleros? Pues también se puso el anhelado cartelito de "no hay billetes".

Respecto a los encierros sólo cabe, en justicia, un voto de censura. La falta de trapío fue la nota dominante. Los veterinarios no han podido muchas veces superar las presiones del taurinismo y han aceptado reses que atentaban al prestigio de la plaza y que se han lidiado ante la indiferencia del público, sólo atento a protestar las cojeras, a veces dudosas o efimeras, antes que a exigir la presencia del toro con cuajo.

La invalidez y la blandura han sido otras características a lamentar. De las divisas anunciadas sólo se lidiaron completas las corridas de Juan Pedro Domecq, Palha y Cebada Gago, aunque esta última no estaba anunciada y vino a sustituir a la de Sepúlveda, desechada en el reconocimiento. Lidiaron también los seis toros de su hierro, aunque alguno con el carácter de sobrero, las ganaderías de El Torero y Jandilla. Los demás encierros hubieron de ser remendados. Destacó a este respecto la corrida del sábado 15, en donde se lidiaron todos de hasta cuatro divisas, jugándose sólo dos ejemplares de la ganadería anunciada de Osborne.

Falta de casta

Si la ausencia de trapío y la invalidez fueron relevantes, la falta de casta, muy generalizada, frustró muchos esforzados intentos de los diestros por alcanzar el triunfo. Sólo se pudo salvar de la quema el encierro de Palha, muy interesante para el aficionado, en donde hubo toros de muy diversa condición, pero con la nota común de su casta. Respecto a las individualidades, sólo se registran en el recuerdo dos toros: el segundo de Palha, que hizo una espectacular pelea en varas, aunque bajara su comportamiento en los (los últimos tercios, y el sexto de Cebada Gago, precioso de lámina, encastado y noble. Muy pocos recuerdos entre 60 toros.

En esta feria, la labor de los espadas estuvo en general por encima de sus enemigos. La actuación más regular, la de Espartaco, a quien correspondió también -sin duda alguna- la mejor faena: la del quinto toro de Cebada Gago. La relevancia artística fue patrimonio de Curro Romero y de Julio Aparicio. La revelación vino de la mano de José Luis Parada. La faena más emocionante la elaboró Toniás Campuzano al sexto de Miura. Las más elegantes hay que atribuirlas a Julio Robles.

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