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FERIA DE SEVILLA

Cogida grave de Pepe Luis Martín

Torrestrella / Peralta, Aparicio, Martín

Novillos de Torrestrella, terciados, cómodos, inválidos y nobles. José Luis Peralta. dos estocadas atravesadísimas que asoman y rueda de peones (palmas); estocada y descabello (palmas); pinchazo y estocada (palmas). Julio Aparicio: estocada atravesada que asoma, perdiendo la muleta (oreja); dos pinchazos y bajonazo (petición y dos clamorosas vueltas al ruedo). Pepe Luis Martín: dos pinchazos y estocada saliendo cogido (vuelta que da la cuadrilla); sufre una cornada grave. Plaza de la Maestranza, 15 de abril (por la mañana). 10ª corrida de feria.J. V.,

Pepe Luis Martín sufrió una cornada fuerte al entrar a matar a su primer novillo. Le había toreado según mandan los cánones, hasta que el animal se acobardó y se marchó a la querencia de chiqueros. Allí entró a matar y allí se llevó la cornada Pepe Luis Martín, en el transcurso de un dramático campaneo en lo alto del pitón.

Hubo una gran consternación y también una gran sorpresa en la Maestranza, pues la novillada matinal transcurría amable, facilita, a causa de la insignificancia de los novillos de Torrestrella -luego se vio que no tanta, con ese percance-, todos ellos bonitos de lámina y capa, guapitos de cara, flojos y nobilísimos. Después la impresión de la cogida daría paso a un auténtico delirio, por el toreo de Julio Aparicio, que causó sensación.

El toreo de Julio Aparicio conmovió hasta las entrañas a la afición sevillana, que no había visto torear así -ni ella ni nínguna- desde el año del cometa El toreo de Julio Aparicio amalgamaba fantasía y hondura a impulsos de inspiración y técnica, y si cada pase hacía crujir los óles encendidos, el conjunto de las tandas y de la faena toda provocaban el óle-óle-óle, una exclamación interminable, un salto en el graderío, un querer abrazar al vecino de localidad (mejor si de distinto sexo) para rubricar la comunión de creencias y de emociones.

Debieron de ser esas emociones pariguales a las de los catecúmenos; el toreo era rito mayestático que oficiaba Julio Aparicio con la solemnidad de un papa. Y tiene 17 añitos o así el chaval. Que no son nada, con toda la vida por delante, y por eso admira aún más que parezca -parecía ayer, mediodía- un catedrático y un poeta.

La finura al templar, la naturalidad absoluta desde el eje de la suerte, la gracia durante el trazo exquisito de los pases, y en esa delectación mutua estaban el torero y el público cuando, sin solución de continuidad, el toreo se hacía hondo, añejo en su clasicismo, y recordaba las estampas de aquellos maestros que configuraron la edad de oro de la fiesta en las primeras décadas del siglo. A la salida, la afición iba toreando por el Arenal y recordaba las faenas de Aparicio -especialmente la segunda-, algunos de sus momentos irrepetibles, y unos hablaban de los naturales, otros de los pases de pecho, o aquel trincherazo con la izquierda, o los ayudados a dos manos rodilla en tierra convirtiendo al novillo -novillejo chato-brocho o acaso cuernichurror-, en una pescadilla enroscá. La sensación fue Julio Aparicio. Si le hace al toro lo que le hizo ayer a la mona, este joven acaba con todos.

La torería es contagiosa y José Luis Peralta, que había estado muy técnico pero muy insulso en sus dos novillos, al último, que lidió en sustitución de Martín, ya le toreó con garbo, y a ese y a todos les instrumentó formidables pases de pecho. La novillada se recordará durante mucho tiempo por el arte de Julio Aparicio y la historia habrá de añadir el dato infeliz de la cornada; que fue muy fuerte. .

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