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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La deuda y la revolución

EN LA reunión que el Grupo de los Siete (G-7), el club de los países más ricos del mundo, celebró el domingo en Mount Vemon (Virginia, EE UU), el ya célebre Plan Brady para la reducción de la deuda externa quedó finalmente reducido a una simple propuesta más, que los ministros y gobernadores de los bancos centrales se limitaron a discutir. El entusiasmo con que los portavoces del Tesoro norteamericano defendieron que el Plan Brady obtendría el apoyo explícito de europeos y japoneses fue rebajado a última hora por un comunicado repleto de matices y reservas.No quiere decir esto, sin embargo, que el Plan Brady fuese rechazado, ni mucho menos. Es más, en el comunicado se cita la conveniencia de afrontar un proceso de reducción de la deuda caso por caso, respetando el protagonismo de la banca acreedora en una negociación que debe acometerse siempre "de forma voluntaria". Lo que no hubo, en todo caso, fueron compromisos firmes.

La explicación podría encontrarse en la postura de los representantes comunitarios (Francia, la RFA, el Reino Unido e Italia), que habían propuesto ideas no muy distintas a las ahora defendidas por Brady mucho antes que él y que no quieren que Estados Unidos se erija en salvador de los endeudados después de haberse atrincherado durante años -la era de Baker- en las posiciones más intransigentes. Un factor a considerar es la voluntad de Mitterrand de centrar en la reunión de julio del G-7 (precisamente en París, y, además, el 14 de julio, bicentenario de la revolución de 1789) el gran hito en la historia de la deuda.

Aunque las expectativas surgidas en torno a la reunión fueran después aguadas por los resultados, lo cierto es que, a partir de ahora, los países endeudados y la banca acreedora pueden seguir sus conversaciones sobre la rediucción, sabiendo que los países más ricos apoyan de forma implícita el proceso. En esa dirección, los ministros del grupo aconsejaron al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco Mundial que comiencen a estudiar posibles mecanismos para sostener las operaciones con los que respaldar la reducción y los necesarios nuevos créditos, extremo al que aspiraban los endeudados.

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En conjunto, tanto la reunión del G-7 como las del Grupo de los 24 (los países en desarrollo) y del resto de los comités del FMI arrojan una tenue luz de esperanza sobre la reducción de la deuda, un auténtico tabú hace sólo un.par de años, que ha sido asurnida como necesa ria por todas las partes implicadas, tanto deudoras como acreedoras. Las concreciones, y el paso de la teo ría a la práctica, quedan para París, en una reunión que, de celebrarse dos semanas antes, hubiera contado por primera vez con la asistencia de un español (Felipe González, en su calidad de presidente de la Comunidad Eu ropea) y que Mitterrand se obstinó en hacer coincidir con los grandes fastos del bicentenario. Con ocasión de tan magna fecha, es de esperar que se esfuerce por obtener resultados firmes.

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