Monstruos de feria
Una luz fría desvela las entrañas de un circo desierto. Una cuerda fija, un trapecio y una red instalada en la cúpula cruzan el cielo de la imaginaria carpa. Abajo, en el centro de la arena, un enorme triciclo-torre, y a un lado, el esqueleto de un descomunal triciclo-Iibélula. Tras las cortinas de la torre se adivina una silueta fantasmal. Desde una puerta del fondo arranca la procesión de monstruos humanos.Abre el siniestro cortejo el gigante Balambaí, un ogro de rostro desfigurado, oculto bajo un grosero vendaje, que lleva a cuestas a Malva, una chica sin brazos y sin piernas. Detrás, en fila india, Schlitze y Zip, contorsionistas de puntiagudo cráneo; Venus, bellísima zíngara, estupenda acróbata y dornadora de serpientes; el ambiguo y sorprendente andrógino oriental Joseph-Joséphine; la mole colosal y fofa de Greece; Khanghio, un inexpresivo liliputiense asiático; y en medio de la fenomenal fantasmagoría humana, Hercule, un forzudo y musculoso negro que, como si se tratara de dos imposibles hermanos siarneses, lleva en sus brazos a Phroso, un hombre -tronco que realiza impensables equilibrios en la cuerda con sus poderosos brazos.
Freaks
Adaptación teatral de la película de Tod Browning, realizada y dirigida por Geneviève de Kermabon. Espai B del Mercat de les Flors, Barcelona.
Freaks, el espectáculo de la compañía Ujighite, es la adaptación teatral que Geneviève de Kermabon, la directora, ha realizado de la película de Tod Browning, una especie de aquelarre ambientado en un circo, el único refugio posible de esos seres deformes, tullidos o atrofiados, que se vengan de la bella Olga Balaclova descuartizándola brutalmente
Un fogonazo rasga la fotografía de extravagancia humana y, en lo alto de esa torre-triciclo, nos descubre un nuevo fenómeno de la naturaleza, Altaï, un ser minúsculo, corcovado y contrahecho, que recuerda en buena medida la grotesca figura del primitivo Punch inglés (finales del siglo XVII), un personaje de dos jorobas, de vientre desproporcionado, prominente espalda y extremidades reducidas alamínima expresión.
Y desde su alto trono, del que sólo podrá descender por medio de una elemental grúa, Altaï, el bonimenteur (presentador) del circo, empieza a contar la humana historia de amor y desamor que va a desatarse en ese templo de la risa.
Freaks tropieza de inmediato con la patética realidad de sus propios intérpretes, y jamás consigue rebasarla. Al contrario, la realidad desborda sin remedio a la ficción. Peor aún, la ficción se hace realidad. La dramática, y a veces angustiosa, figura contrahecha de los actores se impone a la fábula amorosa que en vano intenta representarse. Y, a pesar de la dura verdad de esos cuerpos mutilados, Freaks desprende tanta frialdad que apenas consigue emocionar, ni la misma realidad monstruosa de los protagonistas llega a impresionar la sensibilidad del público, perdido como está en el barullo de esa desangelada historia de amor y odio.
Los actores son malos, regulares a lo sumo, a excepción quizá de esa pareja de enanos prometidos, Hans y Frieda, sobre todo en la emocionante escena en que ella intenta desengañarle de las promesas de amor de la funesta Cléopâtre.
Aunque el fiasco no sea tanto culpa de los actores como de la directora, que ha constituido una historia casi ininteligible, desanimada, con un ritmo, escénico balbuceante, que oscila entre oscuros y estáticos silencios y continuas barahúndas de feria, condenando a los personajes a una literal y lamentable imbecilidad, como si además de tullidos y deformes fueran también palurdos.
Babelia
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