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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El pretexto

AL RATIFICARSE en el contenido de su comunicado, el Gobierno se ha negado a aceptar el chantaje de ETA. Puede ser que la organización terrorista no haya querido nunca negociar, sino únicament6 ganar tiempo. De hecho, ello se deduce de sus documentos internos anteriores a la tregua. Pero puede que ni la banda misma sepa si quiere o no quiere negociar o, más verosímilmente, que algunos de sus integrantes quieran y otros no. Cuando esta situación se ha producido en el seno de la organización terrorista, la búsqueda de un consenso interno se ha traducido siempre en la instalación en una posición aparentemente intermedia, pero que suponía en realidad la imposición de los más intransigentes: es decir, se admite el principio de la negociación, aunque se supedita su desarrollo a la aceptación de unas condiciones que por adelantado se saben imposibles, de forma que las conversaciones puedan romperse a conveniencia con cualquier pretexto. Es lo que parece haberse producido ahora.Las diferentes posturas detectables tradicionalmente en el interior de ETA han solido guardar relación, antes que con planteamientos ideológicos o estratégicos divergentes, con las distintas situaciones personales de sus sostenedores. Así, Txomin Iturbe no dio el paso decisivo hacia la aceptación de la hipótesis de una salida negociada hasta que se encontró detenido en Burdeos. Lo que ha dado en llamarse la ETA de Argel, encabezada por Etxebeste e integrada por personas sobre cuyas cabezas pende la amenaza permanente de una expulsión, se ha mostrado más sensible a las posibilidades del diálogo que la llamada ETA francesa, integrada por personas que se encuentran en libertad, aunque en clandestinidad. E incluso

podría hablarse de una tercera ETA, la compuesta por sus tramas civiles, para cuyos componentes es compatible la denuncia más radical del genocidio a que estaría sometido el pueblo vasco -y ellos mismos en primer lugar- con la celebración de alegres cenas de confraternización en los restaurantes de la parte vieja de Bilbao o de Donosti. Estos últimos son los más intransigentes.Dos son las principales dificultades para que de Argel salga un acuerdo similar al que en su día permitió la reinserción de los polimilis. Primero, que lo que los activistas pueden traer a Euskadi para explicar su retirada como una gran victoria es ya muy poco. En todo caso, nada que no pueda conseguirse pacíficamente y en el marco de las instituciones democráticas. Segundo, que no existe una estructura de acogida que, en función similar a la desempeñada en su día por Euskadiko Ezkerra, dé cobertura ideológica a las cesiones que los negociadores de ETA se vean forzados a realizar a cambio de su vuelta a casa y de la salida de los presos. En lugar de estimular la búsqueda de salidas viables -y nadie con dos dedos de frente puede pretender ignorar que lo que se salga del marco pactado por los partidos en Ajuria Enea no es viable-, las tramas civiles se dedican a cerrar puertas y a segar la hierba bajo los pies de los presos y demás colectivos personalmente interesados en una solución.

Probablemente fueron las reticencias de esos sectores y de sus amigos de la ETA francesa las que dificultaron hasta el último momento el acuerdo sobre la prolongación de la tregua, en el que.estaban interesados los de Argel. Ello forzó ciertas concesiones de parte de la delegación del Gobierno que, sin poner en cuestión los principios fundamentales del campo marcado por el pacto de Ajuria Enea, permitieran a los negociadores de ETA vender la conveniencia de mantener la tregua. Se trataba, como es inevitable en este tipo de procesos, de un compromiso hecho de sobrentendidos. Las concesiones, que no afectan a las diferencias de estilo denunciadas ahora por ETA, eran dos: reconocimiento, mediante la inclusión de la palabra distensión, de que la tregua comprendía también la no detención de comandos y el reconocimiento del carácter político de las conversaciones, evitando, sin embargo, la expresión negotiación política. Pero resulta significativo que una de las expresiones denunciadas por ETA como no pactada en Argel sea la referente al marco del "acuerdo entre los partidos políticos", que ellos sustítuyen por otra expresión que no significa nada. Ello demuestra que la debilidad fundamental de la posición de ETA es la unidad de las fuerzas democráticas y su negativa a que en Argel se negocie el ftituro de Euskadi. Esta unidad es un capital a conservar por encima de cualquier consideración y al margen de que ETA reconsidere o no su amenaza de ayer.

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