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Tribuna:LA REFORMA DEL SISTEMA EN MÉXICO
Tribuna
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Los 100 días de Salinas

Sin señales claras de solución al principal problema mexicano, el de sus finanzas públicas y su economía, el Gobierno del presidente Salinas ha traspasado el centenario de sus días iniciales con avances en la política. Progreso muy significativo si se considera el explosivo potencial que ha sido, en los últimos años, la conjunción de acendradas dificultades económicas e irritación política creciente.Carlos Salinas, el economista que cumplió 40 años mientras realizaba la campaña que lo condujo a la presidencia de la República, llegó a ese cargo el primero de diciembre anterior en medio de las condiciones más adversas desde que se fundó el sistema político mexicano. De ello hace ahora precisamente 60 años, prolongado lapso que por sí mismo hubiera bastado para crear la necesidad de cambios. El voto del verano de 1988 fue unánime en torno de la necesidad de tales cambios, aunque no haya todavía acuerdo de cuáles y en qué orden es preciso practicarlos.

Con apenas algunas concesiones a la retórica tradicional, plena de referencias a la revolución mexicana, Salinas puso en práctica un programa económico de estabilidad y crecimiento, dos objetivos que se contradicen, y en el que, por tanto, resultará triunfante el primero. Eso ocurrirá sobre todo si no es posible inyectar recursos a la fatigada estructura productiva, que le permitan crear el millón de empleos anuales que requiere el dinámico crecimiento de la población.

Poco alentador

Salinas y su equipo de tenócratas neoliberales hacen descansar el éxito de su programa económico 9p una renegociación de la deuda exterior de México, cuyo servicio reclama el 60% del presupuesto nacional para 1989. Hasta ahora, las indicaciones son poco alentadoras. El ministro de Hacienda, Pedro Aspe, que estabilizó la economía el año pasado, desde su cargo de ministro encargado del gasto público, donde reemplazó a Salinas, ha iniciado ya el peregrinaje anual de los responsables de las finanzas públicas mexicanas, ante los acreedores en Estados Unidos y Europa. Es temprano para conocer las actitudes de la banca a la que México adeuda más de 100.000 millones de dólares, pero no hay optimismo en el Gobierno. Por lo menos resulta claro que se necesita el paso de varios meses antes de conocer las disponibilidades de dinero fresco y de reducción en el monto del servicio, sin lo cual no puede aplicarse el programa de recuperación que Salinas ha proclamado.Si los negociadores mexicanos consiguen convencer a sus acreedores de que la paz social en México es buena para todos, pero que a costearla deben contribuir todos también, Salinas se asentará firmemente en la presidencia, un cargo mezcla de magia, poder y, recientemente, desprestigio. De lo contrario, cabría esperar acciones heterodoxas que no es posible precisar, pero que pondrían en predicamento a la banca acreedora, pues Salinas ha mostrado en otros terrenos que su capacidad de decisión conoce horizontes muy amplios.

Comenzó formando un gabinete donde se reúnen políticos de corte antiguo y sus propios amigos y compañeros de generación, informados e informales, y hasta con cierta dosis de iconoclastia. En broma, comprensible mejor en España que en México, se dijo que la principal característica del gabinete era la pobreza, porque sólo había tres duros en él: el ministro de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios, ex gobernador que manejó largamente la policía política; Arsenio Farell, confirmado en el Ministerio de Trabajo, donde casi paralizó el activismo sindical, y Aspe, a cargo de las finanzas.

Una nueva y más clara determinación de ese ánimo ocurrió el 10 de enero, cuando fue detenido el dirigente Joaquín Hernández Galicia, apodado La Quina, que en los últimos 15 años había consolidado un avasallador poder en el sindicato petrolero, que opera una industria estratégica en la historia y la economía mexicanas. Precisamente la índole de Pemex, la empresa petrolera nacionalizada, había constituido el mejor escudo en defensa de Hernández Galicia. Se creyó durante largo tiempo que cualquier intento por afectar su influencia redundaría en perjuicios tan graves que el país no podría permitirlos. Salinas apostó a que el poder de Hernández Galicia era menor del imaginado, o ninguno, y ganó la apuesta. En menos de 24 horas se restableció el abastecimiento de combustibles, y al cabo de un mes casi todos los mandos seccionales se habían acoplado a la nueva situación, encabezada por un líder poco diferente de La Quina en su contextura ética, pero dotado de una diferencia abismal con él: no había hecho armas políticas contra Salinas ni en el período en que éste luchaba por la candidatura presidencial ni cuando se enfrentó a la nueva oposición surgida del propio partido gubernamental.

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Sería simplista, sin embargo, suponer que sólo la enemistad política determinó la prisión de Hernández Galicia y la recuperación del sindicato petrolero para el priismo. El presidente Salinas no pestañeó cuando uno de los financieros de su campaña, Eduardo Legorreta, fue detenido por fraude bursátil. Tampoco ha de creerse que se trataba de pura simetría política y que a la captura de un dirigente obrero debía seguir la de un prominente empresario. Lo que se busca con esos hechos, al parecer, es, por un lado, restaurar la credibilidad gubernamental, muy venida a menos, y por otro lado, obligar a que la impugnación política que aún padece Salinas evite las tentaciones de la transgresión legal mediante capturas ejemplarizantes.

Es difícil que tenga pronto éxito en el primer aspecto. Si bien las detenciones de Hernández Galicia y de Legorreta restauraron la imagen de Salinas frente a grupos diversos de ciudadanos, deseosos de acciones propiamente ejecutivas, el descrédito gubernamental provoca dudas y suspicacias. El rigor legal en las detenciones ha sido puesto en entredicho, y se procura en algunos círculos disminuir la importancia de los nuevos reos, calificándolos de simples corderos expiatorios.

Un programa ajeno

Con todo, el balance político de Salinas en sus 100 días iniciales es favorable a sus intereses. El Partido de Acción Nacional, situado a la derecha del Gobierno y que hace medio siglo está en la oposición, ve cumplirse en buena parte su programa económico, y por ello, y también para su provecho, se ha convertido en interlocutor de la nueva Administración, soslayando la calificación de ilegitimidad que le asestó el primero de diciembre. En el flanco opuesto, el cardenismo pasa por una crisis propia de su carácter, el de un frente que pudo conjugar intereses electorales diversos y hasta encontrados, pero tiene dificultad para dar a sus originales acuerdos continuidad fuera de las elecciones.En una carrera muy semejante al steeplechase por la cantidad de obstáculos que deben ser sorteados -el acuerdo con los empresarios, a los que da palo y zanahoria, es en esa metáfora una ancha fosa llena de agua en espera de una caída-, un buen jinete como lo fue realmente Salinas sabe que no basta empezar bien para terminar bien.

Miguel Ángel Granados Chapa es director del diario La Jornada.

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