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Un caos dibujado con tiralíneas

Las amistades peligrosasDirección: Stephen Frears. Guión: Christopher Hampton, según la novela de Choderlos de Laclos. Reino Unido, 1988. Intérpretes: Glenn Close, John Malkovich, Michelle Pfeiffer. Cines Palacio de la Música, Cid Campeador, Juan de Austria, Novedades, Cartago, Aluche y (en versión original) California

Hay de nuevo que tragar la adulteración estúpida de un título intocable. Les liasons dangreuses es un monumento de la novela francesa del siglo XVIII, una despiadada incursión en la abominable interioridad ética de una clase dominante -la callada agonía de la aristocracia francesa prerrevolucionaria- cuya trastienda le ha convertido, desde hace dos siglos, en un elemento de juicio indispensable para conocer el derrumbamiento que originó a nuestro tiempo y nuestro mundo.

En inglés fue respetada con un exacto Dangerous liaisons. Pero en España el genio de turno convirtió este Relaciones peligrosas en un Amistades peligrosas, que pervierte la veracidad del enunciado, pues se trata de una obra llena de relaciones sin la menor amistad: un alarde de ignorancia aplicado a un alarde de conocimiento. La, en otros lugares lícita, traducción analógica de liasons por amistades es, en este marco, un disparate.

Y el disparate está agravado por el hecho de que estamos ante un filme no común, sino ante una obra mayor del cine actual, una película penetrante, de extraordinaria sagacidad, caracterizada. por su precisión y su inteligencia, en la que el director británico Stephen Frears, perfectamente ensamblado su trabajo con el de tres intérpretes de excepción, dibuja un caos -el pudridero de lujo donde tiene lugar la mortal disolución, el envilecimiento de la convivencia en las civilizaciones dominantes, cuando entran en la barrena de la caducidad: el silencio que precede al estruendoso fracaso de las culturas forjadas desde el poder- con la rectitud de un tiralíneas.

Frialdad volcánica

Hemos rozado un núcleo de este complejo filme. Con otra digresión podemos rozar otro: la inquietante actualidad de este relato libertino de la Europa prerrevolucionaria en medio de la Europa posrevolucionaria. Basta con leer la prensa rosa y amarilla europea de hoy -de la que la española es una mendicante vanguardia- para ver la vigencia de la terrible historia que ha dado lugar a este terrible -y divertidísimo- filme: un gélido volcán, que aparentemente nada tiene que ver con el tempestuoso cine anterior de Frears, pero que visto de cerca es una deducción matemática de él.

La dolorosa -bañada de amargo humor- visión de Frears de los estercoleros residuales del imperio británico está llena de relaciones peligrosas de este tipo. Y en ellas el cineasta despliega su dominio de la expresión de la ambigüedad en las relaciones humanas, para dar una lección en ese insuperable test que en cine es el dominio en la interacción entre actores: su juego de roces, de miradas, de argucias de comportamiento, en las que lo gozoso y lo abominable, lo patético y lo irrisorio no tienen fronteras claras y dejan ver una imprecisa zona común, que adquiere capacidad de signo revelador de los estadios finales del optimismo colectivo, cuando éste se torna pesimismo y la cotidianidad se hace atrocidad.

De ahí que Frears, tras los ropajes dieciochescos de sus personajes, busque su desnudez intemporal. El filme es un estudio de tipos magistralmente desarrollados, gracias a la memorable actuación de Glenn Close -que hace una composición genial-, John Malkovich y Michelle Pfeiffer. Un singular triángulo de rostros, que entra en el capítulo de oro del cine actual y que hay que ver para creer.

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