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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Paz ahora y para siempre.

SI NOS atenemos a la literalidad de lo que dicen los documentos internos o externos de ETA y su glosa por parte de Herri Batasuna o los comentaristas de la prensa abertzale, es escasísimo el margen de esperanza de que de las conversaciones de Argel, o en cualquier otro foro, salga la paz. De estos documentos se deduce que los terroristas ni se plantean la posibilidad de abandonar la lucha armada (eufemismo que designa actividades como el asesinato de niños, el secuestro de industriales o la destrucción de bienes), y que siguen considerándose a sí mismos investidos de una legitimidad mágica que justifica cualquier crimen. Y, como corolario, que las conversaciones son únicamente un componente de su estrategia destinado a tomarse un respiro, recomponer su imagen con vistas a confrontaciones como la de las próximas elecciones europeas y tratar de romper el cerco que para sus pretensiones de representación implícita de todos los nacionalistas supone el pacto de Ajuria Enea.Sin embargo, la tregua asociada a las conversaciones de Argel está creando una dinámica a favor de la paz cuyos efectos pueden acabar contagiando incluso a los sectores más recalcitrantes, y esta dinámica justifica mantener abierta la puerta de la esperanza. La sociedad vasca se ha acostumbrado rapidísimamente a la experiencia inédita de una Euskadi sin atentados y a medida que transcurre el tiempo resulta más inaceptable la idea de volver a lo de antes. Esta vivencia de la paz civil ha repercutido, a su vez, en las actitudes de los líderes políticos, que hoy encuentran razonable lo que hace poco consideraban arriesgado aceptar, y expresan con mayor libertad aquello que seguramente pensaban, pero no se atrevían a decir en voz alta por temor a quedar desautorizados por sus vecinos o rivales políticos. Lo que el lehendakari Ardanza dijo el sábado en San Sebastián, y que enlaza con una tradición nacionalista que se remonta como poco a los años veinte, seguramente lo pensaba ya cuando sustituyó a Garaikoetxea al frente del Ejecutivo autónomo. Pero su mensaje europeísta, racionalmente crítico, más atento al presente de los vascos y al futuro de Euskadi que a un pasado congelado en mitos, tal vez no hubiera sido entendido por una parte de la comunidad nacionalista cuando la presencia cotidiana de la violencia, y la polarización política y social a ella asociada, turbaba el juicio de sus conciudadanos, prisioneros de una retórica circular y sectaria.

Durante años, el criterio fundamental de valoración del éxito o fracaso del Gobierno vasco se midió por el número de desplantes y broncas con el poder central, antes que por la eficacia de su gestión. El vértigo de quedarse sin muletas retóricas como la de proclamar que tal o cual solución había sido arrancada a Madrid alimentó una dinárnica de confrontación en la que ETA halló el medio adecuado para imponer su presencia como una realidad natural, inevitable. Esa fase está a punto de clausurarse y las. prioridades de los políticos tienden a identificarse cada vez más con las preocupaciones de los ciudadanos. La enorme energía desplegada por los vascos para empeños que ahora parecen pueriles, cuando no directamente contraproducentes, podría invertirse en adelante en empresas de más fuste ético y social. En primer lugar, en la construcción de una Euskadi pacífica y reconciliada. El reciente acuerdo sobre la modernización de las comunicaciones por vía férrea, que permitirá a un ciudadano de Bilbao viajar a Vitoria en 20 minutos, hace avanzar más la cohesión interna de la sociedad vasca, tradicionalmente escindida en bandos irreconciliables, que miles de declaraciones sobre la soberanía o la autodeterminación. Y quienes más tiempo tarden en comprender esto, más marginados quedarán en la dinámica que ahora pugna por abrirse paso.

La manifestación convocada por los partidos democráticos vascos para pedir la prolongación indefinida de la tregua, bajo el lema de "Paz ahora y para siempre", está llamada a expresar plásticamente esta realidad. Precisamente porque no va contra nadie, sino a favor de la reconcifiación, el eco de su mensaje debe llegar nítidamente a Argel: que para que la bicicleta de la violencia -una bicicleta de piñón fijo- deje de rodar sin control, basta con dejar de pedalear. Sólo esto. Y esto es lo que quiere la inmensa mayoría de los vascos.

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