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El mundo no como yo lo encontré

Todavía no hace 100 años que un pensador como Dilthey creía ver un modelo válido de la filosofía en el cuadro de Rafael La Escuela de Atenas, donde se representa la discusión de un grupo de personajes entre los que destacan Platón y Asistóteles. Hoy. la gente tiene una idea algo más esquemática y esperpéntica, de la filosofía, y quizá viera mejor una imagen plástica de la misma en el Gran metafísico de Chirico. Esto se debe a importantes factores de transformación pero también a la labor de autocrítica de la filosofía llevada a cabo por los dos hombres más representativos del pensamiento europeo desde la I Guerra Mundial, Heidegger y Wittgenstein.Uno y otro se beneficiaron inicialmente de la revolución conceptual instaurada por sus respectivos maestros, Edmund Husserl, fundador de la fenomenología, y Bertrand Russell, padre de la lógica simbólica. Wittgenstein fue a Cambridge antes de la I Guerra Mundial a estudiar ingeniería y filosofía de la matemática con Russell. Fruto de sus elucubraciones fue un cuaderno de aforismos, de contenido extraño y endiabladamente ininteligible, titulado Tractatus logico-philosophicus. Se jactaba en el prólogo de haber resuelto los problemas fundamentales de la filosofía. Siguiendo a Russell, daba por supuesto que el lenguaje es un mapa o un espejo de la realidad y que el análisis de un lenguaje bien construido implica un análisis de la realidad. El Tractatus describía un mundo de hechos exclusivamente expresables en el lenguaje de la ciencia, y terminaba indicando que los problemas que más interesan a la filosofía -la felicidad, el arte, el yo, o Dios- no son científicos ni susceptibles de ser expresados en lenguaje científico. "De lo que no se puede hablar", concluía lacónicamente, "lo mejor es callarse".

A fines de la misma década se revelaría Heidegger, hijo de un modesto sacristán, como estrella rutilante de la fenomenología al publicar en 1927 su libro El ser y el tiempo, un grueso volumen que no era más inteligible que el Tractatus, y que prometía una segunda parte que nunca llegó. Bajo el rótulo de ontología fundamental se explicaba en este libro la teoría de que el hombre es un ser arrojado a un mundo inhóspito, poblado de utensilios, cosas naturales y otros hombres, en donde cada uno de nosotros, quiera o no, ha de hacer libremente su vida, mientras espera la llegada de la muerte. El momento era propicio para el triunfo de semejante mensaje. Había crisis de fundamento en la ciencia -el intuicionismo y la mecánica cuántica habían puesto en cuestión algunos principios clásicos de la lógica y de la física- y la situación económica y política, con la emergencia de los movimientos fascistas, era también crítica. La vinculación de Heidegger al nazismo, del que luego él mismo se autoexcluiría, ha resucitado desde el pasado año 1988 como tema de debate.

El lenguaje del corazón

Entre el desdén que mostraría Wittgenstein ante el entusiasmo de los positivistas lógicos por el Tractatus y el ulterior gesto análogo de Heidegger ante el entusiasmo de los existencialistas franceses de posguerra por El ser y el tiempo. Pero ese aire de familia resulta todavía más evidente cuando se observa que ambos pensadores deciden abrir, tras años de silencio, un segundo período de investigación filosófica de nueva traza que invalida en gran parte los resultados respectivamente conseguidos en la etapa anterior.

Al volver a Cambridge Wittgenstein sigue pensando que el interés por el lenguaje es el corazón de la filosofía. Pero no ve en él ahora una pintura o un mapa de la realidad, sino una herramienta de comunicación. El idioma de la ciencia pierde el rango privilegiado que le otorgó el Tractatus y pasa a ser una parcela lingüística nomás fundamental que las demás. El lenguaje no es ahora para Wittgenstein el espejo del mundo, sino un juego o una familia de juegos que deja abierto el margen de libertad y necesidad inherente a todo juego. Si por algo se caracteriza el segundo Wittgenstein es por su actitud antiteórica. Detrás del lenguaje no hay que buscar ni construir una filosofía ni una teoría del lenguaje que le sirva de fundamento. Lo que hay detrás es, sencillamente, la vida. Murió en 1951. Su Investigaciones filosóficas, aparecida en 1953, ha sido probablemente el libro filosófico más influyente de la segunda mitad de siglo.

Marginado después de la guerra, Heidegger inició su segunda navegación diciendo adiós al rigor del método fenomenológico y a las connotaciones antropológicas de su ontología fundamental. Ahora define al hombre como guardián o pastor del Ser, y a la elucidación, inspirada en Hegel, de la historia del Ser como destino dedicará sus más prolongados esfuerzos. Su reinterpretación del nihilismo de Nietzsche le servirá para denunciar la imagen técnica del mundo, que amenaza conducir, según predice Heidegger anticipándose al ecologismo, a la "muerte de la tierra".

Hay un pasaje del Tractatus que alude a un hipotético libro que versase sobre "el mundo como yo lo encontré". El mundo filosófico que encontraron Heidegger y Wittgenstein fue el legado por Husserl y Russell. En él culmina el ideal griego y cartesiano del conocimiento como gran espejo que refleja el orden del universo.

Lo que las cavilaciones de Wingenstein y Heidegger han logrado consumar es, según Rorty, la ruptura en mil pedazos de ese espejo y, con él, de la imagen tradicional de la filosofía. Si esa imagen será algún día recompuesta o ha de quedar definitivamente rota, es cosa que el tiempo habrá de decidir.

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