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Requiem por Salman Rushdie

Desde la apostasía perdió el equilibrio emocional y la inspiración. En su afán de seguir escribiendo, recurre, en Versículos satánicos, al plagio, con inversión de conceptos: virtud por pecado, compasión por lujuria; matrimonio por burdel. En su panfletaria obra expone, además de relatos fantásticos, toda una serie de indecente pornografía, con la soez descripción de las prostitutas de la cortina, que, con mala fe y maledicencia relaciona con las esposas del profeta del islam. Aunque el caparazón de Rushdie siga alentando algunas constantes vitales, y tal vez perduren bastante tiempo pese a las amenazas, su espíritu, raciocinio y esencia están exánimes, aunque la misericordia y clemencia de Dios, previo sincero y público arrepentimiento, puedan vivificarle.Salman Rushdie no puede alegar ignorancia de los principios del islam. Nació y se educó, hace 41 años, en Bombay, en el seno de una acomodada familia musulmana. Sabía la razón y el porqué de las esposas del profeta, las cuales, excepto Aischa, eran viudas, lo que implicaba en aquel entonces una soledad y un rechazo por parte de una sociedad recién incorporada al islam, pero cuyas antiguas tradiciones aún tenían cierta vigencia. Conocía las columnas del islam, la Constitución de Medina (Yatrib), la moral y trascendencia de la conducta musulmana. Pese a ello, y tal vez desde el abandono de las prácticas de su religión de origen, su larga permanencia en Londres (se trasladó a ella a los 13 años), su paso por la facultad de Historia de Cambridge, su segundo matrimonio con una escritora norteamericana, su afición a los relatos fantásticos y filmes de escasa moral, así como su integración en la sociedad de consumo, es muy posible que todo ello traumatizase su atribulado espíritu, abierto ya a contradicciones y dudas, y le impulsase a escribir un libro que, desde la espectacularidad y el escándalo, con difamantes ataques al islam, le proporcionase pingües beneficios. Se dice que ha cobrado por los derechos de ese libro, en su edición inglesa, 900.000 dólares estadounidenses.

Tú, Rushdie, eras un escritor con cierto renombre desde tu publicación de Los hijos de la medianoche. Poseías buena pluma y la adecuada formación profesional -lástima que la emplearas en denigrar la fe de tus padres, que aceptaste en tu adolescencia, de un modo grosero e inadmisible-. Se lee en tu libro: "La prostituta Hafsah mostró un temperamento tan vivo como el de su tocaya, y desde el instante que las 12 asumían sus papeles, la alianza en el burdel se asemejaba a las camarillas políticas de la mezquita de Yatrib". Estos conceptos los repites muchísimas veces, tras premeditación, por las analogías que presentas, con sacrílego regocijo. Más te hubiera valido cultivar otros géneros literarios, menos comprometidos que el innoble libelo, en los que hubieras podido hacer gala de tu imaginación, cultura técnica y sensibilidad poética. Erraste, y ahora empieza otra historia la de tu propia vida: amenazada de muerte.

Recuerda, Rushdie, que, en una menera de apostasía y difámación, el Corán dice:

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
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"Ésos [los apóstatas] tendrán como retribución la maldición de Dios, de los ángeles y la de todos los hombres" (III-87).

'Se exceptuará a quienes después de eso [la apostasía] se arrepientan y se reformen, pues Dios es indulgente, misericordioso" (III-89).

'Los incrédulos que han desviado a otros del camino de Dios y se han separado del Enviado, tras manifestarles con claridad la dirección, no podrán dañar a Dios (en sus instituciones), quien hará estériles sus acciones" (XLVII-34).

Rechazamos, desde nuestra óptica musulmana, todos los radicalismos y actos que los seres quedizados reprueban. Islam es ante todo, paz, convivencia y tolerancia, amén de fraterna solidaridad, aunque en la defensa de sus principios y doctrinas cuando se la quiere enlodar mediante falaces y blasfemos argumentos, están comprometidos todos los musulmanes.

Otra vez se están viviendo épocas pretéritas en las que fanatismo y desproporción imperaban por doquier y en las que la sola tenencia de un libro religioso (menos culpable que el escribirlo) implicaba, por carta real, "pena de muerte y confiscación de bienes".

Tan hiperbólico nos parece la muerte por encargo y recompensa" como la retirada de los 12 embajadores de la Europa comunitaria acreditados en Teherán (nos viene a la memoria que la invasión rusa de Afganistán no promovió tal medida).

Las ofensas del libelo Versículos satánicos al mundo islárnico son gravísimas, intolerables; merecedoras de nuestra total repulsa y del máximo castigo que otorga la ley del país que habite el autor (en este caso, el Reino Unido) contra libelos difamatorios, mayormente cuando las repercusiones alcanzan a 1.000 millones de musulmanes, que se sienten por tal publicación muy ofendidos en su creencia y dignidad, las que merecen el mayor respeto. La caza de brujas y la defensa de causas perdidas ya no tienen vigencia ni razón de ser. Es labor de la justicia ordinaria, que debe actuar con prontitud, eficacia y equidad sobre el autor de tanta difamación e insultos, el cual, apartándose de toda ética profesional, ha desatado una tormenta de encontradas reacciones que llenan primeras páginas de los rotativos mundiales, de la radio y televisión, hasta tal punto que han suscitado gran inquietud política y social.

El daño de Versículos satánicos es ya irreparable, cuantioso, y no puede quedar en pocos días en el olvido. Esta sociedad que blasona de justa y democrática tiene, una vez más, que hacer valer sus valores éticos y dictar sentencia acorde al mal infligido, para que no se vuelvan a producir situaciones de este tipo, ni libros de tal género. Tenemos la ilusionada esperanza de que, tras este desgraciado suceso, la paz, amistad y concordia prevalezcan entre todas las naciones, que deberían esforzarse en solucionar las asignaturas pendientes, como el problema de Palestina, la paz en Oriente Próximo, el hambre o la ayuda técnica que sufren y precisan muchos de los países tercermundistas. Ése es un reto que merece dedicación, con-s" tancia y generosa solidaridad.

Álvaro Machordm Comins es secretario general de la Comunidad Musulmana de España.

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