_
_
_
_
Reportaje:

Expendedores de jeringuillas

3.000 drogadictos visitan cada noche las farmacias de guardia de Madrid

Juan Antonio Carbajo

La farmacia estaba de guardia aquel domingo. Como siempre que le tocaba guardia nocturna, la farmacéutica había hecho acopio de jeringuillas y se preparaba mentalmente para resistir el asedio de toxicómanos en busca de sus chutas. "Prefiero que me sobren las existencias, porque si te piden una jeringuilla y no tienes, te puede acarrear problemas", comenta la mujer. Las farmacias se han convertido casi en cámaras acorazadas, pero siempre hay un resquicio para forzar la voluntad de los farmacéuticos: la última táctica es utilizar a los clientes como rehenes.

El farmacéutico del barrio de Ventas había gastado un millón y medio de pesetas para transformar progresivamente su comercio en un bunker: rejas dobles, cierres electrónicos, alarmas, cristales blindados. Cada robo le descubría un nuevo punto débil que había que corregir. El domingo, mientras despachaba por la ventanilla de la puerta las habituales papillas, chupetes, aspinnas y alguna que otra receta atrasada, descubrió impotente que la inventiva de los atracadores no tiene límites. Leonardo Domínguez, heroinómano, había puesto un cuchillo en la garganta de un cliente y amenazaba con degollarle si el boticario no le daba la recaudación. Había utilizado el mismo truco en otras 16 farmacias, y siempre le había dado resultado, hasta que fue detenido por inspectores de la comisaría de Ventas.Cada día, 26 de las 1.700 farmacias de Madrid capital están de guardia. A la caída de la tarde empiezan las horas de tensión, que se prolongarán a lo largo de toda una noche de duermevela. Cada cinco o diez minutos la puerta de la farmacia es aporreada o el timbre suena con especial ansiedad. El drogadicto viene en busca de su jeringuilla. "Sólo en la forma de llamar ya sé qué es lo que quieren", cuenta Aurelia Morón, titular desde 1969 de una farmacia en Entrevías.

Armando Somarriba, 30 años como farmacéutico, vende 100 jeringuillas cualquier noche de guardia en Usera. "Hace años, las guardias las hacía sentado en la acera, jugando al mus con el sereno o hablando con los tahoneros. Ahora tengo que avisar a la policía para que se acerque de cuando en cuando durante la noche", afirma. A 200 metros de su farmacia, varias decenas de drogadictos se acomodan en una plaza del barrio. "A veces llegan muy agresivos, te insultan y amenazan", explica.

Violeta, titular de una farmacia en Vallecas, al menos puede pegar un ojo de cuando en cuando. "Suelo tener entre seis y ocho clientes cada noche de guardia", explica. Pero la tranquilidad en su local es sólo relativa. "En dos años he puesto 23 denuncias por robo o atraco". Violeta afirma que son los cristales blindados los que le permiten conservar la suficiente serenidad.

Federico Cano tiene su oficina en San Blas. Hasta hace dos años podía presumir de ser de los pocos que atendían directamente al cliente, sin cristal blindado de por medio. La solución se llamaba Nick. A ese nombre responde un ejemplar adiestrado de pastor alemán cuya presencia corrió de boca en boca entre los chorizos de la zona, que le habían atracado ya en 18 ocasiones. "Pero llegó uno que esperó a que hubiera una niña en la farmacia para ponerla una pistola en la cabeza. El mismo que ocho días después regresó para obrar de la misma manera. No tuve más remedio que poner el cristal blindado", afirma.

Recetas falsas

Cano no se amilana ante las dificultades. Llegadas las doce de la noche, coloca dos carteles en la puerta de la farmacia. En uno anuncia que no se despacha sin receta. En el otro está escrito: "Agotadas las jeringuillas de insulina". "A mí me molestan muy poco", afirma. "Sin embargo, da la impresión de que los médicos del ambulatorio sí están más coaccionados. Coincidiendo con las concultas de determinados doctores llegan decenas de drogacticos con recetas de psicotrópicos. Yo me imagino que los amenazan", afirma.La falsificación de recetas es otro de los problemas con los que se enfrentan. Si bien algunos son capaces de negarse a despachar el producto, muchos no tienen más remedio que hacer la vista gorda. Según Carlos Ibáñez, portavoz del Colegio de Farmacéuticos, durante 1988 se consumieron en Madrid 1.000 millones de pesetas en productos psicotrópicos, que los drogadictos utilizan para calmar el síndrome de abstinencia o para sustituir a la droga. "Cerca del 70% se despacharon con recetas falsificadas", afirma Ibáñez. En el mercado negro, un talonario de 100 recetas se puede obtener por 20.000 pesetas.

Durante 1988 las farmacias de Madrid sufrieron, según las cifras oficiales, 238 atracos. Según el Colegio de Farmacéuticos, la cifra sólo corresponde a las denuncias efectuadas y a los casos que realmente se producen. El Colegio calcula que en 1988 debieron producirse 900 atracos, con una media de 50.000 pesetas por botín.

La guardia empieza a las ocho de la noche en una farmacia del Pozo del Tío Raimundo. Ana Domínguez, como cada vez que se acerca un día de guardia, ha hecho acopio de chutas (jeringuillas). "No hay cosa peor que decirles que no tienes", afirma. La práctica del día a día reconvierte los estudios del farmacéutico en un curso acelerado de sociología y maña. A lo largo de la noche habrá atendido a varias decenas de toxicómanos en todos los estados de ansiedad posibles. A muchos es imposible cobrarles el importe.

En la carrera de farmacia no está prevista la asignatura de psicología o psiquiatría, pero cada vez parece más necesaria. La psicología, para saber tratar a un drogadicto en estado de ansiedad. La psiquiatría, para tratarse a sí mismo: "Quien peor se siente tras un cristal blindado es el propio farmacéutico. Es claustrofóbico", afirma un profesional de San Blas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_