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Por un relanzamiento del diálogo euro-árabe

El año 1988 se recordará por los importantes avances efectuados en el camino de la paz y el diálogo entre las naciones, pero no se debe olvidar que este año ha significado también la revalorización del papel que desempeñan las organizaciones internacionales frente al tenaz prejuicio que hacia ellas se ha manifestado en los últimos tiempos: demasiado pesadas para contener con inmediatez las amenazas y paralizadas por los vetos o los antagonismos persistentes, cuando no por la indisciplina de sus miembros, estas instancias, para algunos, habrían acabado por perder toda capacidad de arbitraje y, en consecuencia, todo control sobre los acontecimientos. Incluso hay quien piensa que habría llegado el momento de repensar el sistema internacional y de concebir entidades menos vastas, de vocación sectorial, donde el interés -esencialmente económico- comandaría el reagrupamiento de los Estados.Según esto, parece que se debiera dejar a las ciegas leyes del azar o a la aún más ciega lógica de las relaciones de fuerzas la solución de conflictos que, por definición, apelan a la solidaridad de los hombres y de los Estados, aunque sólo sea porque les implica solidariamente en la espiral de los peligros. De esta forma se avanzaría cada vez más hacia el frío repliegue sobre sí mismos en contra del espíritu de acercamiento y agrupaciones que siguió a la 11 Guerra Mundial.

En un contexto tan profundamente marcado por la duda y la ruptura de los compromisos a nadie ha de sorprender que el papel de las organizaciones interestatales haya sido puesto en tela de juicio a lo largo de los últimos años, lo que no hace más que demostrar hasta qué punto ha sido ardua la tarea de estas instituciones y lo que aún seguirá siendo.

Sin embargo, los datos han cambiado positivamente. El clima de distensión instaurado entre las dos grandes potencias y los progresos realizados en materia de desarme, el cese de las hostilidades entre Irán e Irak, la recuperación del diálogo y el esfuerzo unitario en el Magreb, el acuerdo sobre Namibia y las decisiones adoptadas a favor de la paz en África austral, la proclamación del Estado palestino, la solemne reafirmación de la OLP de su compromiso para alcanzar una solución al conflicto en el Próximo Oriente conforme al derecho internacional y el inicio de un diálogo entre la central palestina y Washington, la retirada soviética de Afganistán y los pasos dados en la vía de un arreglo negociado en el sureste asiático, han sido sentidos por todo el inundo como los indicios de un cambio en profundidad del elima de las relaciones internacionales.

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No obstante, un análisis realista nos sigue indicando que todos estos progresos continúan siendo frágiles, como lo está mostrando abiertamente la nueva etapa de tensión en el Mediterráneo y la actitud israelí de completo rechazo a todo compromiso dentro del marco del derecho internacional y de absoluto desprecio hacia la intifada y hacia la voluntad de todos los otros países del mundo que han reconocido o saludado positivamente las recientes decisiones de la OLP.

Es de esta manera que se debe medir y valorar el papel de las organizaciones internacionales, y sin duda de la ONU en primer lugar, y lo conseguido a través de este año 1988 ha servido para restablecer, con el esplendor del general reconocimiento internacional, su papel de árbitro, de catalizador e inspirador de, diálogos y paz y de guardián de las normas, valores y leyes internacionales.

Más difuso quizá, pero no por ello menos necesario, es el papel que: desempeñan las organizaciones regionales, entre las que se cuenta la nuestra: Liga de los Estados Árabes, aunque no sea del todo exacto consideraría solamente como regional, dado que el carácter nacional goza de prioridad absoluta en las relaciones entre los miembros de nuestra organización. La Liga tiene la edad de la ONU, incluso es mayor en algunos meses que la organización internacional, ya que fue creada el 22 de marzo de 1945. Si bien reagrupa Estados vecinos que comparten las mismas aspiraciones, solidarios en la defensa de las causas comunes, la Liga se considera sobre todo la expresión de la voluntad de los pueblos que hablan la misma lengua, comparten la misma historia, tienen los mismos valores culturales y espirituales como referencia y, en este sentido, se sienten, por encima de la realidad indudable de las fronteras, miembros de una sola nación: la nación árabe.

El carácter internacional de los principales conflictos que afectan a nuestra región -Próximo Oriente, Golfo y, hasta cierto punto, Líbano ha ocultado a menudo a los observadores extranjeros la acción de la Liga en el campo social y económico, acción ésta que tiene por objetivo primero conformar la voluntad árabe común de crear una sociedad nueva.

Sin embargo, en el campo político, voluntad común significa la búsqueda de denominadores comunes, dado que la complejidad de las situaciones y el cruce de intereses llevan fatalmente, ante un mismo problema, a respuestas diversas y a veces contradictorias entre un Estado y otro. El papel de la Liga es irreemplazable aquí, en la medida en que permite mantener el contacto, acelerar la concertación de forma que la disparidad de interpretaciones no degenere en conflicto, y facilitar que el conjunto de sus miembros defina de la manera más eficaz, coherente y al mismo tiempo más fiel a los valores y a los objetivos comunes la posición que corresponde a las exigencias de la situación.

La experiencia demuestra que, en efecto, la búsqueda de una posición árabe unitaria desemboca siempre en una concepción más realista y, con certeza, más moderada de las soluciones. Es esto lo que se evidencia en el Plan Árabe de Paz adoptado por nuestros jefes de Estado reunidos en Fez en 1982. Es más, de este plan surgió la adhesión árabe a una conferencia internacional por la paz en el Próximo Oriente bajo la égida de la ONU y con la participación de todas las partes concernientes en el conflicto, incluida la OLP, única y legítima representante del pueblo palestino.

Fue el Plan Árabe de Fez el que contribuyó a la urgencia del consenso palestino que ha quedado de manifiesto en la reciente reunión del Consejo Palestino en Argel con la adopción de decisiones históricas y apropiadas para desbloquear la situación en el Próximo Oriente.

El trabajo político realizado por la Liga Árabe para ayudar a solucionar conflictos que a menudo sobrepasan los contornos estrictos de la región árabe puede considerarse como la base del esfuerzo común que se despliega en los diferentes campos: diplomático, económico, social, cultural...

La Liga también concede una gran importancia a sus relaciones con las otras organizaciones internacionales y regionales y tiene firmados acuerdos de cooperación con la ONU y sus órganos especializados y la OUA, especialmente desde 1974, en el marco de unas relaciones afro-árabes que evolucionan en el sentido de una real solidaridad, fundada en una cooperación económica y cultural en constante progreso.

Las relaciones con la CEE son igualmente intensas, incluso a pesar de haber estado largo tiempo -y secretamente- bloqueadas por diferencias profundas entre los doce sobre la cuestión M Próximo Oriente, divergencias que se han traducido a menudo en un comportamiento de huida en el momento de asumir importantes compromisos. Si el diálogo euro-árabe ha conocido buenos tiempos, especialmente con la adopción en 1980 por la Comunidad Europea de la Declaración de Venecia, sin embargo, es necesario constatar que del lado europeo no estaban dispuestos a adquirir los compromisos necesarios. Tras la reunión del Consejo Nacional Palestino en Argel y de la Asamblea General de la ONU en Ginebra, el diálogo entre las dos comunidades puede conocer un nuevo impulso. Además, existen importantes proyectos culturales -especialmente la universidad Euro-Árabe en España, a través de la cual se asegura la continuidad de los grandes lazos históricos entre España y el mundo árabe- que contribuirán a abrir las relaciones entre las dos partes en base a nuevas perspectivas.

Creemos que las dos comunidades pueden hacer más recíprocamente. Incluso deben hacerlo con vistas a las repercusiones que entrañarán las transformaciones que el espacio mediterráneo va a sufrir a partir de 1993. A favor de estos cambios, nuestras dos comunidades pueden coordinar sus esfuerzos para la edificación de sus futuros respectivos en la amistad, la cooperación y -¿por qué no?- en la solidaridad.

La historia y la geografía han concedido a España un papel de enlace en este proceso. Fue en tierra española donde nació el diálogo euro-árabe; es a través de la acción de España que alcanzará, estamos seguros, su madurez.

Chadli Klilbi es secretario general de la Liga de los Estados Árabes.

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