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Crítica:TEMPORADA DE ÓPERA EN MADRID
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El retorno a Verdi

Desde que José Antonio Campos se hizo cargo de la dirección artística del teatro de la Zarzuela, a finales de la temporada de 1985, si algo ha caracterizado el funcionamiento de la ópera en Madrid ha sido la atención, el énfasis, la dedicación a las producciones propias. Una cuidada política de ensayos, un especial rigor en que los resultados fuesen de conjunto: voz-teatro-música. Ya en 1986 hubo un excelente Boris Godunov y una interesante Valkiria. En 1987, Il trittico y Wózzeck conseguían niveles altamente satisfactorios, y en la anterior temporada, Lulú y Ermione, las propuestas artísticas más ambiciosas y difíciles, se resolvían no sólo con dignidad sino con imaginación creadora y una gran brillantez. Eran logros que se obtenían sobre un planteamiento en que, al menos, cuatro obras al año eran de nueva realización.Viene todo esto a cuento porque lo primero que llama la atención al examinar la programación de 1989, que se inicia mañana con la representación del Don Giovanni, de Mozart, es un cierto repliegue en este enfoque. Únicamente dos de las óperas anunciadas, Don Giovanni y Tristán e Isolda, son nuevas producciones del teatro, esta última en coproducción con el Liceo, de Barcelona. Son, por otra parte, los títulos señeros, las dos obras maestras indiscutibles de la temporada. En el caso de Tristán supone además la colaboración entre los dos principales centros de ópera en España, algo que, aunque debería ser normal, es casi un acontecimiento del que hay que alegrarse por la racionalización de esfuerzos conjuntos.

Hay, por otra parte, un retorno a Verdi no excesivamente frecuente en Madrid desde el multitudinario Otello del estadio Vicente Calderón, en 1985. Tras la ausencia total de los años 1986 y 1987 y el olvidable Attila de 1988, dos títulos atractivos y de gancho, Rigoletto y Un ballo in maschera, vuelven a las carteleras con repartos equilibrados.

Ópera de Aracil

Como si fuese una curiosa aplicación del principio del 25% a la ópera, sorprende el porcentaje de obras de nueva creación. Al habitual estreno anual, este año liberado de la sumisión a un título de repertorio, con Francesca, de Alfredo Aracil, en la sala Olimpia, se une la reposición de Fígaro, de J. R. Encinar, estrenada en 1988 y revisada en sus cuadros finales, que sustituye a la anunciada Atlántida, cancelada por coste excesivo, 146 millones. Ni los más optimistas de la música actual habían imaginado una situación semejante.El resto de la programación la componen dos obras de interés relativo, Werther y Fedora, al servicio de los divos. Debú de Francisco Araiza y reencuentro escénico de Plícido Domingo -su última intervención teatral en Madrid fue en 1986- con su pueblo, al lado de la insigne Renata Scotto.

Se mantiene respecto a otros años el número de óperas. No se comprende bien cómo de algunas de ellas no se aumentan las funciones. Conseguir una entrada para Don Giovanni o Rigoletto -con Kraus- puede rozar los límites de lo milagroso. Sube ligeramente el precio de las localidades -7.000 pesetas la butaca en las tres primeras sesiones, 3.500 en las populares-. No hay demasiadas novedades, ni en títulos ni en voces. Entre las incógnitas más notables está el ver cómo resuelve M. Caballé el personaje de Isolda, tan alejado sobre el papel de sus características vocales.

Lo más problemático es, no obstante, la falta de correspondencia entre la oferta y la demanda. Madrid tiene un público en crecimiento, aparentemente frío pero serio; sin una vinculación tradicional mayoritaria pero abierto.

Se insiste por parte del teatro o del Ministerio de Cultura en subrayar el concepto de oficial, de nacional. Como en el Auditorio o el Centro Dramático. Parece que Madrid no existe. Las instituciones locales no participan, las aportaciones económicas privadas son reducidas. Produce distanciamiento. Quedan, de todas formas, los espectáculos que se aceptan -o rechazan- sin prejuicios. Pero, insisto una vez más, su número es escaso, insuficiente.

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