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Seis años más y algunas ilusiones menos

Dicen de los emperadores romanos que en el momento del triunfo un filósofo les recordaba su mortalidad. Al Gobierno socialista, en el momento de su exaltación, le ha sucedido algo semejante. Con un curioso sentido de la oportunidad, a punto de acceder a la presidencia de Europa, el Gobierno decidió corvertir aquella huelga general de hace pocas semanas en un test de su autoridad moral, tan seguro estaba de sí mismo. El país aceptó, el reto y demostró palpablemente, no que quería otra política económica, sino algo más simple y más importante: que el Gobierno carecía de autoridad moral sobre él.¿Qué hacemos ahora? ¿Olvidamos lo sucedido? ¿Lo reducimos todo a un pulso entre el Gobierno y, los sindicatos? Los sindicatos no saben muy bien qué hacer con su victoria, y de ellos no cabe esperar una orientación para nuestra vida económica. ¿Esperamos a otras elecciones? ¿Qué hará el país entretanto? La tentación es obvia. El país puede dormir el sueño de los justos y quejarse, quejarse mucho, víctima él, de los políticos que no le comprenden, o de las estructuras, ellas tan injustas. Pero no es bueno para la democracia que los políticos pierdan tanta autoridad moral y que la sociedad se refugie en el victimismo. Es un proceso enfermizo que conviene cortar.

Así pues, hagámonos la pregunta: ¿por qué han perdido los socialistas su autoridad moral? Y tratemos de responderla sin sentirnos unos más justos que otros. En esta democracia todos somos responsables, político s y ciudadanos, a partes iguales;. Acordémonos de que nosotros hemos elegido a nuestra clase política, y más de una vez. Han hecho bastante bien la transición, y qué duda cabe que los, socialistas han aprendido algunas cosas y han hecho otras con discreción. No olvidemos, sobre todo, que no tenemos alternativa a los políticos democráticos: los autoritarios o los totalitarios de cualquier signo serían catastróficos. No hay que dar alas a estas gentes, cuyo destino es el baúl de los malos recuerdos.

¿Por qué, repito, han perdido su autoridad moral? Creo que por dos causas. Una, porque no han sabido educar moralmente al país. Otra, porque no han sabido hacerlo funcionar. Y han tenido muchos años para todo esto: seis años son ya muchos años.

Un país adulto se educa a sí mismo, pero la clase política también tiene alguna responsabililad en mejorar su educacióin. Al cabo de seis años, ¿qué tipo de país tenemos? Para empezar, un país donde el debate político está plagado de silencios y astucias. El Gobierno y el partido socialistas, con la colaboración de sus opositores, nos han habituado al juego de la calculada ambigüedad en política exterior e interior, mezclando equivocadamente retórica y sustancia. Demasiadas astucias, por demasiado tiempo. Así no se construyen democracias liberales participativas; así nos encaminamos hacia la feria de los discretos.

El país está viviendo la fiebre del "enriqueceos, enriqueceos, he aquí la ley y los profetas". Como contraste a la fórmula tradicional de la cuquería nacional ("enriqueceos, pero que se note poco, y hablad a chorros de la justicia social"), no está mal. Pero como ideal de vida resulta mezquino. Y si eso es todo, o casi todo, es lamentable , y peligroso. Porque un país necesita sentimientos de solidaridad expresos y profundos: que se compartan cosas, que las instituciones sean respetadas y respetables, que las reglas del juego sean sensatas y equitativas. Pero si, por poner un ejemplo, todo el mundo habla de tráfico de influencias y no hay tiempo en seis años de hacer una legislación que controle el inside trading, ¿cómo van las gentes a respetar las instituciones? ¿Cómo pueden entonces considerar los enriquecimientos si no es como abusos?

Pero es que además nos estamos acostumbrando a vivir con dos o tres millones entre parados y gentes que trabajan en una economía fuera de la legalidad. Con la mitad de los jóvenes, se dice pronto, en esa situación. Sin darles los medios de educación y formación profesional. En seis años se ha ensayado toda la gama de audacias retóricas y de las timideces reales, creándose un problema inmenso para el futuro del país, que la integración europea no va a solucionar.

El medio y largo plazo es la Némesis de este Gobierno. A corto plazo ha ido siempre sorteando obstáculos. Favorecido por la ausencia de una oposición creíble y con los vientos económicos a favor, el Gobierno ha sabido que en dos o tres temas cruciales de la política económica los errores se pagaban inmediatamente y al contado. Equivocarse en política monetaria se pagaba con un rebrote de la inflación o un golpe en la balanza de pagos. Y en eso han sido prudentes. Pero el medio plazo quedaba siempre lejos. Por eso, a la hora de la verdad, sus promesas de hacer funcionar el país han quedado en poco más que retórica, y ahí tenemos la larga serie de deficiencias o retrasos en la infraestructura y los servicios públicos.

Seamos realistas y tratemos de ser justos. No olvidemos los méritos de estos gobernantes. Quizá se necesitaba un Gobierno socialista que apuntalara el capitalismo en un momento difícil y que incluyera a España en el sistema de la alianza occidental. Lo han hecho como han podido. Es lógico que, a cambio de ello, el partido socialista disfrutara del poder estos años, como es lógico que al hacerlo perdiera su propio rumbo ideológico. Pedir que además resolviera los problemas del empleo y los servicios públicos era tal vez pedir demasiado. Tampoco los opositores ni los sindicalistas saben cómo hacerlo.

Reconozcamos, pues, nuestros límites. Comprendamos que la responsabilidad es de todos. Y tomemos la presidencia de Europa no como una ocasión de vanagloria, sino como una oportunidad de aprender de nuestros propios errores. Y, sobre todo, el error de la sociedad de pedir a los políticos más de lo que pueden dar y de exigirse a sí misma mucho menos de lo que debe exigirse.

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