En las cárceles de Obiang
Opositores ecuatoguineanos denuncian torturas por la guardia presidencial marroquí
"Era de noche. Yo estaba en casa, con mi familia, cuando se presentaron los militares marroquíes de la guardia personal del presidente Teodoro Obiang. Los acompañaban algunos militares guineanos; me ataron las manos, me encapucharon y me sacaron a rastras tal como estaba, en pijama. Pensé que había llegado mi hora". Han pasado ya varios meses desde que el interlocutor, que no quiere dar su nombre por razones de seguridad, fue víctima de una redada desencadenada por las autoridades guineanas contra todo aquel sospechoso de criticar u oponerse al Gobierno. Otros nueve compañeros de desgracias permanecen aún en la cárcel.
Entre los encarcelados se encuentra el secretario del Partido del Progreso (PP), José Luis Jones, quien, en junio pasado, abandonó el exilio y llegó a Malabo junto con el dirigente de ese grupo opositor Severo Moto. Entonces no hubo ninguna represalia por parte del Gobierno de Obiang. "Todos estábamos contentos de que Severo hubiese vuelto, incluso aquellos que no compartimos su ideología", explicaba en Malabo uno de los guineanos recientemente detenidos.La tranquilidad duró un mes. Severo Moto se hallaba de nuevo en el extranjero, pero había dejado en Malabo a su lugarteniente, José Luis Jones, a quien las autoridades ecuatoguineanas negaban el pasaporte para salir del país. Teodoro Obiang había empezado su campaña de cara a las elecciones presidenciales del próximo año, en las que sólo está prevista la participación de su partido, el Partido Democrático de Guinea Ecuatorial. Las detenciones se desencadenaron tras la divulgación de un supuesto intento de asesinato del presidente en el continente.
"Aquí la intriga es continua, porque las falsas denuncias y la dilación son un método habitual para congraciarse con los de arriba y obtener favores; además, cuando uno se halla en la comisaría dice lo que sea. La situación es tal que no nos podemos fiar ni de nuestro propio hermano", explica el ex detenido. "Lo que hizo el presidente fue aprovechar uno de los tantos rumores para hacer de las suya y terminar con el revuelo que había provocado la vuelta de Severo", añade.
En la madrugada del 15 de julio los soldados marroquíes que desde el golpe de Estado de líbertad con que Obiang derrocó al dictador Francisco Macías Nguema garantizan su seguridad personal irrumpieron en varias casas, incluida la del interlocutor.
"Me subieron en un camión; dieron varias vueltas para que perdiera la orientación y no supiésemos adónde nos iban a llevar. Al igual que los demás detenidos, durante una semana no nos movieron de Malabo. Durante todo ese tiempo nos tuvieron con los ojos vendados y sin apenas comer. No nos torturaron físicamente, pero se centraron escrupulosamente en las presiones psíquicas; llegaron incluso a simular una ejecución", afirma.
"Por fin, una noche nos subieron de nuevo al camión. Nos llevaron al muelle. Sólo me di cuenta de queestábamos junto al mar al oír el cuerpo de uno de los detenidos desplomarse en el agua; algunos de los militares guineanos habían empezado a tomarla con nosotros y a gritar que nos merecíamos la muerte por querer matar al presidente; estaban fuera de sí, probablemente borrachos, y uno de ellos había terminado por darle un empujón a uno de nosotros, que cayó en el hueco entre el muelle y la motora en la que nos estaban subiendo. Si no hubiese sido por los marroquíes, que se tiraron al agua para rescatarle, se hubiese ahogado".
La prisión de Bata
Los detenidos, según varios relatos, fueron trasladados a la cárcel de Bata, la peor del país, en las dos patrulleras que posee la flota guineana -una de ellas, recién donada por EE UU-. "Una vez allí, empezó lo malo", dice otro ex detenido. "Comenzaron los interrogatorios; nos palizaban todos los días de tres en tres. Aunque seguíamos a oscuras, con los gritos nos íbamos reconociendo."Eran los propios marroquíes los que nos torturaban; casi fue una suerte, porque ellos se lo tomaban más científicamente, y cuando los guineanos insistían en que continuaran las palizas, ellos los frenaban porque consideraban que la paliza debe darse como máximo durante dos horas y media", añade.
Los interrogatoríos duraron más de tres semanas. "Nos acusaban de espionaje, de abandono de servicio, de lo que fuera; la verdad es que daba la impresión de que no sabían muy bien qué buscar; sólo insistían en preguntarnos si teníamos algo que ver con España o la Embajada española, y afirmar que los españoles se estaban injiriendo en los asuntos internos de Guinea, y que por qué estábamos con ellos", añade.
Los ex detenidos indican que en el juicio, José Luis Jones -que fue fiscal en el juicio en el que se condenó a Macías- fue el único al que se autorizó para que se defendiera. "El público que asistió aplaudió a los acusados y la defensa de Jones". El veredicto fue de condena a muerte para dos militares -el sargento Joaquín Elema y el alférez Francisco Bonifacio Mba-, cadena perpetua para el guineano con nacionalidad española Primo José Esono -también dirigente del PP- y penas de cárcel para los demás (17 años para Jones).
La oposición en Madrid ha afirmado que los dos condenados a muerte fueron ejecutados inmediatamente. Varios ex detenidos afirman, sin embargo, haberles visto vivos despues. "Todos creíamos que los iban a ejecutar; de hecho, los que éramos amigos los visitamos para darnos el últimos saludo; la mañana de la sentencia vimos cómo salía la furgoneta hacia el pelotón de ejecución. Lo que ocurrió es que otro vehículo militar salió a toda velocidad a rescatarlos con la contraorden. Al parecer, a alguien se le ocurrió sugerirle al presidente, que salía al día siguiente para Francia y España, lo inoportuno de que viajara con dos muertes sobre sus espaldas", explica uno de los compañeros de celda de los acusados. Y añade, "ello no quiere decir que, si se deja de hablar de ellos, no los ejecuten de verdad".
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