_
_
_
_

El calvario de los estudiantes- guerrilleros de Birmania

La dureza de la vida en la jungla ha arruinado el sueño romántico de combatir por la democracia

La llegada de tres estudiantes apenas provocó extrañeza en Phalan, una aldea birmana perdida en la jungla a una decena de kilómetros del mar de Andaman. A partir del 18 de septiembre pasado, cuando el Ejército tomó el poder en Rangún, los habitantes de la aldea habían visto desfilar centenares de jóvenes estudiantes que escapaban del régimen para alcanzar las regiones fronterizas con Tailandia, bajo el imperio de las rebeliones étnicas. Huían de la represión militar que costó la vida a millares de personas que se lanzaron a las calles paralizando el país en nombre de la democracia. El autor de este reportaje ha conocido el calvario sufrido por los jóvenes birmanos que optaron por la lucha armada frente a la dictadura.

De los tres estudiantes que llegaron a Phalan, sólo uno, que cursa estudios de Botánica en la universidad de Rangún, se atrevió a hablar. "Tenemos miedo de los soldados birmanos, no están muy lejos", explicó. Su ambición era intentar preparar la gran aventura de la revolución, porque "en Rangún ya no hay nada que hacer". "Sólo nos queda", añadió, "la alternativa de aprender a combatir, a luchar contra el régimen de Saw Maung".Pero antes de iniciar su aprendizaje bélico, tuvieron que emplear cinco días de dura marcha a través de la jungla y las montañas por un sendero de contrabandistas antes de llegar a uno de los cuatro campamentos del paso de las Tres Pagodas, controlados por los môn, una de las etnias rebeldes de Birmania, junto a la frontera con Tailandia.

Allí se juntaron a otros 1.400 estudiantes e intelectuales llegados en su mayor parte en las semanas que sucedieron al golpe militar. El cuadro romántico que habían soñado antes de abandonar la capital se vino abajo rápidamente. La primera visión que tuvieron fue la de decenas de jóvenes tirados y con aire extraviado en el suelo de una cabaña pomposamente bautizada Hospital del Distrito. Son compañeros de insurrección postrados por la malaria, una enfermedad que no respeta a nadie en la región. Más pronto o más tarde, uno de cada 10 jóvenes se verá afectado per la malaria cerebral, que, si no se cuida debidamente, es mortal. A comienzos del pasado mes de diciembre se empezaron a contabilizar las primeras víctimas mortales.

Las medicinas y el dinero eran inexistentes. Sólo para el tratamiento de la malaria hubiesen sido, necesarios, según un experto occidental, cerca de 50 millones de pesetas antes de que acabase- el año, teniendo en cuenta la llegada de nuevos grupos de fugitivos.

Esperanza frustrada

Esos 1.400 estudiantes y los entre 4.000 y 15.000 que se refugiaron junto a otras etnias, como los keren, más al Norte, tenían todos, con pequeñas diferencias de detalle, la misma historia. Manifeaciones en Rangún o Mandalay, la esperanza de lograr una democracia tras 26 años de dictadura, la terrible represión, amigos y familiares asesinados, la desesperación y la huida.

"Al principio, queríamos conquistar la democracia pacíficamente. Hoy eso es imposible; la única alternativa son las armas". Así se expresa Naing Aung, que, con su cara de niño de 26 años, piel pulida y cuidada expresión, parece lo más opuesto a alguien que se va a Ia guerra. Este joven médico había huido de Mulmein (en el sur de Birmania) el 6 de octubre para alcanzar el paso de las Tres Pagodas 18 días después. Junto a 600 estudiantes llegados al territorio môn, puso en marcha el Frente Democrático de Todos los Estudiantes Birmanos (ABSDF), un partido con representación en las 11 regiones rebeldes.

Naing Aung y sus compañeros -entre los que se encontraban algunas jóvenes- parecían los más necesitados. Aparte de medicinas, carecían de alimentos y vestidos. Los rebeldes môn les habían proporcionado arroz y pescado seco y habían recibido una cierta ayuda de varias organizaciones de birmanos expatriados.

Sin embargo, esa precariedad de su situación no les impedía reunirse, lo más frecuentemente posible, para discutir sobre su futuro. "Estamos dispuestos a aguantar varios meses, un año o dos, si hace falta, para prepararnos militarmente, antes de iniciar el combate en las ciudades contra los soldados birmanos", afirma Sun Men, profesor de 33 años de edad. Pero para ese combate hacen falta armas. Naing Aung dice que están en negociaciones con los môn. Éstos tienen campos de entrenamiento para su propio ejército, el Ejército de Liberación Nacional môn (MNLA), en los que sus instructores han comenzado la formación de una guerrilla de otros 800 estudiantes, pero todos de la etnia môn, llegados a la zona. En esos tres campamentos la vida es más ruda que en el paso de las Tres Pagodas. Un auténtico ritmo militar en el que, salvo para quienes están enfermos de malaria, el día se inicia a las seis de la mañana y en el que hay dos sesiones de duro entrenamiento militar bajo un fuerte y húmedo calor, separadas por una clase de formación política.

La primera tarea de los instructores guerrilleros no podía ser más delicada: hacer marchar al paso a gentes que huyeron de sus pueblos y ciudades, precisamente porque no querían marcar ese paso que les trataba de imponer el régimen militar. Así, a menudo, en la triple fila de estudiantes vestidos con prendas multicolores que progresa a lo largo del camino, los pies tropezaban y se equivocaban mientras el instructor cantaba rítmicamente el "un dos, un dos". Únicamente los estudiantes de la etnia môn serán encuadrados en el MNLA y enviados al frente, a lo largo de la costa, cuando el período de instrucción haya concluido.

Torturas y ejecuciones

El régimen birmano ha asegurado a los estudiantes birmanos huidos que no serían molestados si regresaban a sus casas antes de que finalice el 31 de enero, fecha a partir de la cual pasarían a ser considerados como insurgentes. En principio, el plazo vencía el 31 de diciembre.

Varios centenares de ellos -según Rangún, 1.600- han escogido esa vía de regreso abierta por las autoridades. La desilusión, el desaliento ante las difíciles condiciones de la vida en la jungla, el alejamiento de sus familias, las promesas de democratización del régimen y la amenaza de la malaria daban buena cuenta de su entusiasmo revolucionario.

Sin embargo, los numerosos testimonios de torturas y ejecuciones a que han sido sometidos los estudiantes arrepentidos han empezado a llegar a los campamentos rebeldes y han terminado por disuadir a un número cada vez más elevado de candidatos al retorno.

"Conocemos la suerte que el Ejército birmano reserva a quienes de nosotros han regresado a sus casas", asegura Thet Lwin, un estudiante de Ciencias Físicas de 21 años. "Al cabo de algunos días, los soldados vienen a buscarles a sus casas y no se les vuelve a ver jamás", añade.

Otros estudiantes han tratado de buscar refugio en Tailandia, país que ya está saturado de refugiados camboyanos, vietnamitas, laosianos, por lo que en principio se limitó a echar lisa y llanamente a los birmanos. Pero luego ha decidido, de acuerdo con Birmania, abrir un centro de acogida para esos estudiantes.

Hoy, los estudiantes siguen sumándose a la guerrilla, pero ya con cuentagotas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_