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Reportaje:

Lanzarote cabalga

La publicación del Ciclo de la Vulgata prueba el renovado interés por la novela artúrica

Hubo una vez un caballero perfecto. Tanto, que destacó en Camelot, el castillo del rey Arturo, al que acudieron los mejores guerreros del oeste de Europa, en un tiempo, antes de la última cruzada, en que los señores no tenían más patria ni deber que los de su propio señorío. Ese caballero, Lancelot, fue el espejo en el que se quisieron mirar sus escasos iguales, y acabó pagando por ello. Su fama renace periódicamente. Terminan de publicarse en España los libros del Ciclo de la Vulgata, que relatan sus hazañas y su amor por la reina Ginebra.

Ya de niño Lancelot "era tan hermoso que cualquiera que lo viera pensaría que era tres veces mayor", cuenta el anónimo narrador de su historia, "pero además de ser grande, era prudente, discreto y avezado". La descripción es detallada, pero para que un lector de periódico se haga una idea, se podría decir que Lancelot tenía un color de piel "claro oscurecido", el ideal para la época, la boca pequeña y los dientes menudos, juntos y blancos; la frente alta, las cejas morenas, separadas y bien pobladas; y el pelo, castaño, "rizado y agradable". Los hombros, anchos, no caídos, y según la reina Ginebra, "que fue la que más lo vio", Dios no se había equivocado al darle un pecho grande y fuerte "pues el corazón que había dentro reventaría por la angostura si no hubiera estado alojado a sus anchas".

Leyenda

Mas fueron sobre todo sus virtudes morales las que de verdad construyeron su leyenda, en una época en que los héroes inspiraban a gente de la altura de don Alonso Quijano. "Era riguroso contra la felonía", generoso, "honraba a los nobles", y seguía los impulsos de su corazón leal. Además, "cantaba maravillosamente bien".Es pues comprensible que, ante semejante despliegue, la reina Ginebra, señora de Arturo y de Camelot, de cuya belleza aún se habla, se enamorara de Lancelot y lo enamorara, y se entiende que un día, fingiendo hablar con él en voz baja, tomara la iniciativa de besarle y comenzara con él una de las relaciones adúlteras que han dado más que hablar en todos los tiempos. El desastre al que los llevó arrastró tras de sí el espíritu de Camelot sin dejar rastro, hasta el punto de que alcaldes de Cornualles, Essex, Escocia y otros rincones de las islas reivindican para sí el emplazamiento de aquel reino.

El Ciclo de la Vulgata, en el que se recoge la historia de Lanzarote del Lago, la reina Ginebra, Merlín y cerca de otros 400 nombres, comenzó a ser publicado hacia 1225. Fue escrito en francés y publicado en Francia, cuando en la corte de los Plantagenet, reyes de las islas de ascendencia continental, resultaba de buen tono hablar en esa lengua. La identidad de su autor, o autores, es desconocida, pero para Carlos Alvar, traductor e introductor de la práctica totalidad de esta obra en España, fue probablemente un hombre culto, al servicio de la alta nobleza; Alvar participa de la tesis de que no fue un solo autor.

No se trata en realidad de una historia sino de muchas, en torno a las relaciones de Lanzarote con Ginebra y en torno a la búsqueda del Santo Grial, que refleja la parte mística de ese tiempo; ideológica, se diría hoy

El conjunto de libros es largo, como era de uso en la época -véanse el Amadis o el Tristán anota Alvar-, pero desde el comienzo tuvieron una difusión formidable. La leyenda se mantuvo con mayor o menor intensidad, y en la época moderna fue el Romanticismo inglés el que reverdeció la historia. El francés prefirió la leyenda de Rolando y Roncesvalles. Los Prerrafaelitas se inspiraron en la historia, que pasó a ser popular: recuérdense las bellas historias del Príncipe Valiente dibujadas por Harold Foster y las varias adaptaciones de Hollywood y Broadway. Con el libro de John Steinbeck Los hechos del rey Arturo y de sus nobles caballeros (reimpreso varias veces por Edhasa, y con unas notas del autor admirables), y la película de Robert Bresson Lancelot du Lac, la mitología artúrica alcanzó expresiones dignas del original.

Varios libros, de extensión varia, componen el ciclo: la Historia de Merlín, que cuenta los antecedentes de todos los futuros héroes, que acaba de publicar en dos volúmenes la Editorial Siruela, casi especializada en la época; Lanzarote del Lago, la historia del caballero y su relación con Ginebra, en los siete volúmenes de una moderna subdivisión realizada para Alianza Tres; La búsqueda del Santo Grial, que cuenta en un volumen las peripecias del cáliz utilizado en la Última Cena, y La muerte de Arturo, reeditado varias por la misma casa, que cuenta el destino de desastre abatido sobre quienes se atrevieron a corromper el ideal.

Como ocurre con todos los grandes hechos del arte, cada época los interpreta según sus propios valores. En nuestro tiempo, estrechamente ligado a la novela artúrica va unido el frecuente prejuicio sobre el supuesto contenido político de la historia: Camelot era un lugar de clara vocación democrática, al sentarse todos los caballeros ante una mesa redonda, para evitar preferencias.

Todo ello es más bien un invento de los musicales de Broadway, explica Carlos Alvar, toda vez que Camelot apenas tiene importancia en todo el ciclo: es sólo uno de los castillos en los que para el rey, itinerante como todos los de su tiempo. Arturo tampoco es un protagonista, sino casi una excusa para que puedan desarrollarse las historias de los caballeros que acuden a la Corte. Los caballeros no hacen otra cosa que pelearse.

No hay que olvidar, explicaba hace unas semanas en Madrid el hitoriador medievalista Georges Duby, autor de Guillermo el mariscal, que Lanzarote era también un ideal para los caballeros de su época.

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