Una buena afición
Hay un joven que tiene un bello desnudo, y que recita; una muchacha que canta; un hombre que toca el violonchelo y una mujer que baila con una danza rota y automática. Un fondo de escaleras, un plano distinto para cada uno, y unos solos de presentación. Luego se van combinando hasta llegar a un concertante; con unas túnicas que pueden recordar la tradición de la ópera, cantan todos. Es la mejor parte de la breve obra . La música de Óscar Roig tiene presente siempre a Philip Glass y lo repetitivo; la danza con coreografía de María Rovira, a la Clarke; la dramaturgia, a Robert Wilson. El texto, a nada; no tiene importancia y se devana entre palabras con resonancia -soledad, tú, yo, huida, nosotros, nueva piel, nueva unión- y la parte del joven actor desnudo está bien dicha. Si uno regresa a casa a tiempo de ver en la televisión Metrópolis, y se encuentra en la pantalla con fragmentos de óperas de Philip Glass, ve la diferencia entre la realidad y la aspiración y la influencia. Pero no hay que pedir a quienes empiezan y derrochan su afición, su buena fe, y un sin duda largo trabajo de preparación, algo que hace quien está a la cabeza mundial de este género. Producen un modesto buen efecto y una sensación de que su esfuerzo les va a llevar más lejos. En la sala Olimpia, donde se repasan ahora estas tendencias de "teatro fronterizo", esta aspiración al teatro total fue muy bien acogida y aplaudida con calor.
Ópera
Ópera, de Sergi Belbel, música de Oscar Roig. Intérpretes: Joan Figueres, Jordi Figueras, María José Peris, Rosa Galindo. Coreografía de María Rovira. Escenografía de Joaquim Roy. Vestuario: Mercè Paloma. Iluminación: José Luis Álvarez. Dramaturgia y dirección: Sergi Belbel. Sala Olimpia, 15 de diciembre.
Babelia
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