Entre el cine y la ópera...
Entre el cine y la ópera, su majestad -en este caso Luca Ronconi, responsable de la dirección escénica del Guillermo Tell inaugural de la temporada lírica milanesa- escoja, o de lo contrario el resultado corre el riesgo de cojear para siempre. De hecho ya empezó a dar serios traspiés en la noche inaugural: la propuesta fue acogida con sonoros abucheos y el propio Glovanni Spadolini, presidente del parlamento italiano, no ahorraba sus críticas, aparecidas en la Prensa del day after.Parece que las relaciones entre los dos géneros, salvo contadas ocasiones, está destinada a vivir un flirteo interminable sin llegar nunca a la satisfacción final. El batiburrillo posmoderno se esfuerza ahí en una contaminación que Adorno sentenció ya como imposible: una cosa es filmar una ópera en escenarios naturales, otra utilizar tempi y escenografías operisticas en las películas; otra aún, inspirarse en soluciones cinematográficas para determinados montajes escénicos. Pero de ahí a cascarle como fondo de la acción del Guillermo Tell un reportaje de agencia de viajes va un trecho que no cuela.
Gillerrmo Tell
De Gioacehino Rossini, sobre un libreto de De Jouy, Bis y Marrast. Intérpretes: Giorgio Zancanaro, Chris Merrit, Cheryl Studer, Giorgio Surjan, Francesco de Grandis, Amelia Felle, Luciana D'Intino, Luigi Rom, Ernesto Gavezzi. Dirección escénica: Luca Ronconi. Fotografía: Giuseppe Rotunno. Coreografía: Flemming Find. Bailarines solistas: Carla Fracci y Alessandro Molin. Orquesta y Coro de La Scala dirigidos por Riccardo Muti. Milán, 7 de diciembre.
Veamos: ocho grandes pantallas sincronizadas iban reproduciendo catorce horas de filmación paisajística. La idea era crear una Ficción naturalista: planteamiento no especialmente novedoso, pero que de por sí puede resultar gracioso e incluso en íntima relación con un aspecto de la ópera de Rossini: su ¡mpresentable libreto. Muy diferente habría resultado el montaje si se hubiera prestado oídos al discurso musical de Rossini, que con esta obra concluía su carrera lírica.
El montaje de Ronconi mostraba fundamentalmente una preocupación por los aspectos exteriores: el movimiento escénico queda por completo confiado a la pantalla, dejando a los cantantes petrificados. Y la música queda como puro pretexto. Y eso no es.
Si provocó abucheos la puesta en escena de Ronconi, en cambio la ovación que recibió Riccardo Muti fue unánime. No es la primera vez que afrontaba esta ópera: se estrenó en Florencia, en 1972. Ahora ha vuelto al gran testamento rossiniano. A sus 47 años, el director italiano se ha consolidado como uno de los grandes maestros actuales. Con este Guillermo Tell consiguió transmitir aquella característica tan rossiniana, verbalizada por el musicólogo Luigi Rognoni y que resume perfectamente el espíritu de su última producción: "la humanización realística y romántica del instrumento" hasta conseguir que "el sonido se haga palabra".
Brilló a gran altura el reparto. No merecía la soprano Cheryl Studer (Matilde) las pruebas de disconformidad que le llegaron desde los tremendos loggionisti (pobladores del gallinero): su estilo es bello y su línea vocal preciosa. único problema que en La Scala no se perdona: que no se la acaba de entender bien. Problema que en cambio no afecta a Chris Merritt (Arnoldo), tenor de espectaculares agudos lanzados sin esfuerzo alguno. Un tanto plano acaso fue el Guillermo Tell de Glorgio Zancanaro; Lucíana D'Intimo realizó una bonita Edwige y Luigi Ron¡ se mostró muy dentro del papel de Gessler. Pero por encima de los individuos brilló el conjunto, coro incluido.
Babelia
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