El reto de la nueva era
La victoria del partido conservador del primer ministro Brian Mulroney en las elecciones federales del 21 de noviembre, que siguieron al acalorado debate sobre las relaciones del país con EE UU, anuncia una nueva era potencialmente amarga para Canadá. A pesar de haber ganado 171 de los 295 escaños (comparados con los 210 de los 278 en 1984), siguiendo un sistema electoral al, estilo británico, el hecho de que los conservadores no hayan conseguido la mayoría del voto popular, en lo que prácticamente era un referéndum sobre el mercado libre con Estados Unidos, podría dar lugar a serios problemas a largo plazo para la Administración Mulroney.En la mañana que siguió a la victoria, los líderes conservadores se dieron cuenta de que el 53% del electorado apoyaba el punto (le vista de los partidos de la oposición -partidos Liberal y Nuevo Democrático (socialista)-, de que el polémico plan del Gobierno de continuar con el acuerdo de 1988 de libre comercio entre EE UU y Canadá facilitaría el predominio sistemático por parte de EE UU sobre un Canadá ya dominado por éste, tanto en el plano económico como en el cultural.
La posibilidad de que el Gobierno de Mulroney pueda ser considerado como carente de la autoridad moral necesaria para mejorar una política que de forma tan drástica ha dividido al país, ha dado lugar a que algunos observadores teman por una eventual debilitación de las tradiciones del país.Ataquies personales Una miaestra de dicho sentimiento que quedó reflejada durante la bulliciosa campaña canadiense fue el nivel sin precedentes de ataques personales, que culminaron con la respuesta a la acusación de: "venderse" a EE UU del responsable de las negociaciones comerciales, quien tachó al líder liberal, John Turner, de traidor por haber actuado en contra delos intereses canadienses. Para añadir más emoción a la campaña hubo una oleada de propaganda a favor del libre comercio patrocinada por las principales empresas del país, en la que se insistía sobre las gravísimas consecuencias económicas que supondría enemistarse con Washington. Este punto adquirió mayor fuerza cuando los directivos de empresas reunieron a sus empleados en "sesiones informativas" para advertirles que su supervivencia económica dependía del libre comercio.Otra dimensión de esta increíble campaña fue la intervención en la última semana del presidente Reagan y de la primera ministra británica, Thatcher, para apoyar el proyecto de libre mercado de su colega conservador. Dicho apoyo también quedó patente por los editoriales en varios de los principales periódicos estadounidenses. The Wall Street Journal, por ejemplo, comparó a John Turner con una especie de Juan Perón que amenazaba con transformar a Canadá en una inestable Argentina del Norte.Por curioso que parezca, uno de los principales factores de la victoria conservadora fue el aplastante apoyo por parte de los nacionalistas de Quebec al programa de Mulroney. El primer ministro ya disfrutaba de una considerable popularidad como "hijo predilecto" de Quebec y como patrocinador de una reciente enmienda constitucional en la que se reconocía a Quebec como una sociedad aparte.
Su proyecto de libre comercio se apoyaba en este punto, apelando al deseo de los nacionalistas de Quebec de ver cómo su región se independizaba del tradicional dominio económico por parte del Canadá anglohablante La consecuencia electoral fue u rechazo masivo por parte de lo votantes francófonos de Quebec de los temores surgidos en otra partes del país sobre el impacto final del extenso acuerdo, d 1.400 páginas, sobre libre comercio, cuyas cláusulas van más allá de la reducción de las barrera arancelarias, hasta permitir u acceso recíproco, basado en un "tratamiento nacional" completo, a un amplio espectro de sectores sensibles, entre los que se incluyen energía, servicios, auto móviles, banca y agricultura.
Ahora, Canadá vuelve a enfrentarse al viejo reto de sus 121 años como país soberano: cómo conseguir una relación económica más estrecha con su fuerte vecino del Sur a la vez que preservar su independencia política su identidad cultural. En particular, parece inevitable que la definición del "canipo de juego equilibrado" de América, en lo que competencia económica bilateral se refiere, estará basada má bien en los términos norteamericanos y no en los canadienses Como resultado, muchos canadienses temen que los programa sociales más avanzados de s país, además de la protección d la industria cultural, finalmente serán considerados por EE UU como subvenciones injustas, y s convertirán en objetivo de des mantelamiento en las futuras negociaciones continentales de "homologación".
¿Podría dicha evolución, a su vez, debilitar la capacidad -incluso la voluntad- de Canadá de mantener una política exterior independiente, o, lo que es más diferentes políticas en los distintos campos? En resumen, ¿resultará demasiado cara la fórmula conservadora que garantiza e acceso canadiense a los merca dos norteamericanos ante el proteccionismo del Congreso?
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