Lindsay Kemp: "El cine es la agonía del actor"
Lindsay Kemp presenta hoy, en su "ciudad favorita", Barcelona, su último espectáculo: Alicia. En este caso, de nuevo, el actor quiere ser el medium que evoca el mito universal levantado por Lewis Carroll. Kemp afirma que te toma prestado al autor un disfraz, y con él elabora su propio arquetipo, que es él y el escritor, y que le sirve para hablarle al público de una deseable identificación con el ser andrógino e infantil. Es, en realidad, el mismo mecanismo que ha aplicado a otros grandes de la literatura. Satisfecho de su labor teatral, habla del cine como de una "agonía".
Lindsay Kemp pisó por primera vez un escenario español en Barcelona, hace ya más de 10 años. Llegó en el momento oportuno, afirma. Y ayudó a "desenfundar el país de ese tul gris transparente que lo recubría", entristeciéndolo, acallándolo: "Me emocionó que algunos así lo reconocieran. Me gustó participar en este proceso de liberación del lenguaje, ayudando a las gentes del teatro de aquí a quitarse de en medio la mano con la que se tapaban su propia boca".Barcelona era, y sigue siendo, su ciudad favorita. Incluso se compró una casa con la intención de establecer aquí su residencia. Anunció que iba a crear una escuela de teatro, una especie de servicio simbiótico: "Barcelona era el vacío en el aspecto pedagógico y yo no tenía un lugar de vida estable". Pero nada de eso fue posible. La ciudad continúa sin el anunciado centro de las artes escénicas animado por el cómico y Lindsay Kemp sigue siendo un hombre de teatro que vive, sustancialmente, de las giras que organiza sin interrupción.
Al momento de iniciada la conversación, Vivien Leigh aparece en la pequeña pantalla situada en uno de los rincones del gran salón del hotel en que se aloja Kemp. Había posado para el fotógrafo -"no puedo aguantar que me fotografíen sin mirar la cámara", reconoce-, estaba absolutamente dispuesto a actuar. Pero Vivien Leigh "es demasiado" y le devuelve a su realidad recordándole sus "fracasos" cinematográficos: "El cine es la agonía. Yo, que he conseguido dar una imagen de persona feliz, me siento desgraciado en el cine. Siempre he fracasado, sea cuai sea el director con quien haya trabajado (John Cassavetes, Ken Russell y Celestino Coronado, entre otros). El compromiso que exige el trabajo cinematográfico es demasiado grande si se compara con los resultados que ofrece a cambio. En el cine todo se cuenta: el dinero, el tiempo... No, no es satisfactorio. No obstante, y aunque sé que es otra historia, no se me quitan las ganas que siempre tuve de llegar a ser un día una gran estrella cinematográfica".
Vivien Leigh desaparece, y él puede continuar su actuación privada. Su expresión vuelve a ser la de antes. Sus palabras no: "He tenido la gran suerte de que los pocos libros que han pasado por mis manos son magníficos y han acabado por obsesionarme. Mis montajes son, pues, mis obsesiones literarias, tamizadas por el esfuerzo que realizo con el fin de que resulten interesantes al público". "Los autores me han prestado sus ropajes pero, en definitiva, lo que se ve en el escenario, son mis propios sentimientos escenificados: Shakespeare, Carroll, Genet..., locos y amantes todos ellos y todos sus personajes, siguen en ese otro lado del espejo al que yo, convertido en medium, intento hacer llegar a mis espectadores".
"Cualquier cosa"
"Soy feliz representando cualquier cosa, ya sea Tennessee Williams ya sea William Shakespeare. Me gusta la opción de gran angular, de espectacular difusión que permite la figura del clown, un personaje muy europeo, pero tan internacional que incluso se puede descubrir su rastro en el teatro oriental".Para demostrar su afirmación, Lindsay Kemp recuerda la popularidad de Charlie Chaplin y Charlie Rivel y explica esta universalidad del cómico con dos palabras: "Imaginación y amor", amor por la máxima diversidad, se entiende.
Reconoce que, en su momento, sus espectáculos fueron especialmente seductores para homosexuales y niños, al menos en España: "Ambos públicos poseen en común los rasgos de la pureza de sentimientos". Y admite que es difícil dar con la perspicacia y con la exactitud expresiva para no caer en las simples ambivalencias hijas de una fría y calculada neutralidad.
Ahí, a su parecer, entra el juego la habilidad del actor y es el punto en el que puede medirse su capacidad de riesgo: "Es el peligro del actor". Y ahí, también, radica acaso el éxito de su propia popularidad. A pesar de que lo sabe "casi todo" sobre el espectáculo, afirma seguir experimentando el mismo terror hacia el escenario: "Soy muy valiente en el escenario, pero en el espacio que media entre el camerino y las tablas me muero de miedo. El escenario es la tortura divina de la que nos habla Cocteau".
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