La gran noche del 'ballet'
Por fin el ballet tuvo también su gran noche: la Reina, en el palco de honor, superestrellas -Caballé, Gades-, en el patio de butacas, y un hervidero de lentejuelas y ministros como jamás había congregado la compañía oficial.Lo cierto es que esta expectación estaba justificada, y aunque la clave del éxito y del tumulto fueron, por supuesto, las estrellas -Julio Bocca y Maia Plisetskaia-, el conjunto del espectáculo no deslució su presencia.
Bocca, que sólo apareció en el paso a dos Diana y Acteón, de La Esmeralda, de Petipa, puso al público en vilo desde su irrupción en escena con uno de esos saltos con cambré incorporado que no acaba uno de creerse si realmente han ocurrido. Bocca es un fenómeno como hay pocos en el mundo; está en plena forma de facultades, y el efecto que produce sobre Arantxa Argüelles, que estuvo espléndida, parece mágico. Se la vio no solamente brillar en sus espectaculares series de giros múltiples sino mucho más entregada de lo que es habitual en ella, estirándose hasta el límite, bailarina. Naturalmente, fue el delirio.
Ballet del Teatro Lírico Nacional
Segundo programa. Paquita (Petipa Minkus), Hoja de álbum (Barra Mendelssohn), Diana y Acteón (Vaganova / Drigo), María Estuardo (Granero / De Diego y Martín Rubio). Artista invitado: Julio Bocea. Directora artística: Maia Plisetskaia. Orquesta Sinfónica de Madrid. Director: Miguel Roa. Teatro de la Zarzuela
El programa había comenzado con una de las joyas del repertorio clásico ruso -la Paquita de Petipa-, que se montaba por primera vez en España; una puesta llena de peligros por las exigencias de técnica y estilo que se ganó con creces. Arantxa, la jovencísima Muriel María, Carmen Paris, María Luisa Ramos y el resto de las solistas que fueron desgranando el rosario de variaciones, así como el cuerpo de baile, le dieron la gracia y la precisión requeridas.
Y, finalmente, el gran estreno para Plisetskaia, la María Estuardo de Granero. Como las anteriores obras de este coreógrafo ecléctico y lanzado, que ha hecho de todo y ha aprendido de todos, puede verse con gusto. Granero tiene un sentido teatral indudable y juega a veces magistralmente con los grupos (las cuatro hilanderas/damas de corte/brujas de Macbeth y el coro de hombres de hierro son los mejores momentos de la obra).
Rebuscada sobriedad
Aquí ha contado, además, con la ayuda inestimable del escenógrafo Hugo de Ana -que con una rebuscada sobriedad a base de paneles colgados hechos de trenzado de caña o madera, que juegan con el espacio y una apertura al fondo que levanta el efecto final-, de los músicos Emilio de Diego y Víctor Martín Rubio, que han cocinado un collage medio electrónico, medio con sabor elisabethiano y, por su puesto, de la propia Maia Plisetskaia, que da trascendencia y sentido al gesto más insustancial. Pero la coreografia propiamente dicha, aunque efectista y funcional para un relato tan complicado y que se presta tan poco a la expresión danzada, carece de la unidad estilística y de la fuerza imprescindible para un gran ballet. Hay demasiadas mezclas, demasiadas influencias -a veces demasiado visibles- y demasiados saltos y baches en el ritmo narrativo. Hay también problemas graves con la sucesión de personajes masculinos poco diferenciados en su movimiento, y diríase que a Plisetskaia se le puede aún hoy sacar más partido. Pero como espectáculo puede funcionar, proporciona imágenes pode, usas y está bien presentado.
Babelia
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