Fútbol es fútbol
Trío de Michel Camilo. Cuarteto de Herbie Hancock
Palacio de Deportes. Madrid, 16 de noviembre
En la televisión daban un partido de fútbol. En el Palacio de Deportes, dentro del programa del Festival de Jazz de Madrid, actuaban el trío de Michel Camilo y el cuarteto de Herbie Hancock. En total, siete músicos en escena; en la sala, poca gente más. Pregunta: ¿Dónde estaba la afición? Respuesta: en casita, viendo el fútbol.Mira que Hancock tocó con Miles, y luego hizo aquello de Rockit, y después ganó el óscar por la música de Round midnight. Mira que Camilo es la octava maravilla del piano y de la música toda, al decir de sus paisanos y sus representantes. Pero nada, el espíritu es fuerte y la carne débil, sobre todo si el fútboles gratis y para el jazz hay que soltar un dinerillo todas las noches.
Michel Camilo interpretó un repertorio formado íntegramente por composiciones propias, y lo atacó con un calorcito que se agradecía vista la frialdad del panorama. Si Camilo merece elogios es precisamente por esa conjunción de calor y técnica. Su jazz, algo corretón, está formalmente bien servido con la ayuda de Joel Rosenblatt, batería enérgico y poco imaginativo, y Michael Bowie, un bajista que nada tiene que ver con ese señorín que canta rock, entre otras cosas porque este Michael Bowie es negro y se le nota.
En el animado espectáculo de Camilo y los suyos hay algunos remansos donde el pianista frasea con una emoción que desborda la técnica. Son los mejores momentos, que en este concierto llegaron con la balada Nostalgia. Pero el Maligno acecha a cada instante, e irrumpió justo después, encarnado en un frenesí rítmico de gusto bastante dudoso. Los incondicionales aplaudían a rabiar, y la organización -o quizá un cruce de cables inoportuno aportaba su granito de arena a la horterada ambiente encendiendo y apagando un letrero del festival que había detrás del, escenario. Mientras, uno sentía nostalgia de Nostalgia.
En la segunda parte con Herbie Hancock, hubo más gente, porque el fútbol se había terminado. Pero el bajista Buster Williams dejó pronto las cosas como estaban, enviando a parte de la concurrencia al bar o directamente a la calle con una flamenquería en la que reunió lo peor de su exhibicionismo como solista. El número de Hancock, por lo demás, no fue nada sorprendente: una vez más asistimos a la típica receta de un grupo en gira. Respecto a sus actuaciones del pasado verano, el cambio principal es el del saxofonista Michael Brecker, sustituido por Gregg Osby y sustituido para bien, porque Osby a lo mejor no sabe tanto como Breeker, pero tiene más cosas que decir. Al Foster, a la batería, contrarresta la afectación de Buster Williams con un estilo muy natural, duro pero musical y atento al solista Hancock no se emplea a fondo, pero le basta con dejar la huella de una de las músicas que inventó: ese jazz acústico de Maiden voyage que sigue fresco y, al decir del propio interesado, rentable. Tal vez no tanto en este concierto, pero es que, como dijo Boskov en una de las frases más brillantes de la transición, fútbol es fútbol.
Música pura, sin mezclas
Mientras se celebran los últimos conciertos del Festival de Madrid, en el café Central está actuando Randy Weston. Para quien no sea aficionado al jazz, esto no querrá decir nada. Para el aficionado, es como decir que en el Central se ha aparecido la esfinge de Gizeh, sólo que tocando el piano.Randy Weston es un monumento. Mide más de dos metros, y su estatura artística es aún mayor. La música de Randy Weston es grande, a veces grandiosa, pero con esa grandiosidad que no olvida la proporción, el equilibrio. Es difícil hallar una música igual. Los expertos en jazz, que debíamos serlo en genealogía por lo que nos gusta rastrear antepasados, decimos que Weston procede en línea directa de Duke Ellington y Thelonious Monk. Nos quedamos cortos. En el piano de Randy Weston habitan Ellington y Monk, pero también siglos de música africana y hasta sonidos de la naturaleza.
Randy Weston ha traído al café Central ritmos africanos, piezas clásicas del jazz como Hi fly y, cómo no, esos conmovedores valses, blues y calipsos que dedica a su familia. También ha traído acompañantes: Talib Kibwe a los saxos y la flauta y Eric Asante a la percusión. Viéndolos junto a Weston, recordábamos una canción de Thelonious, Monk muy conocida, Straight, no chaser. Su título es una locución que ha merecido pintorescas traducciones al español; ya no se usa, pero en tiempos era empleada por la gente del jazz para solicitar las bebidas alcohólicas puras, sin nada que las rebajase.
Así es como hay que escuchar a Randy Weston. Y esto no quiere decir nada malo ni de Kibwe ni de Asante. Es, simplemente, que a Randy Weston es dificil encontrarle compañía. Randy Weston ha dado conciertos a dúo con Monty Alexandcr, un pianista muy grato, y en esos conciertos sobraba Monty Alexander. Weston ha grabado recientemente un disco junto a un virtuoso del saxo posfree, David Murray, y en ese disco sobra David Murray. Sucede que, cuando una música tiene la grandeza y la verdad de la de Randy Weston, hay que servirla pura, sin mezclas.
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